Los 20 primeros años de "otra Lucía"; la que Mujica no conoció

Gemelas. Lucía y María Elia Topolansky nacieron un 25 de septiembre de 1943 | Cursaron la escuela primaria en el Colegio de las Hermanas Dominicas y crecieron en Pocitos

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RAÚL MERNIES

Estudiosa, apasionada por salir de cabalgata con sus primos, de carácter fuerte y muy compinche de su hermana gemela, Lucía Topolansky tuvo una niñez y adolescencia diametralmente opuestas al resto de su vida.

Desde su afiliación al MLN y en adelante, los detalles de la vida de Lucía Topolansky son más que públicos. Estuvo en la clandestinidad, fue apresada, se fugó y volvió a ser capturada.

Una vez en libertad fue a vivir a una pieza alquilada, "hacía feria" junto a su entonces compañero, actual esposo, José Mujica, hasta que la pareja se estableció en una chacra en Rincón del Cerro, donde hasta hoy comparten el terreno con otras familias.

Pero detrás de la tupamara que vivió en las cloacas hubo una niña, una adolescente que se educó en un colegio católico, que le gustaba andar a caballo y que estuvo ligada a su hermana desde el día en que nació, cuando la partera dijo: "Son gemelas".

En septiembre de 1943 la familia del ingeniero Luis Topolansky y Elia Saavedra estaba conformada por Ilse -hija del primer matrimonio del ingeniero-, Luis Leopoldo, Enrique y Carlos Federico.

El 25 de septiembre de ese año, Elia dio a luz a las gemelas, Lucía y María Elia, y dos años después nació Inés, la menor de las tres hermanas.

Lucía y María Elia fueron la alegría de la familia. Dos niñas "muy bonitas", cuentan sus hermanos, a las que la madre siempre tenía "impecables". "Mamá pasaba rato haciéndoles una cola de caballo en el pelo, pero Lucía hacía unos escándalos horribles mientras la peinaban y a los cinco minutos ya estaba toda despeinada otra vez". Así fue hasta que doña Elia se cansó y le cortó pelo. "Pero era tan linda que hasta el cerquillito le quedaba bien", contó su hermano Enrique, actual encargado de la represa de Salto Grande.

La familia se mudó varias veces mientras Lucía y su gemela asistían al colegio Sacré Cœur de las Hermanas Domínicas, donde fueron instruidas con una fuerte orientación católica.

En general suele decirse que los Topolansky eran una familia adinerada, e incluso la condición de alumnas de un colegio privado como Las Domínicas es un indicador de eso. Pero, según Enrique, eso no es verdad. "La realidad es que papá se enfermó de cáncer cuando ellas eran chicas y nos fundimos; realmente nos quedamos sin nada. El que estaba muy bien era el abuelo Saavedra. Él pagaba el colegio de ellas y nos ayudaba". Cuando su padre murió, Lucía estaba en la cárcel de Punta de Rieles.

El "abuelo Saavedra", Enrique Saavedra, era Juez de Paz y tenía una historia para contar de cada casa de la Ciudad Vieja y vivía en una casona en calle Sarandí que hasta hoy atesora algunos de los recuerdos más antiguos de la niñez de los hermanos Topolansky.

Una de los mitos de la familia, de esos que se transmiten de generación en generación sin más certeza de su veracidad que la tradición misma, cuenta que en esa casa se instaló el primer inodoro del Uruguay (Enrique recuerda que era chato y muy incómodo), importado directamente desde Inglaterra, y que allí estaban la espada y el uniforme del Almirante Barrozo, un prócer de Brasil que peleó en la guerra de la triple alianza.

Hasta el año 1943, cuando nacieron las gemelas, la familia vivió en el Prado, en la casa de los abuelos, en Lucas Obes y Amarales. Después se mudaron a Pocitos, a un apartamento de alquiler en la calle Massini esquina Berro. En ese barrio se hicieron muy amigos de la familia Ponce de León, a la que iban a tomar el té por la tarde y con quienes los varones Topolansky jugaban al fútbol en la vereda.

Una nueva mudanza llevó a la familia a la calle Martí, a una casa que daba al fondo de la Escuela Brasil, hasta que el padre de Lucía se asoció con una empresa constructora que estaba por empezar una obra en Punta del Este, por lo que la familia se mudó al balneario.

