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La importancia del por qué y las vidas que quizás no sean

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Sólo mirar al pasado es una forma incorrecta de inferir conductas y de evaluar cambios en las políticas

¿Debería cambiarme de carrera? ¿Vale la pena comprar seguro total para el auto? ¿Merece esta relación tanto esfuerzo? Cuando no son producto de la espontaneidad, las respuestas esa clase de preguntas involucran una de las tareas más complejas que puede llevar a cabo un ser humano: imaginar escenarios ficticios con los cuales comparar alternativas. Requieren proyectar nuestras acciones, pensar cómo responderán terceros, evaluar posibles desenlaces y cómo estos nos harán sentir.

Las cosas no son demasiado diferentes cuando los economistas estudian cuál debiese ser la forma más conveniente de conducir la política de gastos o como debiese comportarse la autoridad monetaria. Duración ideal de seguro de desempleo, subsidios a la innovación y política monetaria óptima, son tan solo algunos ejemplos de cuestiones que guardan un paralelismo cercano con las preguntas iniciales. Quizá por conveniencia o urgencia a la hora de responder estas cuestiones, a veces se toman atajos que distan de lo que hemos aprendido en economía. Al igual que en las decisiones individuales, el analizar la conveniencia relativa de distintas políticas que afectan al conjunto de la sociedad requiere, además, tomar una posición acerca de cómo se evalúa la incertidumbre de los posibles desenlaces y sobre nuestras valoraciones relativas entre el presente y futuro.

¿Cómo van a responder los demás si decido por esta alternativa? ¿Cómo se adaptarán las firmas si el banco central cambia la manera de conducir la política monetaria? A nivel individual, se requiere la empatía de nos pongamos en la piel de los demás y especulemos como ellos responderían. Lo mismo desde el punto de vista de los hacedores de políticas.

Una manera de llegar a una respuesta consiste en solamente proyectar, de las conductas pasadas, como se comportarán las personas afectadas por el cambio. En forma similar, podemos observar el éxito que determinadas políticas han tenido en otros países para evaluar la conveniencia relativa que las adoptemos. En nuestras vidas, a menudo hacemos ambas deducciones. Es una tarea bastante sencilla ya que podemos observar lo qué se ha hecho. Sin embargo, si no entendemos el por qué detrás de las acciones, con dudosa precisión podremos inferir acerca de lo que se hará en el futuro, cuando las circunstancias sean diferentes.

Desde el seminal trabajo de Robert Lucas (trabajo conocido como la “Crítica de Lucas”), sabemos que tan solo mirar al pasado es una forma incorrecta de inferir conductas y de evaluar cambios en las políticas (1). Además de ignorar un principio fundamental de la disciplina económica —que respondemos a incentivos—, si nuestro accionar fue el resultado de seres que hicieron lo mejor que podían, dadas las circunstancias a las que se enfrentaban, ese atajo nos impide que entendamos comportamientos (2).

Siguiendo a Lucas, un modelo de comportamiento, en cambio, permite acercarnos a entender y así predecir cómo se comportarán individuos en diferentes escenarios y poder comparar distintas políticas públicas que puedan llevarse a cabo; nos permite inferir costos y beneficios de escenarios hipotéticos. Estos modelos son, para un evaluador de políticas públicas, símiles a lo que la imaginación es para un individuo que intenta responder las preguntas planteadas al comienzo.

Por ejemplo, las decisiones reproductivas son el producto nuestras preferencias y las circunstancias a las que nos enfrentamos. Si logramos entender el por qué detrás de ellas, podemos evaluar si un subsidio económico directo podría ser más o menos efectivo que un sistema de cuidados a la hora de incrementar las tasas de fertilidad. Sin entender la relación entre circunstancias y accionar individual —quizá La tarea de las ciencias sociales—, poco nos dice el pasado acerca de comportamiento futuro.

Hace poco participé en una discusión organizada por el Banco Central, cuya temática era el nivel deseable de inflación. Aún no contamos con resultados provenientes de un marco adecuado para evaluar si en nuestro país, por decir algo, un 3% es preferible a un 5%, y mi participación reflejó cuán en serio me tomo el resultado de Lucas. Al finalizar, un colega me preguntó por qué mostré escepticismo acerca de lo que sabemos y no había sido más vehemente en la defensa de un número específico; ¡hasta ese día solamente me habían criticado por mi intensidad; nunca por la falta de ésta!

Desde hace tiempo, se me hace que quienes estudiamos el comportamiento humano y sus consecuencias, estamos condenados —o tenemos la suerte; aún no me decido—, a vivir en un océano de dudas e incertidumbre en el cual, cada tanto y con algo de suerte, construimos botecitos de certezas. Mi actitud no es nihilista. Fue en un pequeño barco —el James Caird— en el cual Shackleton cruzó el Océano Austral y así pudo salvar a su tripulación. Pero esa misión no se logró sin una cuidadosa evaluación de riesgos y sin una conciencia plena de las limitaciones de los involucrados.

Más allá de que saber que lo que se ignora también es parte de la pericia, una actitud humilde acerca de lo que sabemos quizá no sea solamente un superficial atributo deseable y sí una indispensable cualidad a la hora de pensar y debatir políticas públicas, especialmente las que requieran consensos.

(*) Columnista invitado. Profesor Asociado en Robert Day School of Economics and Finance (Claremont McKenna College, CA)
1) Lucas, R. Jr., “Econometric policy evaluation: A critique,” Carnegie-Rochester Conference Series on Public Policy, Vol. 1, Pages 19--46, 1976.
2) Dejando de lado perversidades y/o trastornos de personalidad.

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