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Santiago Maratea, un influencer que no hace caridad

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Santiago Maratea, influencer

NOMBRES

Es argentino y organiza colectas en las redes sociales para ayudar a diferentes causas: desde un medicamento para Emmita, una bebé, hasta trasladar a un elefante de Mendoza a Brasil.

“Hola, buen día, ¿cómo estás?”. Santiago Maratea se filma y camina por una casa como si fuese una mañana cualquiera de un día cualquiera. Tiene una remera rosada y una gorra de visera negra. Aunque él ocupa prácticamente todo el plano, de fondo se ve una biblioteca, una planta, una pared blanca, una escalera, un cuadro que dice Nadie en el mundo es ilegal. “Che, te hago una pregunta”, sigue. “De casualidad ¿tenés diez pesos?”, hace una pausa dramática. Silencio. Acerca la cámara a su cara, queda en primer plano — la piel dorada y las pecas, los ojos azules le brillan— dice: “Es para comprar una ambulancia”.

El video es una historia de Instagram y dura exactamente ocho segundos. Es febrero de 2021. Y es el comienzo de todo: Santiago Maratea, argentino, influencer, entonces 28 años y 1,5 millones de seguidores, está dispuesto a juntar toda la plata que sea necesaria a partir de donaciones de sus seguidores para comprar dos camionetas que puedan transformarse en ambulancias para los Wichís, una comunidad indígena del norte argentino. Está dispuesto: tiene todo calculado. Sabe cómo hacer, qué decir, a qué apelar. Sabe quién es la gente que lo sigue y cómo manejarse.
Santiago Maratea puede ser muchas cosas pero es, ante todo, un pibe que conoce y entiende los códigos y las reglas de las redes sociales. Santiago Maratea es una construcción de las redes sociales.

En las historias que siguen, dice: “Si lo conseguimos (al dinero y a las ambulancias para los Wichí) la verdad que es una locura, boludo. Que los influencers y todos sus seguidores drogadictos se junten, se organicen 200 mil personas y puedan llegar a comprar una ambulancia para una comunidad que el Estado olvida, es un flash”. Y después da la clave, dice la posta, explica lo que todos tienen que escuchar para que su primera colecta de tenga sentido: “Parece una boludez porque todo es por Instagram, cada uno aporta desde su casa con el teléfono en el sillón, sin embargo el impacto que podemos tener es real, está en la calle y es muy fuerte, boludo”. Y después viene el secreto, el detrás de escena, el cálculo: si todas las personas que ven sus historias — que como mínimo son 200 mil— ponen 10 pesos, logran juntar dos millones y comprar las ambulancias.

Transmitió el minuto a minuto de la colecta en vivo en Twitch. En cinco horas juntó un millón y medio de pesos. Un día después tenía dos millones: objetivo cumplido. Destapó un champange. Se lo tiró en la cara. Lo tomó de la botella. Lo subió a Instagram: Santiago Maratea es una construcción de las redes sociales.

Santiago Maratea, influencer que hace colectas solidarias
Santiago Maratea, influencer que hace colectas solidarias. Foto: La Nación / GDA

Esa fue la primera colecta. Después siguieron otras: un millón 20 mil pesos para una fundación para personas con Síndrome de Down en Córdoba, 85 mil pesos para que Emi, una niña, se hiciera un estudio por ataques de epilepsia, ocho millones de pesos para una casa para la fundación Madres de la Trata, dos millones de dólares en diez días para comprar el medicamento más caro del mundo para Emmita, una bebé con Atrofia Muscular Espinal, 35 millones de pesos para hacer una fundación para las infancias trans, 10 millones de pesos para que 35 atletas argentinos pudieran viajar al Sudamericano de Ecuador, 12 mil dólares para que Uriel, 1 año, tratara su discapacidad, 16 mil dólares y 300 mil pesos para trasladar a Tammy, un elefante que estaba en Mendoza, a un santuario en Brasil, 34 millones de pesos y 51 mil dólares para los tratamientos de Fede y de Ezra, dos nenes argentinos, 30 mil dólares y un millón de pesos para los tratamientos de Mariana y Julio.

