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El crecimiento potencial del PIB de Uruguay es insuficiente para desarrollar al país

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Bruno Gili – Socio CPA-Ferrere y Catedrático de Consultoría de Negocios (Universidad Ort).

ENTREVISTA A BRUNO GILI

Si Uruguay no logra un mejor desempeño económico sostenido, no hay como satisfacer las expectativas planteadas en la sociedad uruguaya

Este contenido es exclusivo para nuestros suscriptores.La publicación de estimaciones del PIB potencial y de la brecha de producto por parte del MEF, más allá de un insumo para su política fiscal, nos pone de frente al desafío de admitir que el crecimiento posible para la próxima década “es insuficiente para incrementar el desarrollo del país”, según el contador Bruno Gili, consultor privado, socio de CPA Ferrere. Enfrentarnos a una gran revolución tecnológica “no sólo digital, sino también bio económica, donde va más rápido la creación de conocimiento y de tecnología que nuestra capacidad de adaptación, nos obliga a afrontar el diseño de política pública con otros parámetros”. Dice que no hacerlo “es una razón de peso para que, desde 2014, Uruguay prácticamente no crezca”. Gili es responsable del capítulo Uruguay del ranking de competitividad del Foro Económico Mundial, donde Uruguay muestra “escasos avances” en los últimos años. A continuación, un resumen de la entrevista.

—Los resultados que publicó el MEF sobre PIB potencial, en base al trabajo de un comité de expertos, refieren a una tasa de crecimiento promedio para el período 2021-2030 de 2,1%. ¿Qué razonamiento le sugiere este trabajo?

—Primera observación: en el año 2025 recién la economía uruguaya va a llegar a que el PIB real sea igual al potencial. Desde 2014 Uruguay no pasa de su PIB potencial. ¿Qué quiere decir esto? Que tenemos un serio problema estructural. Hay que hacer reformas muy potentes que nos lleven a un crecimiento potencial del 3 o 3,5%, porque si el horizonte es ese 2,1%, Uruguay no va a ser nunca un país desarrollado.

En el centro de la agenda del debate político debería estar eso. Si tenemos un país donde crecemos por debajo de ese 2,1% y de 2025 a 2030 será de 2,2%, ¿cómo hacemos para alcanzar un desarrollo mayor? La brecha con el mundo desarrollado se va a seguir ampliando. Insisto. Si Uruguay no crece una tasa por lo menos de 3%, es imposible construir un Estado de bienestar moderno y justo para toda la sociedad. La capacidad de satisfacer todas las necesidades que el país tiene en términos de demanda de la población, lamentablemente, se aleja. Habrá algunos años mejores, se podrá distribuir un poco más en algún momento, pero poco vamos a avanzar. Ese es el punto. Hay que hacerlo explícito y enfrentarnos al problema.

—En clave política, muchas veces se plantea que haciendo algunos ajustes y aprovechando las condiciones externas favorables, el país puede dar un salto de calidad…

—Molesta mucho cuando se habla con ligereza de la posibilidad de convertirnos en un país desarrollado. No estamos en ese camino.
Veamos el ingreso per cápita en Uruguay, por poder de compra, es de unos 23 mil dólares. La mitad de cualquier país desarrollado. Los europeos más pobres de la OCDE, Portugal o Grecia, nos sacan ventaja. Y con el crecimiento potencial estimado para Uruguay, la brecha, insisto, puede terminar siendo mayor.

—Usted es el responsable de preparar el informe de competitividad del país, que luego el Foro Económico Mundial utiliza para elaborar su estudio global. Dado que se el trabajo se basa en las mismas tres determinantes que lo planteado por el MEF, ¿se puede asegurar que el país está estancado?

—El WEF (foro económico mundial, por su sigla en inglés) busca medir cuáles son los factores que determinan el crecimiento de la productividad y, por tanto, el crecimiento de la economía y su competitividad. Para ello, se basa en las tres mismas determinantes que el MEF: la inversión, el capital humano y la productividad total de los factores (PTF), lo que vendría a ser la capacidad de innovar y de crear.