El ingeniero Topolansky estuvo al mando de las obras de pavimentado de las calles de Solana del Mar durante un año y medio, pero en esa época el gobierno de Perón prohibió a los argentinos venir a veranear al Uruguay y la empresa se fundió, por lo que la familia volvió a Pocitos, a una casa en Av. Brasil y Berro. "De esa época me acuerdo que las papas fritas de mamá no volvían a la cocina, salían e íbamos todos a comer como desesperados", relata Enrique.

Otro referente en la vida de Lucía fue su tío Juan Saavedra, que administraba un campo en Florida y siempre se preocupó por mantener a la familia unida, haciendo que los 52 primos se reunieran y salieran a cabalgar.

El "tío Juan", todo un personaje dentro de la familia, fue el que les cambió las revistas por libros como Martín Fierro y hasta El Quijote, del que Lucía es "fan" hasta hoy.

Lucía era estudiosa. Pasó todos los años del colegio con buenas notas, le gustaba leer, pintar, jugar al voleibol, andar en bicicleta y hasta llegó a tomar clases de ballet y piano. "Hoy sería tildada de traga", resume su hermano, que recuerda que Ilse, la media hermana, los ayudaba a todos con los deberes.

Juntas ingresaron a Facultad de Arquitectura, donde cursaron hasta el año 1969, cuando abandonaron para ingresar al MLN.

Quienes las conocieron en esa época coinciden en que María Elia y Lucía no eran tan parecidas. Sin embargo, los actuales vecinos de María Elia, en Paysandú, relatan que cuando sale a la calle la gente la para y le pregunta "¿Lucía, vino Pepe?"

Hoy, Ilse tiene 86 años. Luis es constructor "y todavía pone algún ladrillo cada tanto", Enrique trabaja en la represa de Salto Grande y Carlos es jubilado del Banco República.

María Elia tiene una chacra y hace radio en Paysandú; Inés, la menor, que tuvo un fugaz pasaje por el MLN, vive en España y Lucía, "otra Lucía", según Enrique será senadora y primera dama.

Recuerdo: La casa de su abuelo en la calle Sarandí, atesora sus recuerdos más felices.

Perfil: Era estudiosa, le gustaba leer, pintar, jugar voleibol y tomó clases de piano y ballet.

Huelga en colegio de monjas

"Las monjas me mandan llamar, quedate en casa". Enrique recuerda muy bien el día que su madre pronunció esas palabras antes de salir despavorida de su casa hacia a la parada del ómnibus. "Hay un problema con tus hermanas", le dijo.

De adolescentes, las gemelas seguían siendo tan unidas como siempre. Cursaron hasta cuarto de liceo en el colegio de monjas y luego terminaron el bachillerato en el IAVA, ambas con intenciones de seguir la carrera de arquitectura.

De su adolescencia, lo que Enrique más recuerda es el año de los cumpleaños de quince. "Yo ligaba como loco", cuenta. "Cada vez que una de ellas tenía un cumpleaños, alguien las tenía que traer de vuelta. Me encomendaban esa tarea a mí y yo ligaba la fiesta".

De jovencitas, Lucía y María Elia "tenían una belleza sin igual". Ese peculiar detalle hacía que Enrique le agregara a la función de mero acompañante, el carácter de guardaespaldas, "por los dragoncitos que siempre andaban en la vuelta arrastrando el ala".

Las gemelas no eran de salir ni tener una gran vida social. Por el contrario, en la adolescencia eran muy unidas y su círculo casi se limitaba a ellas mismas.

Quizás en esa intimidad fue que planificaron lo que posteriormente hicieron en el colegio de monjas, y que hizo que doña Elia, su madre, tuviera que salir corriendo de la casa.

"De chiquitas tuvieron algo en común: no les gustaban las reglas; de ningún tipo", cuenta Enrique.

Doña Elia llegó al colegio y se encontró con que las gemelas, disconformes con las estrictas reglas que les imponían las monjas, habían sacado a todas las compañeritas de la clase y habían organizado una huelga. "A esta altura creo que eso fue un presagio", sentencia su hermano.

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