Todo lo logró de la misma manera: haciendo cálculos, conociendo las estrategias y hablándole a sus seguidores. Porque Santiago les decía “guachines, vamos medio millón” o “boludo tenemos que llegar al objetivo hoy” o “guacho no me pidan que me calme porque estamos por logarlo”. Primera persona del plural siempre: la solidaridad al máximo.
Un día, en el medio de una colecta, pidió plata para comprarse cosas para él: un buzo Gucci, una cartera Luis Vuitton, una mesa ratona para su casa. Algunas personas se la dieron. Otras lo cuestionaron: ¿por qué hacía todo lo que hacía? ¿De qué estaba construida la solidaridad de Santiago Maratea?
En su biografía de Instagram dice: “No es caridad lo que hago”. Una vez lo explicó, más o menos así: que él no hace caridad, dijo, porque ayudando a otros también hay un beneficio personal para él, que cuando él trabajaba con una marca de autos les propuso que le permitieran regalar un vehículo a sus seguidores, que les aseguraba que esa acción solidaria iba a hacer crecer sus ventas. Y lo logró: el auto que regaló en redes fue el más vendido de Argentina ese año.

¿De qué está hecho, entonces, un pibe que tiene casi dos millones de seguidores en Instagram y dice que no hace caridad pero que en seis meses consiguió juntar más plata de la que su cabeza puede concebir para ayudar a gente que no conoce?

Santiago Maratea
Santiago Maratea

Siempre le preguntan lo mismo: ¿Por qué es influencer? Y él tiene preparada la respuesta: porque quería ser famoso. Y si le preguntan por qué, él responde lo mismo: porque entendía que la gente famosa, por ser famosa, tenía una visión diferente, una interpretación extra de la sociedad, de la masa. Que él quería tener esa visión, dice.

Nació en San Isidro, una zona “cheta” de la provincia de Buenos Aires. Tenía cinco años cuando salió a pasear con su madre y vio cómo grababan un capítulo de Chiquititas. Ese día todo cambió: Santiago decidió que quería eso, trabajar en la tele, ser famoso.

Otro día se escapó del colegio y entró a Telefé. Hizo lo mismo muchas veces. Adentro del estudio, siempre buscaba acercarse a alguien y le pedía si podía decir que él era su tío, por las dudas, por si alguien quería sacarlo. Pero no lo sacaban.

Mientras, la madre y el padre de Santiago se dedicaban al coaching y le decían, más o menos, que todo lo que él pensara con mucha fuerza lo podía conseguir. Entonces se encerraba en el baño de su casa — el único lugar en el que tocaban la puerta para entrar— escuchaba música y pensaba mucho en que un día iba a ser famoso y que iba a tener una casa gigante llena de toboganes. Y sabía que un día lo iba a lograr: “Yo ya era famoso solo que no me conocían”, dijo a La Nación.

Después, cuando era adolescente, sus padres también le enseñaron que “la vida era una mierda y que si no te pones límites y objetivos nunca vas a conseguir nada”. Y él siempre creyó en eso: en tener sueños y en tomar decisiones — buenas y malas— para que, más o menos, se cumplan. Eso, dijo una vez, sin caer en la meritocracia.

Durante mucho tiempo Santiago fue un pibe que iba a la puerta de todos los canales y de todas las radios — ya no lo dejaban entrar— y esperaba a que algún famoso lo viera y le dijera algo y que lo ayudase, por fin, a ser famoso. Una vez esperó a Adrián Suar durante 14 horas. Una productora le regaló una ensalada. Él dijo que estaba bien pero se la comió igual. En el medio, empezó a usar Twitter y a conseguir muchos seguidores. Todo lo que tenía para promocionarse era eso: las ganas de ser famoso y una cuenta popular en las redes.

Un día vio a Connie Ansaldi, comunicadora, en un café. Entró, la saludó, le contó su historia y le pasó su Twitter. Esa noche Connie le escribió. Después se hizo viral y después lo invitaron a un programa de Guido Kaska y después conoció a Nicolás Vázquez y a su hermano, Santiago, y le propusieron hacer teatro en calle Corrientes, y después Mario Pergolini le dio un espacio en su radio digital, Vorterix.

Santiago Maratea cumpliendo su sueño.

Durante dos años estuvo allí, en el programa Generación perdida, junto a Sofi Carmona. La primera vez que salió al aire fue el 15 de octubre de 2018. De remera blanca, pelo largo atado en una cola y sentado sobre la mesa con las piernas cruzadas, Santiago se presentó en un monólogo, sin puntos, sin pausas:

