Antonio Mercader
Mala fortuna tuvo Marina Arismendi al llegar al Instituto Nacional de la Juventud. Sus funcionarios no sólo le gritaron por mejoras salariales y la increparon por desmantelar el organismo sino que la acusaron de nepotismo por emplear a su yerno. La Ministra admitió que había en el INJU un nuevo empleado con un sueldo de $ 16.540, pero eso sí, aclaró expresamente que el denunciado no era su yerno sino tan solo el novio de su hija, a quien calificó de "amigovio", rara palabra, o "candidato". Y como buena madre tentada a deslizar intimidades, expresó ante la prensa sus deseos de que algún día el joven en cuestión se convierta en su yerno.
Desde ya, felicidades a la novel pareja.
Pero el asunto de fondo es grave, muy grave, porque los funcionarios avisan que el organismo se está vaciando, que varios de ellos fueron trasladados a oficinas del ministerio de Bienestar Social para atender el Panes y que el INJU navega a la deriva. En contraste, Arismendi admite candorosamente, como cosa natural, que empleó a su futuro yerno y que todo va bien en sus dominios.
Situaciones de este tipo explican, aunque no justifican, la recepción que le propinó el sindicato a la ministra comunista con silbidos, cánticos y trompetazos. ¿Qué esperaba?
Si los dichos de Arismendi respecto al "amigovio" fueron infelices, cómo calificar los que dedicó al INJU, organismo que según ella fue creado "para el acomodo, los chanchullos y para hacer politiquería". Esto es inaceptable. El Instituto nació en 1990 bajo el gobierno de Lacalle y fue la primera respuesta que dio el Estado uruguayo a antiguos reclamos de los jóvenes. Concretó planes tan exitosos como el de Tarjeta Joven que lograron la adhesión de miles de beneficiarios de rebajas de precios, y programas como el de primer empleo juvenil apoyados por empresas privadas y ONG. Trabajos comunitarios y ejercicios didácticos atrajeron multitudes a la sede del Cordón y llenaron el vacío nacional de políticas juveniles.
En años siguientes, en los sucesivos gobiernos, el INJU tuvo altibajos y avatares varios aunque su labor -fruto del esfuerzo y la vocación de tanta gente bien inspirada- no se detuvo. Si bien un balance de lo obtenido en estos tres lustros muestra que le quedaron cosas en el debe, no se merece de ningún modo el juicio lapidario emitido por Arismendi.
¡Tan dura para estigmatizar al Instituto desde sus orígenes, tan blanda y permisiva para juzgarse a sí misma como patrona del aspirante a yerno!