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María Rosa Oña: "Dos por tres, necesitás un par de sopapos"

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María Rosa Oña

EL PERSONAJE

Quiso ser actriz, vivió de ser dramaturga y después descubrió que lo que realmente le gustaba era ser comediante de stand up, para poder decir lo que quería.

Si el humor es cosa seria, como dicen que decía Winston Churchill (en rigor, el político hablaba de la broma), entonces María Rosa Oña es una de sus más aplicadas y concienzudas cultoras. Con libro recién editado  —"El comediante en su laberinto"— Oña se prepara para volver a los escenarios. El libro le llevó más o menos un año, y durante ese tiempo dejó de lado sus shows para concentrarse en escribir.

Pero Oña no solo prepara su vuelta a la comedia. El año que viene, si todo sale como planea, volverá a presentar una nueva obra de teatro de su autoría, la primera que estrenará en siete años. “Hay un personaje que me está costando bastante. Los demás tenían todos ganas de salir, de hablar, pero este...” dice con un dejo de resignación.

El teatro fue el primer amor de Oña. Empezó como actriz, estudiando con algunos de los más grandes nombres del teatro nacional, como Luis “Bebe” Cerminara, Alberto Restuccia y Delfi Galbiatti. Quiso ser actriz porque, de chica, quería ser todo: maestra, enfermera, la Mujer Maravilla. “Entonces, actuar era la manera de ser muchas cosas distintas, al menos durante un rato”, comenta ahora.

Pero cuando empezó a actuar, se dio cuenta de que tampoco ahí estaba su vocación: “Es terrible lo que voy a decir, pero me aburría tremendamente hacer el mismo personaje función tras función, decir siempre lo mismo. Lo ideal para mí sería ir cambiando de personaje todo el tiempo”.

Pero no tuve que cambiar completamente de rubro para hallar algo que hacer con pasión. Aunque la actuación no resultó lo que ella imaginaba, se dio cuenta que escribir sí era mucho más satisfactorio. Había leído mucho durante su infancia, y también había escrito mucho. Era la “típica” alumna que pasaba al frente para leer su redacción. Además cuenta que tenía dislexia, lo que la motivaba aún más a escribir. Por eso, no le resultó tan extraño ponerse a escribir una obra de teatro, "Solipsismo", que ganó un premio en la movida de Teatro Joven.

En aquella época, mediados de la década de 1990, Oña era una joven madre. Había tenido su primer hijo a los 19. “Siempre tuve a alguien con quien dejarlo mientras yo o su papá teníamos que salir a estudiar o trabajar”, recuerda y agrega que lo más caótico fue cuando estudiaba. “Cuando empecé a escribir obras de teatro, en cambio, no fue tan complicado. Mi hijo miraba la tele y yo escribía. Mi hijo jugaba y yo escribía. A veces hasta jugábamos juntos, y él me ayudaba a escribir. Me acostumbré tanto a esa manera de trabajar que ahora, si no hay nadie en casa, prendo la radio o la televisión para que haya ruido y así poder escribir. A veces, hasta me voy a un bar para escribir. Tiene que haber ruido”.

En sus inicios como dramaturga, Oña se dio cuenta de que podía vivir del teatro. Había recibido un premio por su primera obra, y la segunda —"Maldita Dolly"— había sido nominada a un Premio Florencio en la categoría Revelación. No iba a hacerse millonaria, pero viviría.

Seguramente hubiese seguido como dramaturga de no ser por un amigo, que le preguntó si no quería ir a un taller de stand up que un comediante argentino, Diego Wainstein, iba a dar. “Cuando me dijo stand up, lo único que yo conocía de eso era lo que había visto en la serie 'Seinfeld', y las partes que él estaba en el escenario, justamente haciendo stand up, me gustaban. Además, eran solo tres meses. No tenía nada que perder”.

En ese primer taller se dio cuenta que en el humor en general, y en esa forma de hacer humor en particular, halló lo que más le gusta hacer. Pero provocar la risa en los demás parada en un escenario con un micrófono es mucho más difícil de lo que parece. “Diego nos hizo ver eso en seguida, que no era nada fácil, todo lo contrario. Y nos dijo, también, que había que trabajar mucho, que era un proceso largo”.

La nueva disciplina le gustó tanto que Oña se metió de lleno en ella, aunque no tenía mucha idea de lo que quería hacer o decir. “No, al principio no sabía muy bien qué estaba haciendo. Y tardó en caerme la ficha de lo que quería decir. Pero cuando lo hizo, me saqué un peso de encima”.

Stand up
El micrófono como único soporte para conquistar el público.

Oña sostiene que más allá de que hay que tener en cuenta al público que la va a ver pagando una entrada, lo que el o la comediante tenga para decir es importante. El stand up tiene, dice, muchas sorpresas. A veces pasa que lo que uno pensaba que iba a funcionar, fracasa. Y aquellos comentarios que parecían de relleno, terminan siendo un gran éxito. Eso le permite al comediante aprender, e ir ajustando su repertorio, mejorando detalles, o descartar partes enteras. Pero ese componente puramente técnico, agrega, no invalida que haya otra parte del espectáculo en la cual la comediante diga lo que quiere, por más que no provoque risas. “No estoy de acuerdo con esa premisa de que cada tanto tiene que haber risas para que sea considerado humor. Es medio mecánico eso. Hay cosas que voy a decir aunque no sean las más graciosas, porque están bien escritas, y porque me gustan”.

