La proliferación de los juguetes hiperrealistas

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J. C. Ambrojo | El País de Madrid

En todas las culturas a lo largo de la historia, el juego de los niños es una forma de reproducir en forma simbólica el mundo de los adultos. Hoy, ese mundo está dominado por la tecnología, lo que hace inevitable su influencia en los juguetes. "Los niños están seducidos por el consumo y temas del mundo adulto como la moda", se asegura en esta nota de El País de Madrid, en donde varios especialistas analizan la tendencia creciente de los "juguetes hiperrealistas". Cada vez son más las pequeñas que ya no le piden a Papá Noel o los Reyes muñecas sino bolsos de marca como los de sus madres o reproductores de Mp3. Para muchos, esto limita la imaginación y creatividad de los niños.

Los juguetes son cada vez más sofisticados y se parecen a productos de la vida cotidiana de los adultos. Las estanterías rebosan de cocinitas con agua para hervir los alimentos, hospitales con quirófano paritorio, muñecas karaoke con las que cantar como los artistas favoritos, perritos mecánicos que obedecen las órdenes del niño, bebés que parecen de carne y hueso, motos de rockero para niños de dos años. Hasta se venden muñecas personalizables, como una imagen clónica del niño.

En todas las culturas, el juego reproduce los modelos adultos y es una forma simbólica de ir representando ese mundo. El mundo adulto es ahora muy tecnológico, algo que se ha trasladado a los juguetes. Por ello, se imita al detalle el electrodoméstico más avanzado.

Los niños están seducidos por el consumo y temas del mundo adulto como la moda. Las niñas de seis o siete años ya no piden muñecas a los Reyes Magos, sino bolsos de marca o Mp3, y se comprueba que el gasto en juguetes se reduce drásticamente a partir de esa edad, dice Fernando Pérez, de la consulta NPD. Es un fenómeno que Petra María Pérez, directora del Instituto de Creatividad e Innovación Educativa de Valencia (ICIE), bautiza como "la reducción de la infancia": los juguetes se apropian, a edades más tempranas, de modelos mucho más realistas, menos fantásticos, con mecanismos que tienen que ver más con el acceso al mundo adulto. Lo corroboran resultados preliminares de una investigación que realiza en padres con niños de siete a 14 años.

El juego se parece cada vez más a la vida real en la que viven y se les introduce más en el mundo adulto y en el mundo de las preocupaciones adultas. Algunos padres también les compran ropas y accesorios no apropiados, todo de marca, añade Petra Pérez.

¿Limita la imaginación y creatividad del niño que un muñeco diga papá o mamá, haga pipí o le salgan los dientes? "No, si luego puede abrazarlo, bañarlo y vestirlo, aunque un juguete que reproduzca excesivamente el mundo de los adultos podría no ser adecuado", afirma Imma Marín, pedagoga y asesora de la Fundación Crecer Jugando. No es ningún problema, añade, si los niños también juegan con juguetes que no hagan nada. "El mayor realismo no implica que los niños no puedan manipularlos a su manera", asegura Virginia Trémols, psicóloga infantil del Instituto Universitario Dexeus.

En los juguetes realistas todo está estructurado y organizado, con palancas y botones para que el juguete haga muchas cosas. "Antes, una caja de zapatos la convertían en un coche y una escoba en un caballo. Hoy los caballos de juguete se mueven solos", añade Pérez.

El desarrollo de la imaginación no sólo introduce al niño en un mundo mágico, sino que le permite intuir por ejemplo si hace daño a otro y desarrollar la empatía. "Hay productos en el mercado muy interesantes para los niños, y muchas veces estos juguetes tan realistas dan pocas posibilidades a la evocación", dice Pérez. No es problema del juguete, de los fabricantes o diseñadores, sino de la época en la que vivimos, con pocas posibilidades para compartir el juego y por eso a veces algunos juguetes acaban siendo abandonados. "Muchas veces ni conocen a los niños de los vecinos, porque vivimos en un mundo muy individualista", agrega.

Los padres no son los compañeros idóneos de juego porque tienen finalidades distintas, y los niños no aprenderían a dilatar la gratificación o a superar la frustración. Jugar, por ello, no dejan de hacerlo.

Permitir los videojuegos

Las consolas, sean de mesa o portátiles, han sido el regalo favorito en esta Navidad y lo serán para Reyes Magos. Muchos padres se preguntan si son adecuadas para sus hijos porque temen problemas de adicción o falta de interés por los estudios. Pero la clave para lidiar con esto no es tan difícil: no hay que negar la existencia de algo que los rodea sino integrarlo en sus vidas. "Si los padres ven los videojuegos con normalidad y ponen los límites como en cualquier otra actividad, el niño jugará y disfrutará adecuadamente", explica la psicóloga Yolanda Redondo del Centro Clínico Mirasierra de Madrid. De otro modo se corre el riesgo de "dotarlos del atractivo de lo prohibido, y eso dará al videojuego un poder que por sí sólo no tiene", agrega Redondo. Lo que sí recomiendan los expertos es que los padres se esfuercen en conocer los juegos que emplean sus hijos, y que incluso intenten compartirlos con ellos.

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