Cuando amigos visitan París, a menudo me piden que los acompañe en la excursión perfecta de un día. La mayoría ya ha ido a la catedral de Chartres, al castillo de Fontainebleau y a la casa de Claude Monet con sus nenúfares en Giverny.
—¿Y ahora qué? -preguntan.
—Vayamos a Lens -les digo.
—Nunca escuché hablar de eso -es la respuesta habitual.
Pero si hacen el viaje a Lens, a solo 1 hora y 10 minutos al norte de París, cerca de la frontera con Bélgica, en tren de alta velocidad, encontrarán una sede del Louvre llamada Louvre-Lens, un museo de arte moderno de vidrio y acero con algunas de las mejores obras de su museo matriz, gratis, fácil de recorrer y sin multitudes.
“Podrían imaginar un museo en una ciudad industrial como Detroit, con la creatividad arquitectónica del Guggenheim y una colección digna del Met”, dijo Annabelle Ténèze, directora del museo.
La ciudad también ofrece fachadas art déco peculiares para ver, vestigios de la Primera Guerra Mundial por descubrir y terrils -colinas cónicas de escoria de carbón- para escalar.
Guerra y carbón
Lens, con una población de 30.000 habitantes, fue un próspero centro industrial después de que se descubriera carbón allí en 1849. Luego la Primera Guerra Mundial arrasó la ciudad, dejando algunas de las peores destrucciones del frente francés. Los bombardeos de artillería aplanaron la mayor parte; la mitad de la población murió o huyó. La ciudad se reconstruyó. Muchas estructuras nuevas se terminaron con fachadas art déco que aún permanecen.
Después llegó la Segunda Guerra Mundial. Durante los bombardeos aliados de 1944, murieron cientos de personas y mil edificios fueron destruidos. El carbón perdió su valor y las minas cerraron en 1986. Golpeada y desmoralizada, Lens parecía un lugar improbable para la primera sede regional del Louvre.
Pero en 2012, abrió.
Una visita a Lens comienza en la estación de tren, una joya de la arquitectura art déco hecha de hormigón armado y con forma de locomotora a vapor. Los murales de mosaico en las paredes interiores de la estación cuentan la historia de las industrias minera y ferroviaria. Enfrente se encontraba antiguamente el cine art déco Apollo, recientemente restaurado como hotel y restaurante.
Comience la visita con una caminata de 25 minutos hasta el museo Louvre-Lens, que se encuentra al otro lado de un parque con campos de flores silvestres, árboles y senderos que siguen rutas por donde antes se transportaba carbón, además de un camino curvo de hormigón que evoca un jardín japonés.
O haga como yo y pasee por el centro de la ciudad, un mosaico arquitectónico repleto de fachadas art déco. En la plaza principal se encuentra la Maison Claude Jeanson, una casa de té y pastelería de 85 años, con mesas con tapa de piedra y sillas acolchadas. Entre las especialidades hay croissants de almendra crujientes, manzanas acarameladas y elaboradas esculturas de chocolate hechas a mano que reproducen famosas obras de arte.
El museo
A poco más de un kilómetro al oeste del centro, el Louvre-Lens, diseñado por el estudio japonés de arquitectura Sanaa, es un laboratorio de lo que los museos de arte podrían llegar a ser. Se asienta sobre un terril elevado, el sitio donde alguna vez estuvo el pozo número 9 de una mina de carbón. Para integrarse al paisaje y a los cielos lluviosos, los arquitectos construyeron cinco estructuras bajas en tonos gris y plateado.
El corazón del museo, la Galerie du Temps (Galería del Tiempo), exhibe la colección permanente, que es gratuita. La galería, un espacio de unos 3.000 metros cuadrados con paredes de aluminio y pisos de piedra clara, adopta la forma de un “Río del Tiempo” curvo, dinámico y cronológico que permite a los visitantes recorrer las obras a su antojo. La galería desemboca en el Pabellón de Vidrio, destinado a exposiciones temporarias, que a su vez se abre a los jardines, llenos de plantas de estación y esculturas modernas.
En 2012, la Unesco declaró Patrimonio Mundial a toda la cuenca minera de carbón de la región. Una década después, los montículos de escoria de Lens cobraron vida como una atracción turística sustentable. Desde lejos parecen negros, pero al acercarse se distingue el verde de los pastos y plantas que crecen allí.
Como los terrils absorben el calor solar y crean condiciones cálidas y secas, los ecólogos han plantado arbustos y flores, incluidas orquídeas, rosas silvestres y especies exóticas como la hierba cana del Cabo sudafricana. También hay vides de chardonnay (el vino que producen -aunque todavía poco- se llama en broma “charbonnay”; charbon es la palabra francesa para carbón).
En una de las visitas, hice una caminata de una hora hasta la cima de los dos terrils, que superan los 180 metros de altura. Se han convertido en un destino para la observación de aves y para clases ocasionales de música, arteterapia y meditación.
Recordar la Primera Guerra Mundial
Para quienes quieran centrarse en la Gran Guerra, diríjanse 6 kilómetros al oeste del Louvre-Lens, hacia la colina llamada Notre Dame de Lorette.
La basílica y el cementerio de Notre Dame de Lorette honran a más de 42.000 soldados franceses que murieron en la región de Nord-Pas-de-Calais. Un pequeño centro de visitantes e interpretación histórica se encuentra al pie de la colina, y cerca de allí está también el Anillo del Recuerdo, un memorial internacional con los nombres de casi 580.000 soldados que murieron en la región entre 1914 y 1918.
Al sur se encuentra el Memorial Nacional Canadiense con el monumento de Vimy, que rinde homenaje a los 66.000 soldados canadienses que murieron en Francia. Los visitantes pueden recorrer trincheras reconstruidas.
Elaine Sciolino/ The New York Times