Si observamos cómo crecen los países más desarrollados, la mitad de su crecimiento corresponde a la productividad. En Uruguay, desde 1998 hasta 2021, el crecimiento estuvo explicado en un 40% por la PTF y un 60% por los factores productivos. Y el factor trabajo explicó más que el 40% del crecimiento en el período. La productividad mejoró, pero sigue siendo el factor de menor incidencia sobre el crecimiento del producto. Si observamos el trabajo publicado por MEF, el único de los tres factores que evolucionó por encima del 2,1% para el período observado desde 2010, fue la inversión; los otros dos, por debajo.

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—Pero, la inversión igualmente es baja…

—Sí. Uruguay necesita una inversión por encima del 20% en relación al PIB, niveles que alcanzó en momentos en que los precios de los commodities eran muy altos, para luego ubicarse varios puntos por debajo. Ahora tenemos una caída en la inversión pública y a nivel privado, aunque hay más solicitud de beneficios para invertir, no sabemos cómo logrará crecer en forma significativa cuando se termine la obra de UPM. Por tanto, la inversión, que parece ser el factor que más empujaba, no está en condiciones hoy de ayudarnos a subir ese crecimiento potencial.

—¿Cuáles son las principales restricciones en cuanto a capital humano?

—En ese factor, uno de los dos componentes es la cantidad de personas. No tenemos mucho para hacer ahí. Lo único que podría pasar es que se sumaran más mujeres al mercado de trabajo o la llegada de migrantes, pero no parece haber muchas posibilidades de incrementar esa tasa de actividad.

El otro componente es el de la calidad de ese capital humano y allí nos encontramos con los problemas en la educación uruguaya. Los 8,7 años de educación promedio de la población uruguaya, está dos años por debajo de Chile, cuatro o cinco años por debajo de Estados Unidos o Canadá, seis años abajo, Finlandia, Corea o Japón. O sea, tenemos un gap de calidad muy importante. Esa es una enorme restricción.

Si sumamos baja inversión y problemas en capital humano, se condiciona la capacidad de innovar, de lograr mayor productividad. Uruguay hoy tiene grandes innovadores y grandes éxitos empresariales, tanto a nivel científico como a nivel corporativo, pero no son suficientes. Es el país el que tiene que dar el salto, no alcanza con algunos profesionales y empresas.

—El reciente trabajo del MEF tiene como objetivo fortalecer la transparencia y credibilidad de las finanzas públicas, pudiendo proyectar mejor el gasto, el déficit público y la capacidad de endeudamiento. A su juicio, ¿hay otro valor implícito que es mostrarnos “un techo” para el crecimiento económico?

—Este trabajo del MEF puede tener un objetivo muy importante en relación con el frente fiscal, pero tiene este otro gran valor, que es mostrarnos en la compleja situación que estamos creciendo a ese ritmo y sacudirnos, hacernos pensar en cómo salir de ese nivel.

Hay que asumir como sociedad que tenemos un problema de fondo. Y más allá de la agenda que nos impuso la pandemia, que puede haber desviado o dejado en suspenso algunas estrategias, yo tengo la sensación de que nuestro sistema político no está discutiendo sobre las determinantes de un crecimiento proyectado tan pobre y de la forma de superar ese nivel.

Podemos estar un poco mejor, tenemos algunas ventajas comparativas naturales que en determinado momento nos generan un mayor crecimiento, pero eso no es suficiente. Si no le agregamos otros componentes va a ser difícil de crecer a otra tasa. Todo eso ocurriendo, además, en un contexto disruptivo y acelerado, donde la brecha con el resto del mundo puede crecer.

—Este año no se publicó el ranking de competitividad global del WEF. ¿Por qué razón?

—La recolección de información se hizo, como siempre, pero se decidió no publicarlo. En 2018, se había ajustado la metodología, donde se incorporó como factor determinante la innovación. Pero, a raíz de la pandemia, que aceleró muchos procesos, se entendió que era necesario hacer nuevos ajustes que fueran más representativos de la realidad. Por tanto, este año no se publica. El WEF va a seguir trabajando con sus socios de cada uno de los países, incluido nosotros, para sacar un nuevo indicador del 2023.

