CARLOS TAPIA
Con los brazos cruzados, despeinado y sonriente, Aquiles parece dispuesto a romper el silencio. El crujir del sillón de cuero en que está sentado hizo que todas las miradas se posaran sobre él. Sin escapatorias, empieza hablar: "Cuando me internaron por primera vez, hace 11 años, vivía con mi tía. ¿O vivía solo?... No me acuerdo. Es que me mudé un montón de veces: estuve solo, con familiares, con novias. Yo tuve muchas novias. ¡Hace un rato estábamos hablando de sexo!". La carcajada del grupo lo interrumpe. Él se ríe y busca miradas cómplices. Cuando todos callan continúa su relato: "En esa época estaba muy mal. Fumaba marihuana y tomaba mucho alcohol. De un día para el otro empecé a escuchar voces, muchas voces que me perseguían, y a sentir palpitaciones. Mi tía me llevó al Maciel, los médicos no sabían qué tenía. Recién acá, en el Vilardebó, me diagnosticaron esquizofrenia".
El 1% de la población mundial padece esquizofrenia. En el Hospital Vilardebó hay 320 camas; el 50% de los hombres y el 30% de las mujeres que duermen en ellas son víctimas de la enfermedad. En estos porcentajes se incluye a los 100 internos judiciales, a quienes aquellas voces persecutorias los instaron a cometer sangrientos crímenes.
Tras contar su historia, Aquiles (este es el nombre falso que él eligió para esta nota) anima a sus compañeros a que relaten las suyas. Todos ellos tienen alguna patología psíquica, ya fueron dados de alta y realizan una pasantía laboral en la huerta del Centro Diurno del Vilardebó. Paulo sufre trastorno de personalidad, Miguel Ángel y Rafael (que decidieron ser presentados con los nombres de dos de los protagonistas del dibujo animado Las Tortugas Ninjas) son depresivos y Michael también tiene esquizofrenia.
A Aquiles lo internaron tres veces desde que los médicos lo diagnosticaron en 1998. En ese entonces trabajaba en una fábrica de neumáticos, cursaba las tres últimas materias que le quedaban para terminar el liceo -derecho, historia e italiano- y además realizaba un curso de periodismo deportivo. Las "muchas voces" le hicieron perder la capacidad de concentración y lo obligaron a abandonar sus actividades. Recién ahora, con 34 años, volvió estudiar. Asiste a clase en las noches luego de trabajar en la huerta. Su última internación fue en abril de 2009.
La esquizofrenia es una psicosis crónica. "Psicosis" porque quienes la padecen viven indiferentes al mundo exterior y "crónica" porque no tiene cura. "Lo ideal es lograr un nivel de compensación para que el paciente pueda estar afuera de los hospitales psiquiátricos, pero en los momentos de agudización o descompensación es indispensable la internación", explica la médica psiquiatra del Vilardebó, Carina Aquines.
El tratamiento que el hospital brinda se divide en tres partes: biológico, psicológico y social. En lo que tiene que ver con fármacos se administran antipsicóticos, antidepresivos y anticolinérgicos; en casos extremos también se aplica electroshock. Tras lograr la compensación comienza el tratamiento psicológico, que incluye no sólo al paciente sino también a su familia -cuando ésta quiere participar-. Luego se trabaja en la reinserción a la sociedad. Para eso el Vilardebó cuenta con el Departamento de Rehabilitación (donde se realizan talleres de música, psicomotricidad, plástica, cerámica, teatro, computación, panadería, jardinería y horticultura) y el Centro Diurno (donde los ya compensados hacen pasantías laborales).
"Hacer que ellos realicen estas actividades es difícil, porque una vez que obtienen el alta prefieren quedarse en sus casas. Nuestro trabajo consiste en educarlos para que vuelvan a tener una rutina", señala la coordinadora del Departamento, Claudia Ceroni. Hoy en día unas 60 personas asisten a las actividades de rehabilitación y ocho a las pasantías laborales.
Nueva vida. "Golpeaba a mi familia. Les pegaba a unos tíos con los que vivía. Era muy violento, no tomaba la medicación y vivía borracho. Al final se enojaron, me echaron y estuve dos años en situación de calle". Michael tiene 40 años, es delgado, despeinado y le faltan unos cuantos dientes. Dice que tiene esquizofrenia desde 2003, pero las psiquiatras del Centro Diurno, Malena Álvarez y Natalia Lagreca, señalan que esto no es así, ya que la enfermedad no pudo despertársele tan tarde.
Michael tuvo tres internaciones, la última en 2005. "Recién ahora mi vida se está encaminando. Por suerte me salió una casita, me la prestó una familia amiga. Igual estoy un poco triste porque hace un mes perdí a mi padre", confiesa. Sostiene que cumple "religiosamente" con la medicación y con las cuatro horas por día que debe estar en la huerta del Centro. Hace dos semanas que tiene novia, la conoció en el asentamiento donde vive. Por eso ahora le preocupa más su aspecto. "Un dentista amigo me está arreglando los dientes", cuenta.
En la huerta del Vilardebó, donde Michael y Aquiles trabajan, hay tomate, berenjena, zanahoria, lechuga, zapallito, albahaca, frutilla, naranja, mandarina, higo y melón. "Y pensamos plantar alguna otra cosita", dice Rafael, el que menos habla del grupo. "¡Te despertaste! Este está medio mudo porque lo dejó la mina", interviene Michael al tiempo que suelta una carcajada.
