ANDRÉS ROIZEN / VIVIANA RUGGIERO
Ariel Acevedo y Marcelo Pereira eran vecinos comunes y corrientes. En el barrio no tenían problemas y se los veía poco. Sus procesamientos por al menos 15 asesinatos fueron tan impactantes como sorpresivos para quienes los conocían.
"¿Sabés a quién metieron en cana? A Ariel, el que vive a mitad de cuadra", le dijeron a un comerciante de la calle Requena. Y él no podía creerlo. El hombre al que saludaba todos los días era un asesino serial.
El impacto por la noticia fue general entre los vecinos del barrio Jacinto Vera. El procesamiento del enfermero Ariel Acevedo, por diez asesinatos de pacientes en la Asociación Española, es el tema del que habla el barrio entero. Con los comentarios de los vecinos, hasta los más distraídos llegaron a enterarse en los últimos días quién era ese sujeto "simpático" que veían salir temprano rumbo al trabajo.
En Pinar Norte la situación es similar. En la zona donde vivía Marcelo Pereira, el enfermero procesado por cinco muertes, también reina la sorpresa y la indignación, aunque el funcionario del Hospital Maciel era poco conocido por sus vecinos.
Con características distintas, los enfermeros eran considerados "uno más" por parte de la gente que los veía en el barrio.
Acevedo era conocido por ser enfermero y por llevar más de 20 años residiendo en la zona. Vivía con su pareja, Jorge, y en su casa realizaban algunos "trabajos" de religión umbanda, según relatan los vecinos.
Tenía buen trato con la gente de la cuadra, se mostraba dispuesto a ayudar desde su tarea de enfermero, era "simpático" y "amable" y nunca tuvo problemas con ningún vecino.
Marcelo Pereira, por su parte, destacaba por su perfil bajo en Pinar Norte. Era un sujeto al cual no se veía mucho, que no tenía diálogo con los vecinos y del que se conocían muy pocas cosas.
"Lo conozco porque lo veía entrar y salir de la casa. A lo sumo un saludo, pero eso de encontrarte y charlar como con otros vecinos, jamás", contó un hombre que vive en la misma cuadra de Pereira.
Lo describen como una persona "antisocial" y solo sabían que era enfermero porque lo veían con el uniforme de trabajo. Los que sí son conocidos en la zona son los padres del enfermero, que vivieron muchos años en la casa que ahora habitaba Pereira.
El padre, Ángel, trabajaba en un cementerio municipal y la madre, Cristina, era ama de casa. Pereira había regresado allí tras divorciarse de su primera esposa, con la cual tiene dos hijas. Luego, se volvió a casar, y actualmente vivía en la casa de El Pinar con su esposa, Marcela, que fue largamente interrogada días atrás, tras conocerse los crímenes.
La esposa de Pereira fue vista en el barrio en las jornadas posteriores al procesamiento. Se comenta que se "desayunó" de todo al momento de la detención y que está "indignada", "dolida" y "desilusionada".
En el barrio de Acevedo vieron a la pareja del enfermero y al suegro del criminal, notoriamente afectados. El País habló con este último quien, muy nervioso, se limitó a afirmar: "Si quiere saber cómo es Acevedo, le voy a decir que es una persona excelente y que lo están entreverando. Lo están entreverando todo. Aquí está sufriendo mucha gente y van a sufrir muchos más", aseguró, antes de cortar el teléfono.
IMPACTADOS. Los vecinos y la gente que conocían a los dos asesinos aún no logran convencerse de lo ocurrido. "No lo podía creer, no quería creer. Hasta que no vi la foto en la televisión no pude aceptarlo", comentó un vecino que hace más de 20 años que conoce a Acevedo.
Una mujer de unos 60 años que vive en la cuadra de la casa del enfermero agregó: "La noticia nos cayó como un balde de agua fría". Otros, en tanto, comenzaron a especular y trataron de recordar alguna actitud extraña de los procesados.
"Tenía algunas miradas raras, me pongo a pensar y recuerdo alguna conducta que me llamó la atención", dice un comerciante de Jacinto Vera.
En la zona también hay quienes recuerdan que Acevedo había estado implicado en un hecho mortal hace más de un año. "Un día llegó con el auto roto. Le preguntamos qué le había pasado y nos dijo que había atropellado y matado a una persona en la Interbalnearia". Acevedo no fue responsable del accidente porque el peatón caminaba borracho por la ruta, pero para los vecinos ahora resulta sospechosa la "calma" con la que contó el hecho, incluso detallando que él le tomó el pulso y diagnosticó la muerte.
