Enviado especial a Kiev, Ucrania
My Budemo. Una expresión que usan los ucranianos para brindar. Pero cuyo significado literal es “viviremos”, que para ellos resume toda su historia y, sobre todo, el presente que les toca vivir. “Ucrania prevalecerá” dicen el pueblo y el gobierno frente a la invasión rusa, que cumple hoy 934 días.
Ucrania -o al menos su gobierno- está seguro de la victoria. Es el mensaje que El País escuchó en los días que estuvo en este país, que se considera el último bastión de la resistencia ante Rusia, que advierte que la victoria es la única opción. Si no hay victoria, el este de Europa caerá como las fichas de un dominó.
Lo dejó en claro el propio presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en todas las conferencias de prensa en las que participó en la última semana.
La primera advertencia es para países como Polonia, Letonia o Lituania, sus inmediatos vecinos hacia occidente y que serán las próximas víctimas del imperialismo ruso, afirma Zelenski, si Ucrania cae.
El recuerdo de esta guerra -y de todas las guerras- es ostensible en todo el país. Sobre todo en Kiev -o Kyiv, como llaman los ucranianos a su capital, para eliminar toda influencia rusa. Miles de banderas azules y amarillas adornan la emblemática Maidán, escenario de las “revoluciones ucranianas” -la de 1991 que supuso el final de la Unión Soviética, la de 2004, que sacó del poder al prorruso Víktor Yanucovich-, y que hoy alberga también fotos de otros tantos combatientes, ucranianos y extranjeros, que murieron resistiendo la invasión rusa. Hasta el artista y activista Bansky pasó y dejó para la posteridad una de sus obras.
Muy cerca de allí, en la explanada de la Catedral de San Miguel, miles de fotos recuerdan a los fallecidos en la guerra anterior, la de 2014, la que significó la ocupación rusa de Crimea, Donetsk y Luhansk. La explanada también contiene una muestra de tanques y otros insumos militares rusos, destruidos o capturados por Ucrania en el conflicto.
Rusia es, sin duda, el enemigo para los ucranianos. Lo muestra el papel higiénico con el rostro de Vladímir Putin que se vende en las calles. Lo muestra un gigantesco museo que recuerda al Holodomor, la muerte de entre tres y cinco millones de ucranianos a causa de una hambruna entre 1932 y 1933, que los locatarios y otros países definen como un genocidio planificado y ordenado por el dictador soviético Yosif Stalin. El museo está muy cerca del río Dnípro, que corta a Kiev en dos. Allí también se ubica otro gigantesco monumento, en forma de arco, con una significativa rajadura.
Fue construido poco después de la creación de la Unión Soviética, para simbolizar la “amistad” entre Rusia y Ucrania. La marca fue realizada por los propios ucranianos después de su independencia, en 1991, para dejar en claro que esa “amistad” se había resquebrajado y que ya no existía.
La clave, los misiles
Hasta 2022, antes de comenzar la invasión, en Ucrania vivían 400 mil personas que habían librado, al menos, una guerra. Hoy, son 1,2 millones. Y se calcula que, entre ellos y sus familias, habrá unos cinco millones de personas implicadas directamente en la guerra. “Cuando se termine, vamos a ser un país de veteranos de guerra”, dijo a El País Yulia Kirilova, la titular de la Federación de Veteranos de Guerra de Ucrania.
La clave para la victoria está en que Estados Unidos acepte -el Reino Unido ya lo hizo- que Ucrania utilice misiles occidentales de largo alcance contra objetivos militares en territorio ruso.
Eso se habló el miércoles, cuando Zelenski recibió en el Palacio de Mariyinsky al secretario de los Estados Unidos, Antony Blinken. Hasta el momento, Washington no ha respondido.
Es que Ucrania espera que si no se toman medidas, la situación empeorará a corto plazo. Sabe que Moscú no le perdonará la “invasión” a Kursk -la primera en territorio ruso desde la Segunda Guerra Mundial- y que responderá duramente.
Entrevistado por El País el secretario del Consejo de Seguridad Nacional y Defensa de Ucrania, Oleksandr Lytvinenko, admitió que su país espera que en las próximas semanas Rusia comience a utilizar misiles balísticos de mediano y largo alcance, suministrados por Irán, y alcanzar así casi todo su territorio.
Zelenski, en tanto, apuesta todo al “Plan de la Victoria” que le presentó a Washington y que, además de lo militar, confía en una gran presión internacional que obligue a Rusia a negociar el final de la guerra.
La intención declarada es que esa presión, a nivel diplomático, resulte insoportable para Moscú. Kiev quiere reunir en esa acción a la mayor cantidad posible de países. Entre ellos Uruguay. “A veces, ni nosotros mismos sabemos qué puede hacer un país pequeño, pero que tiene una voz fuerte y dirigentes fuertes”, había dicho el presidente ucraniano a El País este jueves. Eso, aseguró, es lo que caracteriza a Ucrania. Y también a Uruguay. “Y sabemos que Uruguay, aunque pequeño, tiene una voz fuerte y potente. Estamos contando con eso. No importa si es un país grande o pequeño. Todos son importantes para nosotros”, apuntó Zelenski.
Alarmas y refugios
Ucrania, hasta ahora, aguanta. Aunque la realidad es diferente según en qué zona se esté.
