Lo tengo” -le dijo a su esposa- logré descifrar el algoritmo predictivo en secuencia con lo que no hay pronóstico matemático que no pueda hacer, los puedo hacer todos, casi de todos los asuntos y casi de todos los problemas que tenemos adelante. ¡Podemos dar un salto cualitativo enorme! ¡Esto es como el descubrimiento nuclear!
“¿Todos?”, dijo su esposa, con voz entre asustadiza y entusiasmada. “Todos”, afirmó él, lapidario, y se rio, como cuando alguien hace un chiste jacarandoso y genera una hilaridad estridente. Su risa era contagiosa. Se abrazaron porque la vida de ambos se procesó delante de computadoras. Los dos sabían que aquello no era un golpe de suerte sino el resultado del esfuerzo de décadas.
A la semana hizo una apuesta en la lotería Megamillion americana por US$ 750 millones acertando los 12 números exactos. Había logrado pronosticar con acierto la secuencia porque su algoritmo descifraba el patrón, eliminaba el sesgo y así su programa enunciaba con precisión el número que irrumpiría. Era casi magia o parecía magia, pero no lo era, era cierto. Mandó a cobrar el premio por un amigo y gozó al saber que no fue en vano todo lo que estuvo encerrado estudiando. Tenía 53 años en ese momento.
A los pocos días se trasladó a la NASA a explicar los errores de cálculo que tenía el proyecto del viaje a Marte y se rieron de él. Les escribió luego y les mostró con un planteo matemático explícito -en seis carillas- los errores que cometían en sus proyecciones y terminó en una reunión secreta con ellos y los chicos del bosque Langley. A esa altura, Max Rosen ya estaba a punto de ser una celebridad.
La reunión que le solicitó un afamado infectólogo fue el principio de todo. El individuo lo citó a su oficina y le mostró la evidencia de una pandemia incipiente que estaría incubándose con los gatos. Los gatos estaban a punto de enfermar a la humanidad. Le mostró lo que estaba pasando y le dijo que tenía miedo de que esa enfermedad, derivara inevitablemente en un virus que pudiera hacerle daño a mucha gente.
Max tomó con seriedad el planteo porque aquel individuo era el afamado médico admirado por tantos (y odiado por tantos otros, es verdad) por lo que no creía que aquello fuera una frivolidad. Y, además, su gato Ricky era su amor eterno. Era el gato de su padre.
Esa noche no durmió, pero no logró desentrañar el problema, su computadora no tenía el potencial. El virus poseía una composición compleja. La enfermedad en clave de virus tenía una medición por orden, familia, género, especie y un numero matemático, pero al pasar a ser un virus masivo mutaba a otra. La clave era advertir si los distintos tipos de sangre humana podrían reaccionar favorablemente a la acechanza del virus.
A las nueve de la mañana del día subsiguiente creyó que no llegaría a encontrar la verdad, pero aprovechó su amistad con la NASA para hacer todos los cálculos con los servidores más potentes de allí. Lo ayudaron y al final de la tarde tuvo la respuesta.
La evidencia de sus cálculos arrojaba que todos los tipos de sangre lograrían montar anticuerpos excepto el RH nulo. El RH Nulo moriría inevitablemente. La ciencia sabe que son pocos los que tienen esa sangre, quizás ni un centenar de personas en todo el planeta: esos no lograrían sobrevivir al despiadado infierno que inocularían los gatos en todo el planeta. La muerte sería en menos de 24 horas. Solo era una constatación de algo que sucedería ineluctablemente. Max era RH Nulo.