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Noventa días para recordar

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Foto: Pixabay

OPINIÓN
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Sin dudas, el último trimestre será recordado como un mojón singular de la historia reciente de nuestro país, por la intensidad y significancia de sus acontecimientos.

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Su primer hito estuvo marcado por un cambio de administración que transcurrió fluidamente, desplazando a una coalición de izquierda que estuvo 15 años en el poder. Hecho que de por sí es natural en el comportamiento cívico de nuestro país, pero que resalta un diferencial respecto a este tipo de transiciones en América Latina.

Luego, casi en seguida, la irrupción de la pandemia que trastocó el programa inicial del nuevo gobierno, volcándolo a la urgencia de enfrentar la emergencia.

Casi en paralelo, la presentación de una ley de trámite urgente (LUC) de vasto contenido recientemente aprobada, hecho que confirmó la capacidad legislativa de una coalición de gobierno integrada por varios partidos.

Por último, la profundización a causa de la pandemia de los desafíos económicos heredados expresados por el alto desempleo, el estancamiento económico y el deterioro fiscal.

Aunque parezca prematuro aventurar un juicio definitivo, no se pueden negar dos hechos importantes. La velocidad de la respuesta del gobierno adaptando su agenda a los nuevos desafíos, y el pragmatismo en el diseño de las políticas respectivas. En ese marco, la postura de ejecutar “todo lo que sea necesario” para enfrentar la pandemia implicó desde el pique canalizar recursos para atender el tema sanitario y paliar los efectos del desempleo creciente.

En algo cuya interpretación corresponde a los cientistas sociales, la sociedad acompañó la propuesta de combate a la pandemia, aceptando la cuarentena voluntaria a pesar de los costos económicos y emocionales que le imponía. Una vez más quedaría probado que a nuestra sociedad —ante la adversidad— se le activa un espíritu de cuerpo que despierta de formas diferentes, pero todas confluyentes hacia la consecución del bien común. Es un activo social intangible, que no oculta disensos, pero cauteriza brechas para enfrentar emergencias y que ya estuvo presente en ocasión de la crisis del 2002.

Eso ha posibilitado que el país ocupe una posición de destaque internacional en cómo viene enfrentado la pandemia. Como resultado, esa cualidad ha sido integrada como un atributo enriquecedor de su institucionalidad. Un hecho que ayudó a la respuesta positiva de los inversores en la emisión reciente de deuda soberana y que, sin duda, se convertirá en un atractivo adicional para atraer inversión directa externa.

También este trimestre singular será recordado por el adelantamiento de cambios que la disrupción tecnológica insinuaba y que llegaron para quedarse. El teletrabajo y el comercio electrónico son realidades que abren nuevas oportunidades, pero plantean nuevos desafíos al acelerar la obsolescencia de las formas tradicionales de organización del trabajo y los modos de comercio. Esta disrupción conlleva irremediablemente a cambios en las estrategias de inversión en plantas físicas, oficinas y depreciación del valor de las existentes.

Dentro de este panorama surcado de incertidumbre, una constante es el desempeño robusto de la cadena agroexportadora, convirtiéndola en el ancla de la actividad económica. Su modo de producción en grandes espacios y la permanencia de la demanda externa a pesar de la pandemia, mitigan el impacto sobre el crecimiento económico negativo proyectado (-4%). Ello nos ubica como uno de los países de América Latina con menor impacto negativo en su crecimiento y con la perspectiva de una salida rápida.

Lo dicho, que no es más que la descripción de hechos positivos, no puede dar lugar a la complacencia. Si eso facilita una salida en “V” que compense el daño de la pandemia, no es otra cosa que el retorno al punto de partida que heredó el gobierno, y que de por sí era desafiante.

Para ello basta mirar la película del último quinquenio, como lo piden ex jerarcas del gobierno pasado para defender su gestión y no la foto del ultimo año y ahí se constata el declinar permanente del crecimiento hasta que se hizo nulo, el aumento constante del déficit fiscal (>5%) y el endeudamiento como su contrapartida, el desempleo superando los dos dígitos (>10%) y una inflación siempre superior al rango meta.

La situación regional proyectada complica la resolución de esos desafíos que ineludiblemente serán el punto de partida, una vez superados los correspondientes a la pandemia.

Tanto Argentina como Brasil hoy están y se proyectan peor a lo que se vislumbraba a principios de año. Al enrarecimiento de sus liderazgos políticos se agrega una situación macroeconómica sin rumbo cierto. Su consecuencia habitual son ajustes cambiarios bruscos que afectan las paridades cambiarias relativas con sus países vecinos.

Esa realidad es un cono de sombra que siempre se proyecta sobre la programación de nuestra realidad económica y que se mitiga hasta cierto punto con la flexibilidad cambiaria, pero que no puede compensar un bandazo cambiario inesperado.

Por tanto, vamos bien, dadas las circunstancias extremas inesperadas que se han presentado y que tanto nos honran como sociedad. Pero recordemos que aún queda casi todo por delante para revertir la situación heredada.

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