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Argentina y los impactos en Uruguay: más estructural que coyuntural

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Foto: Getty Images

OPINIÓN

Argentina nos debe seguir importando como espejo de lo que no hay que hacer y como guía para internalizar que los canales aún imperantes son más estructurales que coyunturales.

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A pesar de que Uruguay ha adoptado en las últimas décadas un rumbo de la política económica totalmente opuesto al de Argentina, es bueno recordar que la recurrente inestabilidad del vecino país no es un factor positivo ni muchos menos. Al respecto, pueden reconocerse algunos canales, tanto desde el punto de vista financiero como real.

En el plano financiero, cumpliéndose 20 años de la crisis económica uruguaya más importante de la historia moderna, los riesgos derivados de los permanentes desequilibrios macroeconómicos en Argentina sobre el tipo de cambio local, el spread soberano y los depósitos bancarios se han vuelto, a diferencia de aquella época, muy acotados. En el medio, Uruguay mejoró sustancialmente sus regulaciones macroprudenciales, recuperó y posteriormente afirmó su grado inversor, alcanzó el menor spread soberano de la región y consolidó un régimen cambiario de flotación cuasi limpia.

En el plano real, los canales de impacto también se han minimizado. En la última década, mientras Uruguay creció en promedio al 0,5% trimestral desestacionalizado, Argentina lo hizo apenas al 0,1%, evidenciando un claro estancamiento. En este sentido, Uruguay logró cierto desacople tanto en signo como magnitud. Sin embargo, también es cierto que los vientos regionales, en particular, desde el Río de la Plata, conspiraron para alcanzar tasas de crecimiento mayores.

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Al respecto, Argentina ha perdido incidencia como destino de las exportaciones de bienes, en buena medida porque Uruguay diversificó sus destinos extra-región y en parte por su menor demanda. A comienzos del siglo XXI, estas representaban entre un 10% y un 15% del valor total, mientras que en los últimos años dicha cifra convergió al entorno del 5%.

Por su parte, a diferencia de destinos como China o Europa con clara base agroindustrial, la matriz exportadora hacia Argentina presenta la particularidad de estar concentrada en algunos rubros industriales no agrícolas, que en contraste de lo que suele pensarse, su principal mercado no es Argentina, sino Brasil; y en muchos casos ni siquiera es la región. En materia de servicios, la situación luce más compleja. Dos de cada tres dólares que ingresan al país por concepto de turismo provienen desde Argentina. Esta relación se ha mantenido relativamente constante en los últimos años, aún con el cierre de fronteras. En temporadas más “normales”, estos ingresos se ubican entre US$ 1.000 y US$ 1.400 millones, dejando una clara balanza comercial favorable, una vez deducidos los gastos de uruguayos por turismo en Argentina (en torno a los US$ 500 millones).

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El tercer canal real está en el plano cambiario. Actualmente, la diferencia de precios relativos es la más grande de los últimos 20 años. Considerando series históricas de tipo de cambio real bilateral, este se ubica un 55% (a dólar blue) por debajo de su promedio histórico, situación que merece dos destaques: i) parece comenzar a transformarse en un fenómeno más estructural que coyuntural; ii) es más bien un síntoma de que ellos se “abarataron” mucho, que de que Uruguay se “encareció” demasiado.

Primero, Uruguay importa “deflación en dólares” vía menor demanda de bienes y menor demanda de turismo, con potencial efecto negativo sobre el sector industrial no agrícola y el sector turístico. Segundo, Argentina se vuelve más “barata” en terceros mercados en los que compite con Uruguay; aunque su efecto se ve muy limitado por las restricciones que el propio vecino impone a sus exportaciones (cuotas, retenciones, tipos de cambios múltiples). Tercero, aumentan los incentivos de los uruguayos para comprar y adquirir servicios en el vecino país. En otras palabras, bienes y servicios considerados “no comercializables” se vuelven “transables”, con afectación directa e inmediata para el turismo local y el comercio de frontera.

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En esta línea, se vuelve relevante comenzar a internalizar que esa inestabilidad argentina se ha vuelto más bien la regla y no la excepción. Ello es importante a la hora del abordaje de las políticas públicas orientadas a mitigar sus impactos negativos.

Desde un enfoque de precios relativos, poco sentido tendría subordinar la política monetaria-cambiaria a mitigar diferencias cambiarias con la región y/o eventuales problemas de competitividad sectorial. En este sentido, Uruguay debería comenzar a experimentar cambios a nivel micro (y no macro) orientados en esa dirección: i) promover una mayor competencia en sectores no transables y productos importados para permitir reducciones permanentes del nivel de precios de la economía (no la inflación); ii) reorientar las estrategias para la captación de turismo (hacia otros países de la región y el mundo) y promover incentivos para el turismo interno; iii) trabajar sobre los costos locales que impactan en la ecuación de las industrias no agrícolas, promover su diversificación exportadora y, eventualmente, reconocer su dificultad en contextos de ausencia de ventajas competitivas.

En síntesis, no hay fundamentos para esperar una caída de Uruguay atrás de Argentina. En parte, por las buenas razones: Uruguay es una economía con un rumbo de la política económica definido, estable y previsible. En parte, porque los impactos de la inestabilidad argentina se han reducido y son acotados hacia algunos sectores particulares. Sin embargo, Argentina nos debe seguir importando como espejo de lo que no hay que hacer y como guía para internalizar que los canales aún imperantes son más estructurales que coyunturales y, por tanto, las políticas públicas para mitigarlos deberían ser, también, más estructurales que coyunturales.

(*) Economista del Centro de Estudios para el Desarrollo.

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