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Angelina y su mensaje por la vida

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Sonrisa.  Pese a haber sido víctimas de violaciones, pérdida de familiares por la guerra y la malaria, Angelina es de las que prefiere sonreír... “así la vida se hace más fácil”. Foto: Gerardo Pérez.

HISTORIA DE VIDA

Una exmilitar la sacó del conflicto angoleño, reside en Uruguay y aborda causas sociales.

Angelina Vunge lleva los traumas a flor de piel. Literal. Entre sus brazos morenos, su espalda y, en menor medida, su mejilla izquierda se esconden unas líneas blancas e irregulares. Son las marcas que le dejó su infancia en Angola. En las aldeas de las afueras de la capital, Luanda, la fiebre, la hinchazón y hasta el dolor luego de una violación se curan con u201csangríasu201d, unos tajos que permiten que la sangre fluya y que según la tradición quitan el malestar. Y Angelina, quien padeció la guerra civil -el conflicto más largo de África- carga con varias de esas cicatrices en su piel.

Las delgadas líneas, que algún distraído podría confundir con las estrías de quien adelgaza de golpe o con los rayones que hacen los niños cuando son chicos, son indelebles. Pareciera que están allí, imborrables, para recordarle a Angelina que pese a los 19 años que lleva viviendo en Uruguay ella es portadora de un mensaje.

Angelina es un mensaje en sí mismo. Su nombre es el diminutivo de Ángela, palabra con la que los antiguos griegos llamaban a los mensajeros. Tal vez sea ese el motivo por el que ahora haya incursionado en política, en el Partido Nacional, o quizás la militancia sea simplemente por haberse amigado con Alem García, el líder de Todo por el Pueblo y mentor político de Juan Sartori.

"Mozo: la cuenta".

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Eran más de las diez de la noche cuando unos hombres de saco y corbata entraron al restaurante. Miraron la carta y encargaron asado. Angelina, la moza, ya estaba con ganas de dar por terminada la jornada laboral, pero atendió a aquellos señores con su mejor sonrisa. Como indica el manual: u201cel cliente siempre tiene la razónu201d. Ella lo había aprendido en Angola, dos décadas atrás, cuando le servía la comida a los Cascos Azules de la ONU.

Pero esa noche, en el Alto Palermo, los comensales no tenían casco ni uniforme. Uno de ellos se presentó como abogado y dijo llamarse Alem García.

Las discusión sobre el punto de la carne, devenido en una entretenida charla sobre Angola, luego en la edición de un libro (2013) y más tarde la invitación para militar en política.

Es así que Angelina pasó a ser hoy la mujer de confianza de Sartori en las causas sociales. Desde el cuarto piso del Edificio Unión, con vista a la Torre Ejecutiva y al Artigas de la Plaza Independencia, coordina un mapeo de las ONG y hace las veces de jefa de personal.

Las causas sociales desplazaron hace años a la Arquitecta que había comenzado los estudios en Angola. Cuando llegó a Uruguay, gracias a una exmilitar uruguaya que conoció en la Misión de Paz y que la alejó de la guerra, se enamoró de un taxista -sobrino del hoy presidente Tabaré Vázquez-, tuvo dos hijos y empezó a luchar contra la violencia doméstica.

Ella entiende cuando se habla de machismo. Su padre tenía otras dos esposas además de su madre y como mandataba la tradición les pegaba a sus mujeres cada vez que los niños faltaban a la escuela. En Angola -o mejor dicho en aquella Angola- ellas pagan por los pecados que no cometen.

Fue por eso que Angelina jamás contó en su familia que había sido violada cuando niña. u201cEso hubiese supuesto una enorme paliza a mi madre y que me hubiesen expulsado a vivir junto a los padres del varón que me violóu201d, cuenta.

Un mínimo crecimiento en los senos de una niña de la aldea era una habilitación para que los hombres mayores (siempre mayores que ellas) les ofrecieran matrimonio -cabrito y alcohol de por medio.

Angelina no quiere nada de esas tradiciones para Uruguay. Cuando dejó Angola solo trajo ropa, sus historias y las marcas en la piel. Pero admite que esas vivencias le dejaron u201cun enorme aprendizaje para trabajar en favor de los demásu201d.

-¿Qué propuestas tiene?

- Primero, escuchar.

Al igual que su líder Sartori, Angelina no adelanta ideas concretas -si es que las tiene. Dice que la estrategia de su partido, u201cen esta etapau201d, se concentra en u201caprender, recopilar propuestas de los vecinos y recién luego evaluaru201d.

Es así que va recorriendo los pueblos del interior, muy distintos a los pueblos angoleños en que las escuelas son de bloques de barro.

u201cSe dice que en la África profunda la gente estudia hasta debajo de un árbol, y es así. Cuando nos atacaban la escuela nosotros teníamos clase debajo de un imbondero (un árbol de copa ancha y que da frutos)u201d, recuerda Angelina. u201cPor eso pienso en que Uruguay, que tiene las condiciones edilicias, no puede darse el lujo de tener una mala educaciónu201d.

Con ese mensaje, y con los que carga en la piel, Angelina llega a la campaña electoral.

La herencia que deja el desamor

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Angelina Vunge. Foto: Gerardo Pérez.
Manos a la obra. Angelina dice que le gusta escuchar y hacer. Foto: Gerardo Pérez.

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En Angola cada mujer en edad de ser madre tiene, en promedio, 5 ó 6 hijos. La familia de Angelina estaba en ese promedio y eso que las condiciones hicieron que su madre perdiera el embarazo de gemelos. Para cuando Angelina nació, en 1978, Angola ya era un país independiente pero en guerra civil. Para cuando Angelina emigró a Uruguay, en 1999, en Angola seguía la guerra. El conflicto recién acabó en 2002, con más de un 1.500.000 de muertos. Angelina perdió tíos, primos y también parte de su tradición. Hasta dejó de hablar quimbundu, el dialecto de su comunidad, pese a que la lengua oficial era el portugués.

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