Déborah Friedmann
Podría ser una típica escena de cualquier hogar montevideano: la televisión prendida, un guiso cocinándose y dos niños jugando. Pero no lo es: la casa está bajo un puente en los Accesos y cuesta conversar entre el gruñido de los chanchos.
Mario Espósito llegó allí hace casi 10 años, en octubre de 1997. "Me peleé con mi mujer y me vine para acá abajo", cuenta. Lo primero que hizo fue limpiar el lugar y después construyó un ranchito "chiquito".
Cuando sacó la basura del predio, muchos de los que allí vivían empezaron a irse. Y de a poco, hizo lo que hoy tiene. Que para él no es poco y que comparte con Carmen Proenza, su mujer, y cuatro pequeños: Mario (5), Andrea (10), Stephanie (13) y "Tito" (15).
Desde arriba del puente de los Accesos, luego de pasar el ingreso al Cerro, se ve un montón de chapas, pero no parece haber mucho más. Afuera hay 16 perros, uno poco amigable. También hay varios gallos, algunos muebles rotos y mucho, mucho cartón.
Mario y dos amigos comparten un vino. Invitan a entrar y la escena sorprende. Con el puente como techo, construyó toda una casa. Lo primero que se observa es una mesa y detrás un aparador, con la televisión encendida y un celular apoyado a su lado. Al costado, un fogón con un guiso que muestra orgulloso: "Me gusta tener la olla rebosante", dice.
En las paredes hay fotografías colgadas y decenas de recortes de revistas. Se ve un retrato de Artigas, una estampita y muchas láminas desgastadas con mujeres en bikini.
Los chanchos se escuchan fuerte, bien fuerte, pero no se ven a simple vista. Están en un corral, en penumbras, en la misma estancia pero apartados. Tampoco se huelen. Y eso que son 11. "Yo no les doy de comer basura. Los tengo a comida, sobre todo de la que me dan de una carnicería", señala Mario.
Los perros deambulan por la habitación. Están limpios y tampoco tienen mal olor. Mario saca un frasco con un producto para desparasitarlos. "Se los pongo siempre. No tienen sarna ni pulgas". Y parece ser así.
A un costado, está la cocina. Hay heladera y varias ollas. "Sin luz estuve tres años. El agua corriente me la puso OSE. Dijeron que me iban a cobrar $ 25 por mes, pero nunca vinieron", dice. Lo que no tienen es baño, pero esperan poder contar con uno pronto.
Pasando la cocina están los cuartos, separados por cortinas. Son dos, uno con tres camas y con decenas de peluches. El otro es el de la pareja.
"no vino nadie". Mario dice que es obrero textil de profesión pero que no tuvo suerte y terminó en esa situación. Limpia un depósito dos veces por semana. De ahí además se trae cartones, que luego vende. También comercializa los animales que cría. Entre eso y lo que recibe Carmen por el Plan de Emergencia y Asignaciones Familiares, subsisten los seis.
"Acá nunca vino nadie a interesarse por nosotros. Ni blancos, ni colorados ni tampoco frenteamplistas", comenta.
Se pone de pie y muestra que el agua les llegó hace tres años, en la última creciente, hasta el centro de la vivienda. Y también se queja, porque, dice, nadie les vino a dar una mano. "Ni siquiera sabiendo que había chiquilines acá adentro", se lamenta.
Mario está "bien" con su situación. "Acá lo pasamos light. Vivo bien y mi hijo nació acá", señala. Insiste en que la comida no les falta. Y para mostrarlo, va hasta la cocina, agarra un paquete de fideos y lo pone sobre la mesa. "Es lo que le falta al guiso. Ya tiene las verduras y un poco de carne", dice.
Para él y su familia, los robos no son un problema. Es, explica, una "cuestión de códigos" con los demás habitantes de la zona. "La cuestión es vivir y dejar vivir. Si vos no molestás no te molestan. También tenés que hacerte respetar, porque si no te caminan por encima", dice.
Por ahora, Mario piensa quedarse ahí. "¿Adónde voy a ir. Acá estamos bien. Tengo varios hermanos en Estados Unidos, me ofrecieron ir con ellos, pero yo no cambio mi país por nada", señala.
Carmen, mientras, lava afuera. Mario, el niño más chico, juega con un amigo. Van, vienen, corren. Los otros tres pequeños están en la escuela Yugoslavia. Ayer Mario no asistió porque se recupera de una congestión. Dice que le gusta la televisión y sonríe cuando le preguntan si mira "Patito Feo".
Adentro, la vida familiar continúa y el guiso está casi pronto. El ruido de los autos casi no se escucha. Uno casi se olvida que está debajo del puente.
"Ahora puedo ir yo sola"
Carmen es una mujer de pocas palabras. Pero cuando le preguntan sobre un curso que hizo hace poco, conversa más que entusiasmada.
Cuenta que entre marzo y junio participó del programa de alfabetización "En el país de Varela, yo sí puedo", llevado adelante por el Ministerio de Desarrollo Social.
Se graduó la semana pasada en una ceremonia en el Cerro, junto a otros 170 beneficiarios del Plan de Emergencia. Va hasta su cuarto a buscar el diploma que le entregaron y lo muestra orgullosa. "Ahora tengo que buscarle un marco para después poder colgarlo", dice.
Carmen no sabía leer ni escribir. Ahora se defiende más que bien, según afirman ella y su marido. Además, le enseñaron a hacer cuentas. Dice que lo aprendido en estos dos meses le cambió la vida.
"Es algo que me va a servir para todo, desde poder ver el número de un ómnibus hasta poder ir a hacer un trámite sola o firmar. Antes tenía que pedirle a la madrina de mi hijo que me acompañara", señala.
Con 40º de fiebre y en ómnibus
Mario de 5 años jugaba ayer en su casa debajo del Pantanoso sin parar. Parecía que estaba bien, pero sus padres prefirieron no mandarlo a la escuela. Cuentan que se está recuperando. La semana pasada estuvo con más de 40° de fiebre.
"Lo llevamos a la policlínica. Ahí nos dijeron que posiblemente tenía una congestión, y que había que llevarlo al Hospital Pereira Rossell para sacarle una placa", dice Mario.
El problema, según contó Mario, es que no había ambulancia para trasladar el pequeño al centro asistencial. Así que Carmen volvió a su casa con el pequeño, en medio de las gélidas temperaturas, para intentar conseguir dinero para el ómnibus y así poder viajar hasta el hospital.
"Nos pusimos a vender un poco de porquerías para poder llevarlo hasta ahí. Al final juntamos cien pesos y mi mujer se fue en ómnibus con Mario al Pereira", señaló.
Una vez allí le diagnosticaron "congestión" y le mandaron antibióticos. Mario está mucho mejor. La casa no es fría y se recuperó bien.