En el comienzo del mes en el que se conmemoran los 200 años de la Declaratoria de Independencia de la Banda Oriental respecto del poder imperial brasileño y la incorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata —una instancia que se recuerda cada 25 de agosto—, El País convocó a referentes de la política, la historia, la cultura y la ciencia para debatir acerca del Bicentenario.
Fue en un evento organizado en Sofitel Montevideo y auspiciado por la Cámara de la Construcción del Uruguay, UPM, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Abitab y Fábrica Italiana, enmarcado en una serie de actividades y producciones especiales de El País por el Bicentenario.
El evento constó de tres partes. La primera fue un panel moderado por el director de El País, Martín Aguirre, e integrado por el dos veces presidente de la República Julio María Sanguinetti, la historiadora y exsubsecretaria del Ministerio de Educación y Cultura Ana Ribeiro y el profesor Marcel Suárez, director de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación.
Los expositores intercambiaron acerca de los hitos que marcaron la fundación de la patria y, en medio de ese debate, coincidieron en que la fecha del 25 de agosto de 1825 merece ser celebrada pese a que no refiere a la creación de Uruguay como tal, sino como parte importante de un proceso que se inició en 1811 con José Artigas y que terminó en 1830 con la primera Constitución.
Sanguinetti, el primero en tomar la palabra, repasó el contexto en el que se encontraba la Banda Oriental en las primeras décadas del siglo XIX, y fundamentalmente las circunstancias que vivían los imperios español y portugués, que se disputaron esta zona del mundo .
“En el 1811 se levanta un líder, Artigas, que convoca gente, y ahí empieza una historia”, indicó Sanguinetti, que aseguró que antes “no éramos ni provincia”. Más adelante enalteció la figura de Fructuoso Rivera: “Tanto Artigas como Rivera consideraron siempre la independencia”.
A su entender, luego de la partida de Artigas y la derrota de sus tropas, en 1820, “vienen los portugueses y Rivera hace lo que hay que hacer cuando estás derrotado: pactar con el vencedor a ver si se logra sacar una ventaja”. “Logró tener una fuerza armada propia y comandar la campaña, con lo cual cuando en el 25 empieza el proceso de recuperación, había una fuerza armada oriental allí”, expresó.
Suárez, en tanto, mencionó que no debería haber “una única mirada” del proceso independentista y marcó posibles matices con la decisión de Rivera de pactar con los portugueses una vez derrotado el ejército artiguista, para luego volver a las fuerzas de la Banda Oriental lideradas por Juan Antonio Lavalleja en 1825, en una instancia conocida como el Abrazo de Monzón.
“No tenemos cómo saber si fue abrazo o no, pero la alianza se hizo. Era necesaria, si no, no se hubiera llegado a lo que ocurrió”, puntualizó. También mencionó la característica “fascinante” de Rivera de “lograr el arrastre”, en el sentido de que “era un caudillo que tenía un apoyo muy grande”.
“Sin su incorporación al movimiento rebelde contra la ocupación brasileña, seguramente hubiera fracasado, como pasó con los Caballeros Orientales en 1823, una intentona previa de liberación”, señaló.
Ribeiro, en tanto, ante la pregunta de si es el año 25 el que debería tomarse para celebrar la independencia de Uruguay, recordó que lo de aquel año “no quiere decir independencia nacional tal como la conocemos hoy, quiere decir furiosa autonomía provincial que con el tiempo y las circunstancias se convertirá en independencia”.
“Es una voluntad antimperio muy rotunda de un pueblo muy paupérrimo”, remarcó, en referencia a las penurias que pasaban por aquel entonces gran parte de los pobladores locales, así como los combatientes.
Sobre el cierre del panel, Sanguinetti resumió como "un acto heroico" la declaratoria del 25 de agosto, "que se confirma luego en los campos de batalla de Rincón y Sarandí", unos meses después. "El equívoco es hablar de independencia, pero que es un hito en el proceso de la independencia, eso es incuestionable".
Por último, aprovechó la instancia para cuestionar el concepto de Uruguay como un “invento inglés”, que aseguró que le “enferma”. “A mí también”, acotó Ribeiro.
“Desde el 11 hasta el 30 estamos peleando. En el 11 fuimos a los campos de batalla en Las Piedras para enfrentar a España; luchamos en el 15 en el campo de batalla de Guayabos contra Buenos Aires porque no queríamos aceptar la dependencia de Buenos Aires, que no quería nuestra autonomía; peleamos contra los portugueses; luchamos con los brasileños en el 25 en Rincón y en Sarandí y volvimos a luchar en el 28 cuando Rivera conquista las Misiones. ¿Cómo se puede hablar de invento inglés?”, criticó el expresidente.
Aseveró que “la diplomacia inglesa sí fue importante para mediar entre los dos imperios porque a lord Ponsonby lo pidieron los dos, Buenos Aires y Río de Janeiro”, pero en definitiva este personaje “fue el partero de una gestación de 19 años, desde el 11 hasta el 30”, en los cuales se forjó “nuestro sentido de independencia”.