En el oeste del país, cerca de la frontera con Polonia, el conflicto parece algo de otro planeta. También en Kiev. Sus tres millones de habitantes se mueven a un ritmo normal -“hay que vivir”, dicen- más allá del toque de queda, que rige entre las cero y las cinco de la mañana todos los días, lo que obliga a todos a apurar el paso para retornar a tiempo a sus hogares, y a una limitada vida nocturna de unas pocas horas.
Una ciudad que apaga sus luces durante las noches y que todavía -cada vez menos- debe estar en alerta ante las alarmas que cada jornada suenan por ataques aéreos rusos. Cada vez menos gente les hace caso y acude a alguno de los cientos de refugios repartidos por toda la urbe. “Solo si se escuchan explosiones”, dicen. Los drones “kamikazes” Shahed, de origen iraní y que tanto pavor causaban al comienzo de la guerra, ya no infunden temor.
Lo mismo sucede en Chernihiv, a dos horas de la capital, y a apenas 70 kilómetros de la frontera rusa. Esta ciudad, ocupada por los rusos en abril de 2022 y que se hizo famosa a nivel mundial por los cadáveres sembrados en sus calles, mantiene una tensa calma, ya que no sufre incursiones pero el enemigo sigue estando muy cerca. Como símbolo su enorme teatro, llamado Tarás Shevchenko, en honor al poeta nacional ucraniano, sigue exhibiendo en impacto de un misil ruso en su cúpula.
Guerra de mensajes
Gran parte de la guerra se libra en el campo de la propaganda. La Federación Rusa -sostiene Ucrania- despliega en muchos países, en particular en América Latina, una gran inversión publicitaria basada, afirman, en falsedades. Esto ha hecho que muchas naciones eludan tomar partido o condenar la invasión. En la entrevista con El País, Zelenski lo expresó sin dudar: la “neutralidad” es apoyar a Rusia.
Pero los ucranianos no se quedan atrás. Una de sus cartas es promocionar el trato “digno” y “humano” que les da a los prisioneros de guerra rusos. Muy diferente, dicen, a lo de Moscú. En diversos centros abundan las imágenes de cadáveres mutilados o torturados, o fotos de sobrevivientes en tal estado de desnutrición que hacen recordar a los que pasaron por los campos de la muerte de Auschwitz.
Con todo, Kiev y Moscú llevan intercambiados hasta ahora a unos siete mil prisioneros de guerra en pleno conflicto, cuando lo habitual es que este típo de intercambios se dé una vez finalizado el mismo.
Ucrania también se preocupa en mostrarle al mundo el impacto de la agresión rusa sobre la población civil. Como lo que ocurrió en marzo de 2022 en Yahivne, una aldea de 174 casas cerca de Chernihiv, ocupada casi un mes por Moscú, cuyos soldados recluyeron a todos sus habitantes durante 27 días en el sótano de la escuela local. El lugar fue dejado intacto, para evidenciar el hecho. Allí murieron 10 personas. El mayor tenía 90 años, y había sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial. “Nacimos en una guerra y moriremos en otra guerra”, es el lamento de muchos ancianos.
La cifra de muertos, en tanto, sigue siendo un misterio. Ninguno de los dos gobiernos publica cifras.
Daño económico
La economía, en tanto, se ha desplomado. En poco más de tres años Ucrania perdió el 30% de su PBI. El ingreso es entre la mitad y la tercera parte de su vecina Polonia. Apenas se pasa la frontera, -por tierra, la única manera hoy de hacerlo- las diferencias en confort e infraestructura entre los dos países son ostensibles. En las calles de Kiev se puede ver a personas pidiendo dinero o hurgando entre la basura.
Para los extranjeros, en cambio, es un buen negocio. Un uruguayo promedio gastaría la mitad -o menos- en vivienda o en alimentación de lo que destinaría en su país.
Ucrania tenía 44 millones de habitantes. Hoy se estima que, entre muertos, exiliados y gente que vive en las zonas ocupadas por Rusia, a ese número habría que restarle entre 10 y 15 millones.
El día después
“Odio a los rusos”, afirmó a El País una joven, cuyo padre es ruso, algo habitual en Ucrania. Varios ya piensan en las consecuencias y cuál será el país que quedará posguerra. Más allá de declaraciones que hablan de irreductibilidad muchos ciudadanos. -algunos combatientes con los que habló El País- dan por perdidas Donetsk y Luhansk, donde los prorrusos tienen una fuerte presencia.
Ganó el Dynamo
La invasión rusa tuvo también su impacto en el deporte ucraniano. Ayer por la liga local el Dynamo Kyiv triunfó en su casa, el Estadio Lobanovksy, 2-0 contra el Zorya, un modesto equipo que también juega en la capital. El problema es que el Zorya es original de Luhansk, una de las zonas ocupadas por los rusos, lo que lo obligó a mudar su localía. Lo mismo le sucedió al otro grande de Ucrania y gran rival de Dynamo, el Shakhtar Donetsk, que tras la invasión de 2014 debió pasar a jugar en Lviv, en la otra punta del país.
No tuvo la misma suerte el Desna. Su estadio, en Chernihiv, fue prácticamente demolido por los misiles rusos que cayeron allí en 2022. Las ruinas siguen y el club que nunca pudo recuperarse, desapareció. Entre esas ruinas todavía se conservan imágenes de uno de sus más grandes ídolos. Entre sus paredes comenzó a practicar boxeo Vitaly Klichkó, 15 veces campeón mundial y que hoy es el alcalde de Kiev.