Es que el stand up, una disciplina “rara e híbrida” dice ella, permite eso: hablar de diferentes cosas, siempre desde un lugar propio y desde una mirada personal. Por eso es que un comediante de stand up tiene que escribir su propio material. “No es un unipersonal de humor, en el cual hay un actor que interpreta un texto que otro escribió. Soy medio purista en ese sentido. Si no lo escribiste vos, no es stand up”.

Esa mímesis entre autora e intérprete lleva a varias preguntas. Una de ellas es de índole política. Si lo que está diciendo la comediante en el escenario es su opinión, entonces ahí puede haber una tensión, un debate entre lo que dice la comediante y lo que opina alguien del público. Oña está de acuerdo, pero dice que ella ha constatado que el humor político, si está bien hecho, funciona más allá de banderías y adhesiones. “En una época, hacía chistes sobre el Partido Colorado y Rivera, y venía gente colorada a decirme que se había reído mucho”, más allá de que en sus monólogos hubiese críticas a ese partido político.

   

—¿Y qué hay de otro tipo de humor? ¿No está mal visto hacer humor machista actualmente?

—Sí, y está bien que esté mal visto, porque quiere decir que ha habido un quiebre cultural. Ahora bien: aunque esté mal visto, el que quiera hacer humor machista tiene derecho a hacerlo. Además, el humor es algo tan maravilloso que si el chiste o la anécdota es buena, yo me voy a reír igual, aunque sea un chiste ofensivo. La pregunta es: ¿eso es humor? Porque puede ser una observación, sin remate, sin estructura, hecha solo para pegarle a alguien. No vale luego escudarse en ‘Pero era un chiste’. Si es humor, si está bien hecho, puede ser ofensivo que me voy a reír igual. Pero tiene que ser humor”.

Esas posturas respecto a cómo pararse en un escenario para decir o dejar de decir ciertas cosas la han llevado a no actuar en ciertos lugares. “Sí. Hay lugares a los que no voy. Me cuesta mucho subir al escenario luego de un comediante que hizo muchos chistes machistas, o que basó todo su espectáculo en alusiones al sexo. Eso habla muy mal de mí, y tengo que trabajarlo”.

Donde sí se siente a gusto es entre comediantes que recién arrancan a hacerse su propio camino en el mundo del stand up. Es un camino, dice Oña, con muchos riesgos, y donde uno puede perderse. De ahí que use la imagen del laberinto en el título de su libro para ilustrar ese trayecto. El Minotauro, esa figura mitológica que acechaba en el laberinto de Creta a quienes se adentraban en él, también espera por comediantes que se la creen demasiado. “En estos años he aprendido a disfrutar de la caída, de los fracasos”, afirma. Porque esos fracasos son una buena oportunidad para aprender, y para mantener controlado al otro gran enemigo: el ego. “Dos por tres, necesitás ir a algún lugar donde no te conozca nadie para llevarte un par de sopapos”.

Gustos y preferencias de una comediante

un escritor
Haruki Murakami

Lectora empedernida, le cuesta mucho elegir un autor. Pero finalmente se decide por Haruki Murakami. “Por la forma en la que une la realidad y los mundos mágicos, por incluir la música de alguna manera en sus libros y por sus personajes atravesados siempre por una melancolía incómoda”.

Un artista musical
David Bowie 

Oña también es melómana. “Me viene de familia. En casa se escuchaba muchos tipos de música distinta”, cuenta. Para ella, el favorito es el británico David Bowie, por la capacidad que este tenía de “inventarse y reinventarse una y otra vez”. Y, también, por “la poesía de sus canciones”.

Un comediante
Eddie Izzard

El stand up es una disciplina estadounidense, y en Estados Unidos están muchas de las máximas estrellas. Pero para Oña, el comediante favorito es el artista trans inglés Eddie Izzard, un cómico británico que tiene una larga y destacada trayectoria, tanto en su país como fuera de él. “Es simplemente genial”, dice Oña.

el comediente en su laberinto

La grisura uruguaya

El libro, que ella presentará el próximo miércoles 9 en la Feria del Libro, reflexiona sobre los mecanismos del humor, y también sobre los rasgos idiosincráticos de una manera de hacer reír. Para ella, hay un humor uruguayo. Y lo califica de “humor gris”. Pero no es un término peyorativo, aunque es consciente de que para muchos, el adjetivo “gris” tiene connotaciones negativas. Oña elige ver el humor uruguayo como el resultado de la mezcla del blanco y el negro. “Nos gusta mucho el humor blanco, ese que se puede disfrutar en familia y que es, para mí, un legado de Telecataplum, programa que yo veía de niña con mi familia. Pero al mismo tiempo, también nos gusta mucho el humor negro. En mi familia, en las situaciones más duras, siempre había un chiste que provocaba una risa. Pero lo he constatado profesionalmente también, cuando se anuncia una ‘Noche de humor negro’ que luego se convierten en muchas noches así, porque hay una gran demanda. Es como que encontramos algo gracioso en situaciones que otros no. Como la retirada de una murga: es algo triste, pero nos ponemos contentos si es la mejor del carnaval. O en el dicho ‘Qué suerte que llueve así puedo hacer tortas fritas’”.

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