Goles bobos

Mi nieto, el del medio, juega de golero en el equipo de su colegio. Sabe Dios que he tratado de convencerle de lo contrario. Que es el puesto más ingrato. Que veinte atajadas espectaculares se borran con un gol bobo. Que es demasiado esmirriado para el puesto. Lo probé todo. Y nada. El botija sigue con los guantes puestos. Y yo madrugo sólo para ver la carita que pone cuando, antes de entrar a la cancha, lo despido siempre con el mismo consejo. "Las que van afuera, no las metas en tu arco", le digo, para que siempre entre a jugar con una sonrisa.

Quizá tendría que hacerme tiempo para darle el mismo consejo al ministro del Interior que nos ha tocado en suerte. ¿Usted ha visto qué facilidad que tiene este hombre para meter en propia valla cuanta pelota tenía intenciones de irse afuera?

Ojo, que no ha de ser fácil. El que asume el Ministerio del Interior, como el golero, sabe que está en el banquillo. Y en su caso, la dificultad ha de ser doble. ¿Habrá algo más difícil que ser el rostro de la autoridad en un gobierno que, desde el primer día, se ha negado a ejercer ese principio?

Pero -de nuevo- las que van afuera, hay que dejarlas ir afuera. ¿O era necesario que Díaz, recién llegado al cargo, derogara el decreto que habilitaba a la Policía a desalojar empresas ocupadas por sus trabajadores? ¿No era evidente que sobrevendría, fatalmente, una andanada de ocupaciones como la que seguimos padeciendo? ¿No era claro que se estaba pagando un precio muy alto para complacer al poder sindical? ¿No hubiera sido mejor pensar primero y hacer después, para no tener ahora que borrar con un decreto inapropiado el mal que ya se hizo? ¿No se hubiera evitado el triste papel que hace ahora la Policía, cuando llega a una planta y son los obreros los que ejercen la autoridad?

¿Y las cárceles? ¿Se acordaba alguien de la mala idea de Mujica durante la campaña electoral, cuando propuso liberar presos? Y entonces, ¿para qué Díaz insistió tanto en su proyecto de "humanización" del sistema carcelario, que sólo puso en nuestras calles a decenas de delincuentes que tanto trabajo costó en su momento atrapar? ¿Puede aceptarse que Díaz hable de "bajas tasas de reincidencia", cuando cada vez que uno de sus liberados reincide alguien resulta despojado de sus bienes, o herido, o muerto? ¿Cómo sabe que la gente que liberó no es responsable de los delitos que nadie aclara? ¿Cómo sabe?

Y se podría seguir. Después de los elogios que desde el Ministerio del Interior se hacían al inspector Navas, ¿había que empujarlo a la renuncia de esa forma? ¿Y con el jefe de Policía de Rocha, el inspector Valmagia, se obró bien al cesarlo sin una explicación, para luego decir en la prensa que se deseaba otro relacionamiento con la comunidad? ¿Por qué se habla de "humanización" cuando se trata de los delincuentes, pero no se trata de manera "humana" a los policías a los que antes se designó?

Y en cuanto al relacionamiento con la comunidad, ¿podría explicar el ministro cuál es el modelo que persigue? ¿Acaso el de la jefa de Policía de Maldonado, que hace algunos días, hablando sin saber de lo que hablaba, dio a entender que al delincuente que asesinó a sangre fría a un empresario, por la espalda y de un tiro en la nunca, se le escapó el tiro? ¿Qué sanción habrá para esta oficial que sugirió que la culpa de un crimen era de la víctima y no del delincuente al que, dicho sea de paso, todavía no ha podido atrapar?

¿Y la inseguridad en Punta del Este, Maldonado y San Carlos? ¿Y los crímenes que se suceden sin que la Policía tenga respuestas? ¿Y lo que está pasando en Montevideo, donde ya no se puede salir a la calle mientras Díaz maneja porcentajes fríos y dice que el delito no crece? ¿No será que la gente ya ni hace la denuncia? ¿Para qué, si igual la Policía está inerme y pasiva, como el ministro que la conduce?

El otro día a mi nieto le hicieron siete goles, pobre. Al partido siguiente, fue al banco. Al ministro Díaz, ¿no le habrá llegado la hora de verlo por televisión?

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