Por María de los Ángeles Orfila
Cuatrocientos metros separan la playa de Malvín de la Isla de las Gaviotas. Desde la costa se ven montículos rocosos, palmeras y cientos de esas aves blancas y negras. Si se afina la vista también se reconoce un muelle. Hay una anécdota que ya escapa a las nuevas generaciones: un día se pretendió cruzar un aerocarril pero finalmente se tuvo que dinamitar la construcción porque se hicieron mal los cálculos y el cable tocaba el agua. Y nada más se sabe de la Isla de las Gaviotas. Está a 400 metros y no se conoce, por ejemplo, la biodiversidad que habita en ese espacio de dos hectáreas; tampoco se conoce que entre las piedras hay grabados y que, al menos uno, es el único relato de un náufragode fines del siglo XIX.

Parque natural.
La Isla de las Gaviotas fue declarada como Reserva Ecológica de la Flora y Fauna en 1990 (ahí se han registrado más de 40 especies de aves y, al menos, seis de estas nidifican en la zona). Desde esa fecha está prohibida la entrada sin autorización. Para realizar esta nota, por ejemplo, se tuvo que pedir permiso al Ministerio de Ambiente y justificar el pedido. El trámite insumió unos dos meses y solo se permitió desembarcar por un tiempo corto (la travesía duró alrededor de una hora entre cruce y exploración) un día del mes de marzo.
No obstante, es normal que lleguen navegantes y nadadores debido a que la distancia con la costa es muy corta. En este caso, Carlos González, de ACAL Náutico Club, quien facilitó el cruce en gomón, explicó que Prefectura Naval vela celosamente el ingreso: si llega a ser vista, la persona será invitada a retirarse o será conducida a las oficinas para recibir una sanción.
En este sentido, González reconoce que burocráticamente no es sencillo organizar las jornadas de limpieza. “Cada vez que venimos, sacamos unas 30 o 40 bolsas de basura”, dice a Revista Domingo. Han retirado colchones, botellas de marcas asiáticas, todo tipo de plásticos, pañales y hasta una garrafa. Durante esta visita era notoria la acumulación de desperdicios.

A pesar de esto, la isla está llena de vida. Del lado de atrás —por el que pasamos de regreso y en un curso que debe ser dirigido por alguien con experiencia por la gran presencia de rocas— descansaban y volaban cientos de ejemplares de Gaviota Cocinera (Larus dominicanus), la especie dominante. Javier Rodríguez, malvinense y socio de ACAL, y González cuentan que las han visto pescando sin dificultad. Allí también se observan ejemplares de biguá, garzas y ostreros, entre otras. A ambos les fascina el silencio del lugar que solo es interrumpido por los graznidos.
La Isla de las Gaviotas también es rica en vegetación. A pesar de que desde la costa solo son visibles las palmeras —las cuatro originales fueron donadas por el náufrago Sebastián Masaferro y cuya historia será contada en los párrafos siguientes—, se han registrado más de 25 especies de plantas con flor; casi la mitad es nativa y alguna de ellas son prioritarias para la conservación.

Los petroglifos.
¿Y quién fue Sebastián Masaferro? Se sabe poco pero lo suficiente: capitán extranjero que fue sorprendido por un violento temporal que hunde su barco en las inmediaciones de la Isla de las Gaviotas. “Naufraga cuatro noches en la isla con su tripulación. Las señales de humo fueron vistas desde la costa y fueron salvados. En señal de gratitud con los montevideanos dona cuatro palmeras que coloca en los cuatro puntos cardenales y algunas plantas” que dieron origen a este parque natural de Montevideo, cuenta Alberto Fernández, investigador y responsable de tareas de rescate y revalorización del patrimonio urbano (divulga sus trabajos en la cuenta @anastilosis_uy). Eso fue en 1893.

Eso se conoce porque Masaferro dejó la historia grabada en una piedra ubicada al lado de una “piscina natural” (hoy con agua bastante sucia) y, aunque está bastante erosionada por la acción de la lluvia, el viento y la materia fecal de las aves, todavía se puede leer: “En el año 1893 por el sr Sebastián Masaferro fueron plantados los arboles”.
Para Fernández hay una cosa obvia: “No se puede dejar que desaparezca”.
Este petroglifono es el único que ha sido encontrado en la isla. Fernández encontró otros: uno que tiene las iniciales C.C. M.Q., uno que es llamativo porque representa un barco fenicio y debajo aparecen los nombres Bety y Rodolfo y unos números, y otro con un pie de una talla 40. Salvo por el de Masaferro, el resto no se puede fechar sino se realizan pruebas. Las iniciales o la inscripción de Bety y Rodolfo pueden haber sido hechas por parejas que alguna vez frecuentaron la isla antes de la prohibición para desembarcar —Rodríguez recuerda que había un fogón y los vecinos hacían picnic o asados varias décadas atrás—; pero quién grabó y por qué el barco fenicio y el pie, por ahora, son parte de los misterios de la isla. Fernández también encontró un maderamen que posiblemente haya pertenecido a la embarcación de Masaferro.

Otra piedra tiene una historia propia: conocida como “la roca de Gardel”, era la que usaba de asiento cuando el cantante iba de visita a la isla en los momentos en los que veraneaba en Villa Yerúa (casa de un amigo en Rimac y rambla O’Higgins, hoy Museo del Tango y el Turf).
Fernández tiene dos ideas: una general (más que ambiciosa) y otra particular. La general es rescatar cada uno de los petroglifos del país (se conocen más de mil), realizando reproducciones en yeso y reutilizando plástico extraído de cada sitio. “Quiero hacer una muestra itinerante por el país para que la gente pueda verlos y sepa cómo identificar un petroglifo”, relata a Revista Domingo. Ya hizo las reproducciones de los petroglifos del barrio de Punta Carretas y del balneario La Paloma.
La idea particular es avanzar en el estudio de los grabados de la Isla de las Gaviotas: explorar toda la superficie —con permiso de Ambiente— para encontrar otros, fotografiarlos, estudiarlos, preparar los moldes, reproducirlos y exhibirlos y así dar a conocer un patrimonio histórico totalmente desconocido.

Los malvinenses observaron entre las décadas de 1960 y 1970 la construcción y fracaso del proyecto del aerocarril. Este pretendía unir la Isla de las Gaviotas con la costa para su explotación turística. Se levantó una torre del lado de la ciudad (en la punta rocosa que une la playa de Malvín Viejo con la de Malvín Nuevo) y la otra estaba en la isla a unos 400 metros. La idea original era, además de realizar el paseo en aerocarril sobre el mar, acceder a un restaurante y a un espacio enjardinado con una vista privilegiada de Montevideo. “Lo estudiamos en Arquitectura. No entendieron que cualquier cable tiene una curva propia. Cuando hicieron las torres tensaron el cable y tocaba el agua. Tendrían que haber hecho una torre tres veces más grande”, apuntó Carlos González del club ACAL. Cada torre medía 30 metros de alto. Se resolvió que el Ejército demoliera las estructuras en 1973 y, aunque la maniobra llevó un año de preparación, Javier, vecino y socio de ACAL, recuerda que la explosión no fue suficiente y quedaron “inclinadas”. La proximidad con la rambla ocasionó que unos cuantos vidrios se hicieran añicos. En la isla se puede ver todavía una gran base de cemente que fue lo único que quedó del sueño del aerocarril.