Los vecinos también se sienten "salvados" al pensar que estuvieron al lado de dos asesinos seriales. "Me deja helado que haya sido él, yo le hice varios trabajos de albañilería en la casa", comenta un sujeto que vive cerca del hogar de Pereira. Y agrega: "Al final uno nunca sabe con quién trata".
Luego, otro vecino añade con humor negro: "Mirá si no le gustaba tu trabajo y aparecía con una jeringa", lo que genera una discreta risa del albañil.
Los comentarios se repiten en los barrios de Acevedo y Pereira, pero más allá de alguna broma, todos especulan con el hecho de haber estado "tan cerca" de un asesino. Algunos incluso se alegran de nunca haberlos consultado. "Soy socio de La Española y él (Acevedo) me había dicho que si precisaba algo estaba a las órdenes, por suerte nunca necesité nada", relata un jubilado.
Un comerciante, que asegura tenía una muy buena relación con el enfermero Acevedo, afirmó que un día lo consultó sobre su trabajo y la cercanía con la muerte. "Le pregunté si no estaba cansado de trabajar en ese ámbito y me dijo que era una cuestión de costumbre".
"La infancia de Ariel no fue fácil"
Fue criado por su abuela; con 13 años llegó solo a la capital
PIRARAJÁ | FERNANDO BONHOMME
El enfermero Juan Ariel Acevedo, procesado por el asesinato de diez pacientes, nació en la ciudad de Minas, en el departamento de Lavalleja, un 14 de julio de 1963. Pasó su infancia en la localidad de Pirarajá, ubicada sobre el kilómetro 217 de la ruta 8. En el pueblo lo recuerdan como una persona "amable" y "respetuosa", pero advierten que su niñez no fue "fácil".
Su madre, Mara Agriela, llegó a Pirarajá después de vivir una serie de hechos tormentosos. Estuvo presa 14 años luego de matar de un disparo a su primer marido. Aprovechó los años tras las rejas para estudiar Enfermería y, una vez cumplida su sentencia, se dedicó a ejercer la profesión.
Rehizo su vida y conoció a Ariel Acevedo, de quien se enamoró. Se instalaron en Pirarajá y tuvieron su primer hijo, a quien llamaron igual que el padre. Años después nació Gustavo, pero la relación entre los hermanos nunca fue buena. Ariel fue criado por su abuela paterna Delia Margarita Clavería, más conocida en el pueblo como "Mangacha".
La localidad de Pirarajá no tiene más de 500 habitantes, por lo que los pocos años de vida de Acevedo en ese poblado hoy se reviven en cada conversación entre vecinos.
De todos modos, nadie puede confirmar que el enfermero haya sido abusado sexualmente cuando era niño por un familiar, como dice su propia abogada, Inés Massioti. Incluso, muchos se inclinan por negar tal versión.
A los 13 años, "Arielito" (así lo llamaba su abuela) emigró a Montevideo aconsejado por un tío abuelo paterno (Saúl Clavería), que era jefe de Inteligencia en la capital.
Ya en la ciudad, ingresó a la Policía donde trabajó algunos años. Luego estudió, al igual que su madre, Enfermería.
Los pobladores de Pirarajá recuerdan y relatan la niñez del enfermero sin titubear. Dicen, además, que las familias no cambiaron en el pueblo en los últimos 50 años. Nadie puede salir de su asombro y todos reprueban la actitud del enfermero. "Nos conocemos todos. Esto sorprendió y el hecho que se hable del pueblo por estos crímenes no le gusta a nadie", afirma una vecina.
Si bien Acevedo emigró siendo un niño, el enfermero regresó periódicamente a Pirarajá para visitar a su abuela. Llegaba derecho a la casa, pasaba el día con ella y en la tardecita se iba, dicen los vecinos. Una de las últimas veces, se lo vio acompañado de un hombre, quien sería su pareja.
Según otra vecina, Ariel Acevedo se casó en Buenos Aires con ese hombre. La ley de matrimonio homosexual fue aprobada en Argentina en julio de 2010. Mangacha, su abuela paterna, falleció el 17 de agosto de 2003 y desde ese momento "Arielito" no volvió a pisar el poblado.