La reforma laboral: una amenaza al empleo

No importa si es o no una tendencia mundial, lo que importa es evaluar las consecuencias sobre el empleo y la retribución.

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El País

Uno de los temas microeconómicos que en estos días recorre hasta a algunos sectores de la oferta electoral, es el del recorte de las horas diarias de labor para los trabajadores, sin pérdida de la retribución salarial que reciben. No se sabe si la propuesta se hace por ser 2024 un año de elecciones de diversa naturaleza, por otros beneficios, para el acervo de los defensores de la propuesta o por ignorancia de los costos que implicarían sus probables resultados.

La primera de esas razones no merece ni explicación ni comentario alguno, ya que es claro el objetivo del beneficio electoral que persiguen sus impulsores o los competidores que, aún al no estar muy de acuerdo, no desean perder el beneficio en votos que les traería tal propuesta. La segunda de esas razones, más de naturaleza sindical, también es obvia: menor trabajo e igual ingreso. Y la tercera de esas razones es la que menos se discute y en la que solo se fijan quienes —en minoría— soportarían el costo —directo e indirecto— de la propuesta: las empresas. Es que los partidarios de la innovación laboral —particularmente los líderes sindicales— aluden exclusivamente al beneficio que traería la disminución de las horas de trabajo con el mismo salario: más tiempo para un merecido ocio temporal. Pero nunca se debe olvidar que, como decía un destacado Nobel de Economía, “no hay almuerzos gratis”.

Reducir las horas de labor semanal o mensual con igual retribución, es decir sin modificar el salario de los beneficiarios de la iniciativa, implica un aumento en el costo de las empresas para menos servicios recibidos de cada trabajador a lo cual, dada la estructura de costos del empleador, le sigue una reducción de la cantidad demandada de servicios laborales de los trabajadores. En otras palabras, la mayor retribución por una menor jornada laboral del trabajador que para él implica un aumento salarial, para la empresa implica un costo mayor y le induce a contratar menos servicios del trabajo o a sustituirlos por alternativas competitivas de esos servicios.

En el análisis de la propuesta de reducir la jornada laboral se debe tener presente que la demanda por servicios de trabajadores es una demanda derivada de la producción que lleva adelante la empresa que usa esos servicios y la producción es, a sus vez, derivada de la demanda del producto final que la empresa enfrenta en su actividad. La evidencia empírica nos muestra que la demanda derivada por los servicios de los trabajadores depende no solo del salario que se paga sino además de la retribución que reciben factores de producción sustitutivos del trabajo —i.e. bienes de capital, trabajadores con mayor instrucción—, de la demanda por el producto final que producen las empresas, de los precios y costos de los servicios complementarios que se deben pagar a trabajadores —seguro de salud y otros que también implican costos—, así como de otros factores aunque éstos, en general, menos importantes.

Los efectos de la propuesta apoyada no solo por el espectro sindical sino también por diversos sectores del espectro político, implican aumentos de salarios que les llevarían por encima de los precios de equilibrio del mercado y a niveles por encima de los competitivos para las empresas. Y el éxito mayor o menor que pueda tener la propuesta dependerá y solo parcialmente, de algunos factores insoslayables. Es posible, por ejemplo, que una empresa pueda consentir y reducir la jornada laboral sin reducir la retribución, pero para que ello ocurra debe tener cierto poder monopólico, lo que permitiría aumentar el precio de venta del producto final. De todos modos, al subir el precio disminuirá el nivel de ventas y su ingreso.

Otra condición que conspira contra el éxito de la propuesta y que afectaría el nivel de ocupación a la baja es la posibilidad que las empresas puedan contar con insumos y factores de producción sustitutivos en mayor o menor medida, de los servicios del trabajo, en particular en momentos en que se presentan alternativas digitales. Y también conspiran contra la propuesta los casos de empresas que enfrentan una oferta de otros factores productivos relativamente abundante, como por ejemplo cuando se puede cambiar con facilidad la forma de producción, la tecnología que se emplea para la combinación de insumos y mano de obra con la que se produce el bien final.

Se menciona que es posible que funcione la propuesta si, a pesar de la disminución de las horas trabajadas por semana, se produce un aumento de la productividad de la mano de obra: menos horas, igual retribución con la misma productividad de la mano de obra que antes de la rebaja de las horas. Nuevamente se dejan de lado situaciones de la realidad que dan por tierra esa alternativa complementaria. La productividad es un concepto “ingenieril”, de insumo producto y lo que importa es cuando a ese concepto, desprovisto de un valor monetario, se le atribuye valor. Y eso ocurre cuando a la productividad se la valoriza de acuerdo con el precio del bien que el trabajador ayuda a producir. Es así que lo que interesa siempre es el valor de la productividad y no simplemente la productividad. Ante esta precisión es importante señalar que en caso de bajas en el precio del mercado del producto que se elabora con participación de servicios del trabajo, será difícil que se mantenga el empleo de personas que disminuyeron la jornada laboral, mantuvieron su salario, y aumentaron su productividad.

Estamos ante una instancia de definición de algo que no importa si es o no una tendencia mundial. Lo que sí importa es evaluar las consecuencias sobre el empleo y la retribución en instancias que siguen a la de la inauguración de una medida que tendrá una respuesta diferente a la esperada.

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