Se puede ser principista o se puede ser una rata. No hay zona intermedia. La gente se ubica en esos exquisitos lugares a lo largo de su vida.
Está lleno de individuos embebidos en sus miserias que se consideran principistas, pero a la hora de los bifes discuten por la propina y juegan en cancha chica. Están también los que parecen pequeños y resulta que tienen sentido magnánimo de sobra ante situaciones límite que pone el destino. Lleno de héroes anónimos haciendo el bien por allí. Hay de todo en la viña del señor.
Lo que está claro es que el verdadero principismo implica respetar valores morales, estar en el territorio de la verdad (no la de todos, nuestra verdad), ser íntegro con los demás, ser leal y ser honesto con todos. No es tan difícil.
Los principistas verdaderos andan por todos lados, son gente que dan mucho más de lo que reciben, son personas que se juegan por sus creencias (Jesús era de estos para sus fieles), son servidores que no miden de manera maquiavélica lo que acontece al zambullirse a una piscina, son humanos que se entregan a sus causas y son buena gente (de derecha, de izquierda, de lo que sea). Y los hay en todos los terrenos, más allá de la política que siempre es un terreno reduccionista.
Hay algo tangible e intangible en los principistas, algo que se nota y algo que se deduce. Los principistas de verdad no tienen que hacer esfuerzos de marketing para sostener sus narrativas, simplemente las sostienen y -en el acierto o en el error- se les nota su frontalidad, su postura límpida, su entrega.
Los que trabajan para que les crean -su supuesto principismo- en realidad, causan nauseas, aburren y se delatan a sí mismos en su eterno narcisismo.
Un problema que se tiene en la sociedad del desparpajo es que en el barullo generalizado ya no se logra divisar claramente quienes son los principistas, quienes son los locos y quienes son los cretinos de siempre que nos venden buzones. El relajo es tan grande que la gente no tiene claro lo que acontece.
Por supuesto que los principistas verdaderos logran ser reconocidos al final del camino, pero se empieza a complicar el asunto en el delirio actual.
Es que el desparpajo es un asunto complicado: cualquiera que chamuye un poco, que empuje, que la reme con pose de Cicerón, que diga algo con cara de convencido y con voz rimbombante pasa por personaje. El examen ciudadano es pobre. Y -repito- está lleno de estos individuos (e individuas, juassss) que nos llevan de pesado, que con arrogancia y tupé parecen comprarse el mundo. No son principistas por creerse Napoleón y meter a fondo, son sabandijas.
Yo sé que lo que afirmo es porque soy un adulto grande. Si mis hijos leyeran esto me dirían eso. Pero me canso de las careteadas, me canso de los falsos principistas. En realidad, el dogmático no es un principista, es un imbécil. Los principistas pueden distender posiciones, aprender del otro, saber que se tiene que acordar con el adversario y nunca pensar en el beneficio personal. Eso también eso ser principista porque lo que importa es el mejor resultado para la gente y en ese camino las líneas rectas no siempre son lo ideal. En fin, en estas horas espirituales para tantos, el principismo en la acción del ser humano es vital. Eso es lo que admiramos de tantos que nos rodean y eso es lo que nos duele cuando falta. Tengan linda semana y buenas Pascuas.