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Lo que se baila en los sótanos

| El Hot Club de Montevideo cumplió 60 años. Es la segunda institución de jazz más vieja del mundo. Un público numeroso y heterogéneo los elige cada viernes.

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CARLOS TAPIA

El hombre acodado a la barra tiene poco más de 40 años, acaba de guardar la billetera y ahora balancea su vaso de whisky para provocar el inaudible sonido que hacen los hielos al chocar entre sí. A pocos metros un tipo alto, muy alto, sentado en la punta de un largo sillón, come una pizza con la misma voracidad que un tigre mastica a su presa. Más lejos, en una de las preferenciales mesas de cara al escenario, una pareja de modernos hippies se besa con descontextualizada pasión. En tanto, todos los que están marginados, lejos, sobre las escaleras, comparten una misma posición con el objetivo de no entorpecer el paso: de rodillas y arrinconados contra la pared.

Hay algo que une al variado auditorio que colma este caluroso y pequeño sótano: todos mueven sus cabezas, chasquean los dedos o golpean los pies contra el piso al ritmo de la música. Y, cada vez que alguno de los intérpretes culmina una difícil improvisación, aplauden al unísono. El respetuoso ritual se repite todas las noches de viernes en el bar Kalima, de la mítica esquina de Durazno y Jackson, donde el Hot Club de Montevideo brinda sus íntimas y gratuitas sesiones de jazz.

Por tan solo dos años la uruguaya no es la institución jazzística más vieja del mundo. Con sus recién cumplidas seis décadas guarda un decoroso segundo puesto tras la decana con sede en Los Ángeles. "Si nos mantuvimos durante todo este tiempo fue por esfuerzo y fanatismo. Para el que escucha o toca jazz, salvo algo de clásico, no existe otra cosa. Es un ritmo que está a otro nivel. El organizador del Jazz Tour, Philippe Pinet, dijo una vez que esta es la más culta de las músicas populares. ¡Y tiene razón; aquí somos todos chicos con una sensibilidad especial!", resalta Horacio "Bocho" Pintos, fundador del Hot Club montevideano.

Tiene 82 años y un brillante saxo dorado. Educado, relata la historia de la institución que preside al tiempo que finge no tener prisa. Sin embargo, sabe bien que una vez que su colega Rolo Suzak apoye los dedos sobre el piano él y su instrumento deberán salir a escena.

Fue en 1948 cuando Francisco "Paquito" Mañosa emigró desde la Barcelona franquista hacia Uruguay. Llegó con la idea de fundar un club de jazz, una música casi desconocida en el tanguero Montevideo de mediados de siglo. "No solo no lo escuchaban, sino que nadie sabía qué era", recuerda y ríe Pintos. Pero Paquito no se rindió y se presentó una tarde en los estudios de CX 48 Radio Femenina con la propuesta de hacer el primer programa de jazz del país. Para convencer a los directivos, que también desconocían el ritmo, tuvo que prestarles algunos discos de Charly Parker, Dizzy Gillespie y Duke Ellington. No dudaron, le dijeron que sí. Al poco tiempo, desde la audición, empezó a reclutar fanáticos. "Ahí aparecimos unos cuantos, entre otros Amílcar Greco y Hermenegildo `Menchi` Sabat, que hizo las caricaturas de las primeras revistas y diseñó el logo", dice Bocho, el último que queda de la escueta camada de fundadores.

"Paquito pedía en la radio que quienes quisieran hacerse socios del Hot lo llamaran por teléfono; todo era muy casero, de palabra. Cuando quisimos acordar teníamos 150 afiliados. Poco después empezamos a sacar una revista, que algunos salían a repartir en bicicleta. Recién en 1954 un tipo, que aunque parezca mentira se llamaba Cristóforo Colombo, consiguió un sótano en la calle Guayabo. Allí tocamos, todas las semanas, durante 28 años. ¡Se llenaba de gente! Al poco tiempo los socios eran 1.500", cuenta Pintos como si descreyera la historia de la que fue protagonista. "Todo lo que veíamos era impensable. Llegaban al lugar y preguntaban: `¿qué es el jazz?`, `¿cómo se toca?`. Inventamos gente, hicimos que lo aprendieran".

El desafío. "Para nosotros lo importante no es tocar los temas. Eso lo puede hacer cualquiera que lea la partitura: parte A, parte B, bla, bla, bla. En el jazz lo importante es aquello que uno puede hacer a partir de lo que está escrito ahí. La improvisación es el desafío", sostiene Rolo Suzak, líder de Montevideo Swing, una de las dos agrupaciones que componen el Hot Club. Tiene 60 años y hace 40 que es pianista. La primera mitad de su carrera tocó rock and roll y blues, pasiones que abandonó por el que es su gran amor: el jazz.

"No hay mejor lugar que el Hot para tocar en Uruguay. Por aquí pasaron los más grandes músicos del país. Decenas de dientes de un engranaje que tiene 60 años. Y todo sin ganar un peso. La plata que entra es para mejorar, para comprar equipos e instrumentos. Lo de acá es amor por el jazz, y eso es lo fantástico", se emociona Rolo. Los 300 temas que tiene en su repertorio Montevideo Swing -tocan cinco por viernes- son el vivo testimonio de su sinceridad. "Ensayamos todas las semanas porque acá no podés repetir canciones. Hay gente que viene siempre y no se le puede faltar el respeto", aclara.

Pero no solo de jazz vive el hombre. Es por eso que muy pocos de los que integran el Hot Club se dedican a la música de manera exclusiva. "Hay profesionales, pero son la minoría. Yo hace apenas siete años que dejé de ser industrial. Ahora vivo de esto, doy clases de blues y de jazz, y a veces toco en alguna fiesta privada", relata Rolo. Bocho Pintos, en tanto, está jubilado. "Y sí, fueron más de seis décadas de laburo -dice entre risas el fundador de la institución-. Para ganarme el sueldo hice de todo, fui industrial, tuve negocios. En realidad estudiaba poco, cuando podía. Los músicos americanos ensayan 14 horas por día, yo tuve etapas en las que no tenía ni media hora para dedicarle al saxo. Ahora estudio más, pero ya no es lo mismo. Los años son los años".

¡Peligro! Ese viernes de 2006, el quinteto estable del Hot Club de Montevideo, y el público que colmaba el local, quizá se dejaban llevar por los acordes de un swing de King Oliver o por un más moderno bebop de Thelonious Monk. Era todo alegría hasta que, desde la vereda de enfrente, un vecino decidió tomar su revolver y disparar un tiro contra uno de los ventanales del pub. Tras la agresión los músicos entendieron conveniente mudarse al sótano, donde tocan hasta hoy.

"Y sí, nos tuvimos que correr. Es una lástima porque arriba entra mucha más gente", se lamenta Bocho. Mientras habla, desde el sótano se oyen los primeros acordes. "Me tengo que ir", se excusa. Abajo comenzó la fiesta. El primer solo está en manos de Rolo. Mientras recorre sin inmutarse las ocho octavas de su instrumento no escatima en muecas, tampoco se priva de gritar algún "¡yeah!" cuando su interpretación transita por los pasajes más complejos. Bocho espera expectante, pues sabe que, tras los aplausos, llegará su turno.

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