—Luego de haber preparado el informe de este año y con la experiencia de una década haciendo ese trabajo, ¿se podía vislumbrar alguna novedad para Uruguay?

—No habría cambiado mucho la posición de Uruguay en los 12 factores que utiliza el WEF, por los que busca definir cuál es el entorno en que se desarrolla la actividad económica y social por parte de personas y empresas en cada país.

Hay problemas en Infraestructuras, donde tenemos puntos débiles para crecer y nos ubicamos a media tabla en el ranking. Educación es otro aspecto que, como sabemos, no estamos nada bien. Tampoco estamos bien en Eficiencia de los mercados (Bienes y Laboral), lo que nos genera sobrecostos que hacen el país menos competitivo, q además opera como un desincentivo a la innovación.

En cuanto al Dinamismo Empresarial y Capacidad de Innovación, Uruguay necesita una transformación importante y repensar su sistema de innovación, que ha tenido muchos avances en los últimos 15 años, pero la revolución tecnológica del mundo cambió. Hoy se define como una tecnología 7.0, una economía donde se generan clúster de innovación, eso es Silicon Valley, es Israel, es Corea, Finlandia. Ahí el Estado cumple un rol distinto, ya que, para construir ecosistemas innovadores, la relación público privada es esencial. Yo creo que en Uruguay ese tema no está en agenda, no es parte del debate político.

Nuestro país tiene problema en todos los factores que impactan sobre el aumento de la inversión, que pueden mejorar el capital humano y cambiar los factores de producción. Nada de eso hoy tiene una agenda clara de transformación.

—¿Uruguay tiene un marco institucional hoy acorde para encarar estos retos?

—Yo creo que no. Hay una estructura de ministerios que responde a la economía de la primera mitad del siglo XX. Cualquier país razonable hoy tiene un ministerio de ciencia y tecnología, por ejemplo.
Uruguay festeja constantemente que exporta más productos de su cadena agroindustrial, y está bien. Pero no ha sistematizado estadísticas capaces de medir cuánto estamos exportando de servicios al mundo, cuánto de productos tecnológicos de avanzada, saber si son poco o mucho en el mundo. Por otra parte, Uruguay tiene una inversión en ciencia y tecnología que es de 0,4%. Es cinco o seis veces menor que cualquiera de los países que estamos viendo como referencia. Podemos discutir cuánto pública y privada y cuál es el destino, pero es imposible que alguien piense que Uruguay puede cambiar con esos niveles de inversión. Lo que es peor, no percibo cuál es la política pública que opere sobre el rol de la ciencia y tecnología en el crecimiento potencial del país.

En educación, el país gasta por niño entre 13% y 15% sobre PIB en su sistema educativo. Los países de la OCDE están en 22%. No solo tienen más años de estudio, sino que además gastan más por niño. El problema no es solo dinero, pero sin plata los cambios no se pueden hacer.

—¿Qué otras transformaciones son necesarias?

—Uruguay necesita repensar sus instituciones, todo lo que tiene que ver su ecosistema de innovación público-privado, para lograr mejorar los factores totales de producción. Si nosotros no cambiamos eso, no funciona. Eso supone cambiar todo el ecosistema innovador, transformarlo, repensarlo, ponerle más dinero.

También es clave que nuestros mercados sean más eficientes. Hay que discutir todo nuestro sistema de negociación laboral. Es ineficiente el sistema de bienes y servicios; en los sectores transables somos eficientes, pero en los no transables hay mucho para mejorar: transporte, salud, empresas públicas, servicios financieros. Tampoco tenemos mercado de capitales. No hay voluntad política de llevar las empresas públicas al mercado de capitales, eso es un error, que termina incidiendo en el interés de los inversores.

Hay mucho trabajo para hacer y, lamentablemente falta sentido de urgencia en el país.

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