Actitudes maniqueas

El término deriva de Mani, religioso cristiano del siglo II, y refiere a la doctrina que impuso la división dualista del universo entre el bien y el mal. Su dogma expresa que hay un ámbito de luz, gobernado por Dios, y otro aparte, de oscuridad, bajo el poder de Satán. El maniqueísmo cree, piensa y actúa en función del blanco y negro, la bondad y maldad. Su influencia en el ámbito religioso fue breve en tiempos históricos, pero en lo cultural quedó instalado hasta nuestros días el concepto de dualismo radical que estableció.

Estas actitudes se basan en un pensamiento básicamente arbitrario, necesariamente forzado, sesgado, prejuicioso, tendencioso, manipulador, absolutista, radical y excluyente que no se ajusta a la realidad o naturaleza de las cosas. No tolera el análisis, la crítica o la racionalidad, y como tal termina siendo absurdo y desechado. Es pasajero, pero mientras no se supera por la evidencia o la razón la sociedad que lo sufre desperdicia su tiempo.

André Malraux, en su libro "La Esperanza" sobre la guerra civil española, refiere que los auténticos intelectuales son —por definición— antimaniqueos: se resisten a pensar la realidad como dos extremos sin puntos intermedios, buscan matices y son esencialmente críticos y autocríticos. Diferente a la postura de los combatientes —revolucionarios en el caso de Malraux— que deben ser maniqueos, pues la acción emprendida no tolera dudas: los adversarios son enemigos, y a ellos nos enfrentaremos mañana en un combate que será a muerte. Estos necesitan ser radicales, adjudicarse la razón así sea con la sinrazón, y despreciar las vidas e ideas ajenas.

El maniqueísmo está presente en los casos que se da la "ley del péndulo" en política o administraciones públicas o privadas, cuando los jerarcas se autoproclaman "buenos, capaces y honestos" y denostan a los predecesores como malos, incapaces o de dudosa honestidad. Forma primitiva e irracional que en algunos casos persiste hasta hoy para afrontar, explicar y fundamentar los inconvenientes que encuentran o aparecen, y que el tiempo se encarga de demostrar su desborde interpretativo, sobre todo cuando surgen o perduran incapacidades propias y ajenas para resolverlas. Los buenos de hoy fueron los malos de ayer, y mañana será al revés, salvo que se corte la secuencia y logremos evolucionar en la relación ciudadana, reconociendo que defectos o virtudes no son patrimonio de sectores exclusivos y excluyentes.

Aquello que en esencia nos debe importar de estas actitudes no es tanto el chisporroteo anecdótico entre recién llegados y recién idos sino la pérdida de tiempo, racionalidad y oportunidad que conlleva. Decir "chisporroteo anecdótico" no implica desatender hechos puntuales sino atender a los aspectos generales de la cuestión. Nos referimos a la pérdida de tiempo, racionalidad y oportunidad que tales actitudes ocasionan.

En política el tiempo es un valor sustancial. Es escaso y no debe desperdiciarse en escaramuzas inconducentes. La mejor manera de usarlo es tener objetivos y metas claras, estrategias definidas para alcanzarlas, tácticas y equipos —integrados, articulados y coordinados— para llevarlas a cabo. Las actitudes maniqueas por lo general aparecen cuando faltan algunas de estas condiciones para construir el futuro y se pretende justificar la incapacidad e inoperancia mirando al pasado. Tienen efímera receptividad y peor destino al ponerse en evidencia.

Un buen gobierno implica sumar más que restar, pensar más que denostar, concretar más que criticar. Es posible, ¿seremos capaces?

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