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Aumento de la productividad: pieza clave para elevar el crecimiento potencial

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

El bajo crecimiento de la productividad total de la economía es una de las explicaciones que frenan el crecimiento.

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Uno de los desafíos de la ciencia económica es definir cuáles son los determinantes que promueven tasas de crecimiento del PIB altas y sostenibles. Es sabido que la mejora del ingreso per cápita es la condición necesaria para mejorar el bienestar de los ciudadanos. Al decir del premio Nobel en economía Robert Lucas: “las consecuencias para el bienestar humano asociadas a estos temas son sencillamente asombrosas: una vez que uno empieza a pensar sobre ellas, es difícil pensar en otra cosa”. Es entonces imperioso detectar sus frenos, que lo impulsa y formular políticas conducentes a un ámbito propicio que revitalice el ritmo de crecimiento económico.

La publicación del grupo de expertos convocada por el MEF para articular una regla fiscal, estima el crecimiento del PIB potencial de Uruguay hasta el 2030 en 2,1% anual. Guarismo parecido a las décadas precedentes, que señala que estamos en una meseta en materia de crecimiento, insuficiente para colmar las expectativas de la población en la mejora de su bienestar.
Para darnos un marco de referencia, es conveniente recordar cuando fue el último punto de inflexión al alza en la tasa de crecimiento potencial del PIB y qué factores lo provocaron, para desde ahí reflexionar qué hacer hacia el futuro.

Varios estudios muestran que el crecimiento promedio del PIB uruguayo se robustece a partir del abandono del modelo de sustitución de importaciones y liberalización de la economía, que comenzó a ejecutarse desde mediados de los ´70 de la mano del ministro Végh Villegas.

En un periplo donde no hubo retrocesos y que cubre ya casi 4 décadas, la estructura productiva, la operativa libre del mercado de cambios, la apertura absoluta de la cuenta capital, la eliminación de precios administrados y la reforma fiscal centrada en el impuesto al gasto son algunas de las transformaciones estructurales cardinales de la historia reciente. Uruguay muestra hoy al sector exportador de bienes y servicios como puntal básico de su crecimiento, cuyas palancas de arranque fueron políticas explícitas de promoción de exportaciones, aunadas a mercados de cambios transparentes y tributación neutra para no exportar impuestos.

Al mismo tiempo, se procedió a un programa de rebaja arancelaria con niveles absurdos que actuaban como un impuesto al sector exportador. En materia inflacionaria, se logró llevarla a menos de un dígito después de décadas con guarismos superiores al 50% anual. Se llevó a cabo una reforma de la seguridad social que protege derechos y ayudó a la consolidación fiscal. Todo eso permitió mejoras sustanciales en los indicadores sociales y de bienestar general que confirman las bondades del modelo de crecimiento elegido.

Además, durante ese lapso se constató la presencia de una institucionalidad fuerte que actuó de cerno básico para superar situaciones de crisis extremas, como la del 2002.

Lo dicho no es autocomplacencia, sino para tomar conciencia que nuestra sociedad fue capaz de transformarse estructuralmente en áreas importantes, lo cual muestra su capacidad para lanzarse hacia una nueva generación de reformas que potencien su crecimiento. Advirtiendo que no es un camino fácil, ni de resultados inmediatos. El músculo de la política fue esencial para lograrlo, pues superó resistencias importantes operando muchas veces en territorio desconocido. Pero pudo, y eso es el aliciente para pensar en otro comienzo cuyo momento ha llegado.

Como han señalado varios analistas, el bajo crecimiento de la productividad total de la economía es una de las explicaciones que frenan el crecimiento.

En pocas palabras, se trata de producir más con la misma cantidad de trabajo y capital. Este concepto, de profundo significado que ha llenado bibliotecas, plantea debates aún abiertos en cómo lograrlo. En la lista, figuran, la mejora en la calidad de la infraestructura, la apertura comercial, la educación, la vigencia de marcos institucionales adecuados y del imperio de la ley, todo abroquelado por un entorno macroeconómico estable.

Para darnos una pista por donde seguir, conviene recordar que un estudioso del crecimiento económico como Joseph Schumpeter, visualizaba a la innovación y la difusión del conocimiento como inductores de un proceso de reemplazo de tecnologías y procesos obsoletos que, en el largo plazo, generan crecimiento autosustentable. Su enfoque se inspira en tres ideas básicas: la primera, la presencia de un proceso de acumulación y difusión de conocimiento. Forma elegante de decir que el progreso técnico es un requisito esencial.

La segunda idea es que la innovación requiere de incentivos y protección de sus derechos una vez instalada, para capturar las rentas asociadas que permitan mantener vivo el proceso. Es una referencia a la generación de conocimiento apoyada por el sector público y la vigencia de las patentes.

La tercera es habilitar un proceso de destrucción creativa que viabilice el cambio tecnológico, a través de nuevas firmas con procesos productivos nuevos. Desde aquí se abren varias líneas de política necesarias para una agenda de crecimiento. Primero, fortalecer la inversión en la generación de conocimiento. Segundo, generar las condiciones para que los innovadores juegan un rol relevante en todas las áreas de la economía, facilitándoles los medios para que los innovadores puedan convertirse en empresarios plenos. Por último, generar el hecho cultural de que la mejora de la productividad es una palanca básica del crecimiento que requiere abandonar la idea de una estructura productiva estática.

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