La cultura, la identidad y la ciencia
Bajo la idea de que no todo es historia a la hora de hablar del Bicentenario, las otras dos mesas del evento procuraron resaltar la fecha como una instancia para pensar al país desde otras miradas, desde la cultura y la identidad hasta la ciencia y la innovación.
El periodista Martín Tocar entrevistó, en un segundo bloque del evento, al dramaturgo y director Gabriel Calderón, quien también fue el encargado de organizar la conmemoración oficial del Bicentenario en 2011.
Calderón recordó que aquella fue una instancia no exenta de discusiones y reparos por la fecha elegida, pero aseguró que ya en ese entonces también se buscó hablar de "un proceso" que inició en 1811 y terminó con la jura de la Constitución en 1830.
“Cuando escucho que vamos a celebrar el Bicentenario, me pasa como con el cumpleaños de mis hijos, que digo: ¿otra vez el cumpleaños? Como yo tengo familia grande, la celebración de mis hijos también son un proceso: primero familia, después niños, después los amigos. Es como que nunca termino de celebrar el cumpleaños. Y es que tal vez un proceso de bicentenario se parece mucho a la esencia de las personas. No nacemos cuando nacemos. Es una construcción continua, donde hay mucha gente que queremos que participe. Eso implica mucho más trabajo que soplar las velitas”, manifestó.
“Un proceso implica que aceptemos, como parte, el fracaso y el éxito de las cosas. El proceso no termina con un fracaso o con un éxito. Vuelvo al ejemplo del hijo: no es que un hijo nace y ya está. Empiezan las alegrías, los problemas y los fracasos. El Uruguay como un proceso es una idea bellísima. Es una idea de que ningún fracaso es definitivo ni ningún éxito es laudatorio”.
Consultado sobre cómo reflejan los artistas su identificación con Uruguay y la influencia que tiene la historia del país en la cultura, Calderón manifestó que “cuando un artista está creando, está trabajando sobre su pasado” incluso aunque “no exista en su obra la palabra 'tradición', 'historia' o 'Artigas'”.
“Creo que los artistas que están trabajando en reflexiones del presente y del futuro muchas veces son mucho más historiadores que los que hacen una reflexión sobre cualquier proceso histórico”, indicó.
Consultado sobre el estereotipo de lo uruguayo como "gris", Calderón dijo no ser tan enemigo de esa etiqueta, aunque no debería ser la única.
"Es un color que está prometiendo otro. Es un color de transición. Si los colores definen la identidad, y otros países no sé qué color tienen pero participan de guerras, o tienen hambre, o tienen procesos complicados con los derechos humanos, bueno, entonces el gris tal vez no está tan mal. Yo no me resisto a la idea de la grisura y la amabilidad. Sí me resisto a la idea de que eso paute los colores de todos los individuos de esa conformación. Y ese es uno de los problemas de Uruguay: que uno a veces quiere ser rojo o ser verde, y todos dicen 'no, no, gris'".
"Hay que entender que la templanza, la medianía, la grisura está llena de colores. Y que necesitamos esas intensidades dentro de esto que llamamos Uruguay".
Finalmente hubo una mesa con la científica, emprendedora y CEO de Enteria, María Pía Campot, el cineasta y divulgador de ciencia Pablo Casacuberta, y la ingeniera, docente y presidenta de Ceibal, Fiorella Haim. El panel fue moderado por la coordinadora de Redacción de El País, Déborah Friedmann, con la idea de imaginar el futuro de Uruguay.
Bajo la consigna de pensar de aquí a 50 años, Haim manifestó su deseo de que haya “un país esencialmente mejor” y dijo estar convencida de que “con políticas de Estado” se podría lograr.
Campot, en tanto, dijo que espera “un Uruguay que tenga un poco más de soberanía científica” y que no requiera “buscar soluciones afuera sino tenerlas”. Además, reclamó “un Estado, un sistema privado y una ciencia que vayan mucho más de la mano y mejoren la calidad de vida del país”.
Por su parte, Casacuberta llamó a “retomar” la idea de Uruguay como lugar donde sucedió una “secuencia de innovaciones” que a veces se dan “por descontado” por considerarlas comunes, pero no lo son: “Cuando se creó la Constitución, había muy pocas constituciones en el mundo”. Manifestó, además, que aquí hubo “hitos en términos de innovación” en “políticas públicas” e incluso “en el plano científico”.
Añadió que “Uruguay no usa sus propios logros y políticas como ejemplo y como incubador de vocaciones para los niños”. “Es distinto decirle a un niño que se tiene que esforzar para tener un futuro viable, y decírselo en seco, que decirle que Uruguay es el país que publica más libros per cápita de América Latina, o que Uruguay produce más películas per cápita que Estados Unidos. Esos datos importan para que el niño haga un arqueo de sus posibilidades”, puntualizó.
Haim, consultada acerca de qué sueña para Uruguay, no dudó: “Que el 100% de los chiquilines terminen la educación media con un excelente nivel de conocimientos y competencias”.
Campot, por su parte, deseó que “cualquier niña en cualquier lugar del país pueda ser una científica y llegar a donde quiera llegar sin ningún tipo de problema ni restricción”.