WILLIAM PESEK | BLOOMBERG
Si busca un caso de estudio sobre el lado oscuro de la globalización, Japón le puede servir.
Hace seis meses los inversionistas estaban emocionados con el esperado regreso de la economía a los números negros. Esto era especialmente cierto para quienes se perdieron el alza de 40 por ciento en el índice accionario Nikkei 225 el año pasado, su mayor avance desde 1986. El incremento lo decía todo: la segunda economía del mundo se había recuperado.
No obstante, el Nikkei sólo ha subido 1,8 por ciento este año y el ánimo en Tokio ha pasado de la euforia a un optimismo cauto. Aunque hay muchas teorías con respecto a la razón del cambio -desde la desaceleración del crecimiento de Estados Unidos y los elevados precios del petróleo hasta las ambiciones nucleares de Corea del Norte- el economista jefe de Morgan Stanley, Stephen Roach, da un motivo que debe recibir más atención: las fuerzas de la globalización.
En cierto sentido, los políticos y ejecutivos japoneses sabían exactamente lo que hacían en los años noventa. En lugar de abrir su economía, desregular la industria y alentar a las empresas a que trasladaran empleos bien pagados al extranjero, Japón hizo todo lo contrario: intentó mantener su modelo de negocios insular junto con un gasto masivo en obras públicas, todo financiado con deuda del Gobierno.
China cambió todo eso. La feroz competencia desatada por la segunda economía de Asia no dejó a Japón más remedio que reestructurar el aparatoso y anticompetitivo sistema. Impulsados por el sector privado, los cambios hicieron a Japón crecer 2,6 por ciento en el 2005, el ritmo más veloz desde el 2000.
ESLABÓN PERDIDO. Ahora que Japón ha pasado de la recuperación a la expansión, se nota la ausencia sorprendente de un eslabón: el consumo privado.
Convertir a los entusiastas ahorradores de Japón en consumidores dinámicos ha sido desde hace tiempo clave para que el crecimiento aumente. Hasta ahora, el impulso ha provenido del gasto de las empresas y las exportaciones, las cuales cada vez más se dirigen a China. Lo que le ha faltado a Japón es un incremento sólido en el gasto de las familias.
Los ingresos no están creciendo como se esperaba. Los salarios, contando tiempo extra y bonificaciones, se mantuvieron iguales en septiembre, y el gasto de las familias bajó 6 por ciento. Los datos sobre gasto de este año pueden hacer que el Banco de Japón lamente la medida adoptada en julio de subir las tasas de interés a corto plazo de cero a 0,25 por ciento.
Si las perspectivas de Japón son tan brillantes como los funcionarios en Tokio afirman y las ganancias de las empresas sugieren, ¿por qué los trabajadores no están recibiendo su parte de esta riqueza? Roach argumenta que la explicación es que las economías más desarrolladas están sufriendo la otra cara de las fuerzas que las beneficiaron durante los noventa y principios de la década actual.
"En mi opinión, esto es un ejemplo inconfundible de una de las paradojas de la globalización: un poderoso arbitraje laboral mundial que continúa ejerciendo una presión incesante sobre la capacidad de generación de ingresos laborales de las economías industriales de elevados salarios", dice Roach en un informe reciente.
EL LADO OSCURO. Todo esto puede convertir a Tokio en uno de los focos del movimiento antiglobalización del mañana. Hasta hace poco, los países pobres eran los que exigían justicia, ya que las empresas y los ciudadanos de las naciones ricas eran los que cosechaban la mayoría de los beneficios. La llegada de la subcontratación en el extranjero (outsourcing) y la creciente competencia de China, India y otras economías emergentes están dándoles a las élites una muestra del lado oscuro del flujo libre de bienes, capital y personas.
Japón tiene algunos aspectos únicos que están afectando a los salarios. Entre ellos se encuentran la eliminación gradual del empleo vitalicio, las preocupaciones por la estabilidad del sistema estatal de pensiones, una población que envejece rápidamente y memorias vívidas de 15 años muy peculiares para el país.
"Pero no pienso que sea una coincidencia el que Japón está sufriendo el mismo problema de compresión del mercado laboral que aflige al resto del mundo industrializado", dice Roach, que trabaja en Nueva York y acaba de concluir uno de los viajes que periódicamente hace al Japón para darse una idea de cómo andan las cosas allí.
MUCHO RUIDO. La competencia en los mercados laborales mundiales, en rápido crecimiento, explica por qué la recuperación de Japón ha sido más ruido que nueces.
Casi nadie espera que Japón vuelva a caer en las crisis de deflación y crecimiento de los noventa. Los bancos están demasiado saludables, los balances generales de las empresas demasiado limpios, los ejecutivos piensan de manera excesivamente internacional y el gobierno ha recibido demasiadas lecciones como para que eso ocurra. Lo que las realidades recientes indican es que a los estrategas les espera una ardua tarea.
Crecer de nuevo no es suficiente. Japón necesita aumentar la productividad de sus trabajadores con la finalidad de poder pagarles más. Debe alentar el espíritu empresarial con el propósito de crear nuevos empleos y de que el Estado no tenga que protegerlos. Debe reducir la deuda del gobierno para que, en el futuro, pueda destinar más dinero a la inversión que al pago de intereses.
No puede ser un indicio alentador que la primera medida económica de un nuevo gobierno sea presionar al banco central de su país para que apoye el crecimiento económico. Este es el caso del primer ministro Shinzo Abe. Esta semana, uno de los asesores económicos de Abe, Takumi Nemoto, pidió al Banco de Japón disponer medidas que "proporcionen apoyo, sin perder de vista la necesidad de salir de la deflación".
DURA REALIDAD. La situación de Japón no es tan simple como mantener las tasas bajas, y los políticos deberían saberlo. Por un lado, Japón no puede erigir nuevas barreras comerciales fácilmente. Por otro, será complicado mantener los elevados estándares de vida de Japón en un momento en que países mucho más pobres están ejerciendo una creciente influencia mundial. Hasta habría que preguntarse si es posible.
Como suele suceder cuando los países pasan de la crisis a una etapa de crecimiento, la euforia impide ver los obstáculos. No obstante, con el paso del tiempo "la gente cae en cuenta de la realidad y, como es natural, la atención torna hacia las dificultades económicas", dice Roach. "Eso es lo que está ocurriendo en Japón en la actualidad".