Las bromas entre ellos, casi siempre sobre mujeres, son continuas. Y aunque la pasantía termina en mayo, juran que se seguirán viendo. "Es que mis únicos amigos son ellos -asegura Aquiles-. Cuando me diagnosticaron esquizofrenia me quedé solo. Ya no se quieren acordar de mí. Tengo un par de viejos conocidos que dos por tres me llaman, pero no más de una vez al año. La mayoría de la gente se abre". Paulo, sin disimular enojo y tristeza, lo interrumpe: "¡No te quieren ver! Te tienen lástima".
Trabajo. La esquizofrenia suele irrumpir en la adolescencia y sus causas aún son desconocidas por la comunidad científica. Algunos expertos sugieren que quienes tienen familiares directos con la patología son más proclives a padecerla, sin embargo no hay pruebas concretas de esto.
Los síntomas para detectarla se dividen en dos: positivos y negativos. Los primeros son los que tienen que ver con el delirio. El paciente se siente perseguido por una amenaza de daño y perjuicio, lo que lo lleva a escuchar voces; estas son las que en ocasiones lo instan a agredir, e incluso los pueden llevar a matar.
En tanto, los síntomas negativos son los que van contra la personalidad. "Hay una retracción hacia otro mundo. El paciente cambia sus intereses, se desapega de los afectos y empieza a tener conductas extrañas. Deja de bañarse o junta basura", ejemplifica la doctora Aquines.
"Hay tantos tipos de esquizofrenia como esquizofrénicos", añade la especialista. Cuantos más síntomas negativos se tengan, peor será la relación del enfermo con el mundo exterior. Mientras que, si el paciente tiende al delirio, o sea a los síntomas positivos, es más fácil controlarlo con medicación. Según Aquines estos últimos pueden trabajar e incluso convertirse en profesionales. Es el caso, por ejemplo, del estadounidense Premio Nobel de economía John Nash, que hoy tiene 81 años y aún batalla contra la enfermedad.
"La inserción laboral de nuestros pacientes es todo un tema, hay miedos y prejuicios. La sociedad es muy estigmatizante", sostiene la directora del Hospital, Andrea Acosta. Y agrega: "Ellos se sienten motivados con las pasantías. Ven dignificada su situación y se hacen de un salario".
Los pasantes reciben apenas 1.500 pesos por mes por su trabajo de cuatro horas diarias en la huerta del Vilardebó; el Patronato del Psicópata es el que paga esos sueldos. Los más afortunados le agregan a esto los $2.280 que cobran por la pensión por invalidez, que se otorga a quien tenga una "discapacidad del 66% o más y que además tenga familia carente de recursos". Menos de la mitad de los pasantes que asisten al Centro la cobran. "Es imposible de tramitar", se queja Michael.
"Lo de las pasantías es genial, el problema es el después. Porque ellos vienen acá, adquieren los hábitos de trabajo, aprenden a comprometerse y a ser responsables, pero se van y no consiguen trabajo", se lamenta por su parte la psiquiatra del Centro Diurno, Malena Álvarez.
Algunos de ellos reciben ayuda de sus familiares; otros, muy de vez en cuando, consiguen una changa. Aquiles reconoce que su situación económica es "desesperante" y que por eso siempre está en busca de "algún trabajo". Pero la tarea es muy difícil. "Las empresas no te quieren. Si contás lo que te pasa, si sos sincero, te tiran para atrás. Te dicen: `Dale, te llamamos`, y no se comunican ni para decirte que no. Es horrible".
Sin embargo la adversidad no les quita las ganas de soñar y de trazarse objetivos. "Quiero armarme mi casita, conseguir trabajo y, con la ayuda de la medicación, seguir bien", dice Michael. En tanto Aquiles piensa hacer una carrera: "Después que termine sexto voy a estudiar literatura. Todavía no decidí si ir al IPA o a la Facultad de Humanidades".
Al ser una enfermedad crónica ellos deben controlarse y tomar medicación durante toda su vida, pero lo fuerte de los fármacos y lo riguroso del tratamiento hace que a veces lo abandonen. "No podemos beber alcohol y son remedios muy fuertes -se queja Aquiles-. Cuando no venga más acá voy a creer que estoy bien y a dejar de tomarlos. Siempre pasa lo mismo y me vuelven a internar".
Patología de alto costo
"La esquizofrenia es una enfermedad incapacitante, invalidante. Las personas van perdiendo la capacidad de valerse por sí mismas, pierden toda autonomía. De hecho, cuando cometen delitos, tiene que ver con que son inimputables. Hay muchos pacientes internados acá que protagonizaron un crimen en momentos de descompensación. Estos no pueden ser procesados ni penados, pero sí deben quedar recluidos" (Psiquiatra del Hospital Vilardebó, Carina Aquines).
"Es una enfermedad que, al afectar a personas jóvenes, tiene un altísimo costo para la sociedad. Es gente laboralmente activa que podría lograr muchas cosas, pero la esquizofrenia les corta el curso de la vida. Por eso el tratamiento consiste en recuperar todo lo que se pueda de lo previo" (Directora del Hospital Vilardebó, Andrea Acosta).
"La inserción laboral de ellos es un tema bastante complejo. Por ahí son personas que en varias áreas pueden rendir mucho más que otra etiquetada de normal, pero no hay una cabeza de incluirlos en el mercado. Para nosotros esto es bastante frustrante, porque les ofrecemos un encuadre de trabajo, una estabilidad, un ingreso, que no es mucho pero los motiva, y cuando esto se termina no hay oportunidades. Esto es un detonante para las recaídas" (Psiquiatra del Centro Diurno del Hospital Vilardebó, Malena Álvarez).