“De pibe me gustaba robar supermercados, me decían el chorra, fui coordinador de confirmación, me abusaron de pendejo y ya lo tengo naturalizado, de pendejo me hacía el hippie, el típico que decía me gusta la libertad la marihuana y en realidad no quería trabajar, hoy en día laburo todo el día, tengo el sol en cáncer, el ascendente en sagitario y la luna en tauro, me costó un tiempo entender la revolución feminista, fui a siete colegios y de uno me echaron por antisocial, he tenido sexo con pibes y puedo mirar porno gay sin miedo, no leí Harry Potter 5, ni 6 ni 7, me echaron de un laburo por comerme muchos tostados de jamón y queso, estuve preso dos veces en mi vida, una en California por entrar a los estudios Warner sin acreditación y la otra en Vicente López por estar fumando en el río, la primera vez que insulté mi vieja tenía 23 años. Le dije pelotuda. Me agarró mi viejo y casi me rompe la cara de un trompazo, me da mucho miedo el ruido del silencio. Nunca probé la merca, ni la pepa, ni la rola, ni el LCD ni el micropunto. Amo ser millennial (…) jugué al rugby hasta los 15 años, tengo el pito cortado como los judíos, tuve que dejar de ver y de habar con más de 60 pelotudos para ser quien soy hoy, caminé toda mi adolescencia descalzo y tengo tantos callos que podía apagar un cigarrillo con mi talón, lo veo como un súperpoder, no conozco la nieve, nunca fui a Disney y llegué tarde al entierro de mi abuela”.

Santiago Maratea soñaba con ser famoso
Santiago Maratea soñaba con ser famoso. Foto: La Nación / GDA

En 2020 Santiago era un pibe con un programa de radio, muchos seguidores en las redes y una cuarentena obligatoria, que se juntaba con otros pibes con muchos seguidores y una cuarentena obligatoria — Martín Cirio, Lizardo Ponce, Yanina Latorre, Lucas Spadafora— y hacían vivos en Instagram hablando de todo pero sin decir nada.

En 2020 Santiago era un pibe que de autodenominaba artista y que vendía a 20 mil pesos argentinos libros de Harry Potter intervenidos: cada vez que decía Harry, él lo tachaba y le ponía concha. Vendió tres. Fue tendencia en Twitter: #MarateaChorro. Después subió el precio: 23 mil. La obra se llamaba Concha Potter.

La gente hablaba de él.

Santiago Maratea cumpliendo su sueño.

Decían que era un drogadicto, un sucio, un sin talento, un cheto demasiado cheto. Lo cancelaron. Dejaron e seguirlo. Él respondió. Se peleó con todos. Rompió todo.

En 2020 Santiago era un pibe que estaba enojado porque su madre se había suicidado. Después se calmó—le había costado demasiado llegar a donde llegó— renunció a Vorterix porque creyó que era un ciclo que tenía que terminar en lo alto y también a Chevrolet, la marca con quien venía trabajando desde hacía un tiempo.

Entonces apareció Omar, un amigo suyo que era el primero de la comunidad Wichí en irse a Buenos Aires a estudiar abogacía para defender los derechos de su gente y le dijo que necesitaban ambulancias. Aparecieron las causas y la solidaridad y los haters se volvieron menos haters porque entonces era difícil pegarle a un pibe que solo quería juntar plata para ayudar a un amigo y su gente.

***

En La caja negra, una entrevista de Filo News, Santiago cuenta una historia. Dice que cuando era chico se hizo amigo de un pibe que vivía en una villa al lado de San Isidro. Que un día lo invitó a almorzar a su casa y que el pibe le dijo que sí, pero que lo fuera a buscar a la “frontera”, la calle que separaba un lugar del otro. Santiago le preguntó por qué y él le explicó que no podía caminar solo por San Isidro, que si lo veían la policía lo sacaba. Ese día fue como cuando vio Chiquititas y supo que quería ser famoso: una revelación.
“Fue como… ahora entiendo todo, boludo, sacan de mi barrio a la gente que en un punto no se parece a mí. Y eso está muy instalado. Por ejemplo, un chiste clásico de donde yo nací es que por algún motivo los perros le ladran a los cartoneros, a los basureros, a las empleadas, pero nunca le ladran a los chicos que salen de los colegios, a los adultos que viven ahí. Está instalado que realmente hay algo que nos divide, hasta el perro lo ve. Y vos pensás que debe ser así. Salís a la calle real y ves a un cartonero y te da miedo, pensás que te va a hacer algo malo, porque es lo que te instalaron. Bueno, sacarse eso de la cabeza es un laburo muy fuerte. Todos quieren tener calle. Yo no sé si tengo calle, pero si tengo un poco, me la busqué yo, boludo, tuve que atravesar varios muros para encontrar la poca calle que tengo”.
¿De qué está hecho Santiago Maratea? Quizás de algo de todo esto.

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