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Las mujeres y la igualdad

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Primera Ministra de Nueva Zelanda, Jacinta Arden. Foto: Reuters

OPINIÓN

La igualdad será real recién cuando seamos capaces de hacer lo que queramos en iguales condiciones que los hombres.

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“Hay que desafiar seriamente la expectativa cansadora de que las mujeres sean siempre más capaces, más éticas, más generosas y más inspiradoras. Debemos exigir el derecho a ser tan incompetentes, perezosas e inútiles como cualquier hombre. Ahí es donde reside la verdadera igualdad,” decía Pilita Clark en una columna en el Financial Times (1).

El relato de la mujer haciéndolo todo —una carrera meteórica (el éxito profesional), una familia ideal (la mujer como madre todo terreno), mantenerse en forma y cuidar de su imagen— es además un relato que muchas veces utilizamos precisamente muchas mujeres. Para mostrar que podemos hacerlo todo. Jacinda Arden, la Primera Ministra de Nueva Zelanda, es el epítome de esto. El ejemplo que más cotiza recientemente, al que apelamos para demostrarle al mundo, y a nosotras mismas, que la mujer todo lo puede.

Sin embargo, ¿Qué tan representativo es este ejemplo? Primero, Nueva Zelanda es un país donde es mucho más “fácil” ser mujer que en la mayor parte del mundo. Por ejemplo, el Índice de Mujer, Paz y Seguridad, realizado por la Universidad de Georgetown en Estados Unidos (que mide las diferencias inclusión en la sociedad, sensación de seguridad y exposición a la discriminación: indicadores clave de cómo les va a las mujeres) ubica a Nueva Zelanda en el lugar 14, entre casi 170 países (2).

Segundo, el marido de Arden dejó de trabajar cuando ella dio a luz para ocuparse de su hijo, y ahora si bien volvió a trabajar es quien más se ocupa del niño (el “primary caregiver”).

Arden realmente parece una mujer fantástica: amable, buena líder, inteligente. La crítica no es hacia ella, ni ninguno de los otros ejemplos clásicos de mujeres exitosas. La crítica es a que, en la concepción de la igualdad que buscamos, los ejemplos a los que apelamos son de mujeres que son grandes outliers. Y el efecto de demostración es importante (ver mujeres en posiciones de poder afecta las expectativas y las decisiones de las niñas; he escrito sobre esto en otras columnas), pero la verdad es que la igualdad será real recién cuando seamos capaces de hacer lo que queramos en iguales condiciones que los hombres, incluso de ser tan incompetentes y corruptas como muchos hombres. (Por supuesto no estoy alentando a la corrupción ni a la incompetencia, sino a destacar que esos problemas —en un mundo de iguales condiciones— deberían ser tan presentes en un género como otro).

Relacionado a esto, y consciente de que me puede traer enemigos, también creo que es problemático el apoyo incondicional a que todo lo liderado por mujeres es siempre superior. Por ejemplo, en algún momento por abril/mayo del año pasado circuló por redes sociales y medios de prensa una foto dónde se preguntaba qué tenían de similar Jacinda Ardern, Angela Merkel (Canciller de Alemania), Tsai Ing-wen (Presidenta de Taiwan), Sanna Marin (Primera Ministra de Finlandia) y Mette Frederiksen (Primera Ministra de Dinamarca). La respuesta: todas ellas habían manejado la crisis del COVID-19 con relativo éxito, y todas eran mujeres. Ergo, las mujeres son mejores en tiempos de crisis.

Tal vez es cierto, pero ¿es posible con tan pocos ejemplos? Más aún, la evaluación de Merkel ahora es muy distinta a la de hace casi un año; hace solo unos días Merkel anunciaba que una tercera ola es muy posible en Alemania dada la preponderancia de las variantes. Dos contra ejemplos: Japón y Corea del Sur, que hoy están entre los países más destacadas en el manejo de la pandemia, están liderados por hombres.

En su artículo Clark agradecía, con ironía, por Ursula von der Leyen —la Presidenta de la Unión Europea (UE) — por su mala performance en el manejo de la vacunación en la UE. Así, se pone en duda aquello que las mujeres no siempre son fantásticas y superiores en tiempos de crisis. Y está bien, tampoco lo son los hombres. Ahora, cuando las mujeres obtienen malos resultados, o resultados magros, deberíamos dejar de culpar al género. No es por ser mujeres, es por incompetentes o por mala suerte (o una combinación), exactamente igual que cuando los malos resultados los lidera un hombre.

Además, agregaría que ni en tiempos de crisis ni en tiempos normales. Basta mirar en nuestra región para encontrar ejemplos de mujeres en altas posiciones con resultados muy diversos. Isabel Martínez de Perón, Violeta Chamorro, Cristina Fernández de Kirchner, Laura Chinchilla, Dilma Rousseff, Michelle Bachelet; por mencionar algunas en el espectro político. Por ejemplo, encuentro los logros de Bachelet y los de Fernádez de Kirchner en rincones casi opuestos pero no explico ninguno de sus aciertos ni errores por su género.

El objetivo de esta columna está lejos de minimizar los resultados de muchas mujeres excepcionales que —en un mundo todavía liderado por hombres (en lo político, económico, moral)— han logrado destacarse, ocupar posiciones de liderazgo y obtener resultados exitosos. Lejos de eso. El objetivo es cuestionar el modelo actual donde muchas veces retratamos a la mujer ideal como una mujer mega poderosa, en todos los sentidos, cuando la igualdad se trata de potenciar a esas mujeres, pero también a la mayoría de las demás que —como los hombres— son simples mortales, incluyendo muchas incompetentes, perezosas e inútiles.

(1) Financial Times, “Women must demand the right to be as useless as men,” https://www.ft.com/content/bb565e54-35c5-11e9-bd3a-8b2a211d90d5
(2) National Geographic, “The best and worst countries to be a woman”
https://www.nationalgeographic.com/culture/article/peril-progress-prosperity-womens-well-being-around-the-world-feature

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