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Abruptamente, la confitería Richmond cerró sus puertas

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El fin de un café notable

La histórica confitería Richmond de Buenos Aires, en Florida al 400, cerró sorpresivamente sus puertas, dejando en la calle a sus empleados que reclaman el pago de salarios e indemnizaciones, y a muchos argentinos con la tristeza de perder un ícono cargado de historias y tradiciones. "La Richmond era mi refugio en pleno centro de Buenos Aires. Para mí, era entrar en un lugar mágico a la salida de la oficina en medio del caos de gente, era como ingresar en una película del pasado", dijo a la AFP Hebe Piano (55).

La Nación/GDA- AFP

La legendaria confitería de la peatonal Florida de Buenos Aires cerró sus puertas abruptamente entre gallos y medianoches, para dejar lugar a un local de ropa deportiva de una compañía estadounidense.

La Richmond que fue inaugurada en 1917 y formaba parte de los 54 cafés notables de Buenos Aires, es decir, con valor patrimonial propio, fue ocupada el martes por sus mozos y encargados, la mayoría con más de 30 años de antigüedad en la firma, que quedaron en la calle y reclaman el pago de salarios caídos e indemnizaciones.

El mismo martes los empleados elevaron un reclamo al Ministerio de Trabajo para que se resuelva su situación laboral en medio de algunos tironeos con los apoderados del grupo inversor propietario de la confitería. Es que, según señalaron a La Nación, nadie les había informado del cierre de la Richmond, aunque los trascendidos sobre un inminente fin eran conocidos. De hecho, la Legislatura había aprobado la semana pasada un proyecto para declarar la Richmond patrimonio histórico de la ciudad, lo que, sumado a su condición de bar notable, podría servir para amparar el sitio. La ley de protección histórica votada por la mayoría demorará 10 días hasta su promulgación final.

"El establecimiento está tomado hasta que nos paguen lo que corresponde", gritaba por un megáfono Ángel Ruiz, el mozo más antiguo de la confitería, donde trabajó casi 40 años.

En una mesa se recolectaron firmas para presentar un amparo ante las autoridades del gobierno porteño.

"Trabajé el sábado hasta las ocho de la noche y el domingo empezaron a sacar todas las sillas y pusieron un candado. Nadie nos avisó nada. Alguien entró y nos robó todas nuestras pertenencias del vestuario. No tenían necesidad de romper todo", contó José Maciel, mozo desde hace 27 años, mientras mostraba las puertas de los lockers abolladas.

No hubo aviso de cierre para él y los otros 13 empleados que quedaban en la cafetería, que llegó a emplear a 40 meseros en sus épocas de gloria, pero las versiones sobre su supuesta venta para abrir un meganegocio de artículos deportivos habían sembrado la alerta.

UN BAR TEMÁTICO. Consultado por La Nación, un supuesto apoderado del grupo inversor que prefirió no dar su nombre expresó que el lugar no había sido vendido. "Alquilamos una parte a Nike -la marca de indumentaria deportiva- y la otra parte va a ser un bar temático que se va a llamar también Richmond, pero será más chico. Se llevaron los muebles para reacondicionarlos. Ya se pagaron 10 indemnizaciones de 25 y los 12 empleados que ahora están protestando siguen trabajando acá, en el nuevo bar", explicó el apoderado.

La Richmond atesora en su alma un invalorable acervo cultural. En sus mesas solían reunirse los escritores Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Raúl Scalabrini Ortiz, Conrado Nalé Roxlo, Leopoldo Marechal y Eduardo González Lanuza, que formaban el Grupo Florida, para rivalizar, un poco en broma, con el Grupo Boedo. También pasaron por el área de billares incontables figuras del mundo artístico. La confitería ocupa dos pisos y una superficie de 1.500 metros cuadrados diseñada por el arquitecto belga Julio Dormal, quien estuvo a cargo de la última etapa de construcción del Teatro Colón.

Hace muchos años que ese brillo se había perdido. Incluso en los últimos meses el decaimiento del servicio era un tema comentado entre los clientes habituales. Nada era como había sido ni volverá a serlo, a juzgar por el desmantelamiento que sufrió este martes la confitería.

Esta semana la legisladora porteña María José Lubertino presentó un amparo judicial para detener el "vaciamiento" de la Richmond. "Si bien es difícil competir contra las cadenas, a mí no me afectaría que se transformara en Richmond Sturbucks o algo así para mantener el sitio histórico", dijo la diputada.

Un cálido abrazo

En los años 1920, Borges era un poeta y ensayista de 25 años cuando se reunía con su grupo literario en la Richmond, donde cada día a las siete de la tarde y antes de la tertulia, cumplían con un rito. De pie, alrededor de una mesa, entonaban "La donna è móbile" que Giuseppe Verdi compuso para su ópera Rigoletto, pero reemplazaban la letra original por un himno propio. "Un automóvile, dos automóviles, tres automóviles, cuatro automóviles. Cinco automóviles, seis automóviles, siete automóviles, un autobús!", cantaban risueños. Años más tarde, en su novela Rayuela, el escritor argentino Julio Cortázar ubicó a uno de sus célebres personajes `cronopios`, tomando un café en la tradicional confitería. "Mientras toma café en el Richmond de Florida, moja el cronopio una tostada con sus lágrimas naturales", relata el autor que vivió entre Buenos Aires y París.

"Esto es un ícono cargado de tradiciones y costumbres. Hay mucha historia en sus mesas y es un lugar de encuentro de porteños", advirtió a la AFP Mónica Capurro, de la Comisión de Preservación de Patrimonio. Ella impulsó un abrazo simbólico a la cafetería la semana pasada bajo la consigna "No al cierre de la Richmond", pero no logró frenar la avanzada.

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