Repasar la primera mitad de una vida. Quedarse con lo bueno, dejar ir lo que ya no funciona, y transformar en disfrute lo que queda. Estos son algunos de los cometidos —originados de grandes preguntas que se hizo a sí misma— de Lea Bensasson para este 2025.
La cantante, compositora y productora vive, a sus 56 años, un momento de introspección y creación musical potente. Buena parte de ese momento lo volcará en Mirador, el show que presentará el 27 de marzo en la Sala Magnolio (entradas en RedTickets), y que remite a este lugar donde se alza la mirada para entender la distancia recorrida y el camino que aún hay por delante.
En este concierto presentará las canciones de sus dos discos, y también algunas inéditas. Además, lo hará con banda nueva.
“Este show lo hago porque quiero probar mis canciones nuevas. Quiero cantarlas en vivo, ver qué le pasa a la gente, y qué pasa con nosotros, con este grupo que se está formando”, dice en charla con Domingo y adelanta: se viene un tercer disco.
“Me pasaron cosas personales que merecen unas canciones. Se murió mi hermano, murió mi madre, me enamoré, y necesito plasmar todo eso. Cuando grabo me saco cosas personales de encima. Ese dolor que queda ahí, se va. No me gusta forzar las canciones, si salen, genial, después las voy juntando. Ahora estoy en un momento en que hay canciones nuevas, y hay algunas versiones que quiero hacer”, cuenta.
Artista y productora con más de tres décadas de actividad, Lea tiene un currículum extenso y pareciera haber vivido muchas vidas dentro de una. Comenzó a cantar y a componer a los 13 y luego entendió que la música era un camino. Pero, entonces, tenía cosas que probar a sí misma y a los demás.
“Empecé a tocar la guitarra en las reuniones con amigos y me daba cuenta de que pasaba algo con mi voz, que de alguna manera le llegaba a la gente y lograba cosas con la música que me hacían bien. Entonces empecé a tomar clases formales de guitarra y de canto y me di cuenta de que quería eso. Pero ahí empezó la batalla porque yo era adolescente y en mi casa estaba la discusión de si eso era un hobby o una profesión. Y, como quería demostrar a mi familia que podía vivir de la música, sin querer me fui formando sola como productora. Me di cuenta muy temprano de que mi lugar en el mundo era la música y me empecé a abrir posibilidades dentro de eso”, rescata quien estudió secretariado y ciencias de la comunicación.
A los 23 años logró traer a Alcione, referente del samba en Brasil, por primera vez a Uruguay. Una gestión que se dio de forma inusitada y que ella recuerda así: “Mi padrastro fue a Río a verla. Mintió que era un productor en Uruguay que la iba a traer y terminó cenando con ella. En esta cena terminó concretando el show. Yo en ese momento no era productora, era una cantante y secretaria de un club. Entonces él llega acá y me dice ‘bueno, Lea, vamos a traer a Alcione’. Y yo le dije, ‘pero no sabemos hacerlo’. Y él contestó: ‘aprendemos’. Ahí empezó mi carrera de productora de espectáculos porque como lo hicimos bien, después empecé a traer a otros”.
Me di cuenta muy temprano de que mi lugar en el mundo era la música
Nacía ahí LB Producciones, su primera productora, que llevó adelante hasta 1995, cuando entonces empezó a trabajar con Ruben Rada. La sociedad con uno de los artistas más emblemáticos de Uruguay duró más de dos décadas y Lea la define como “haber cursado una universidad”.
“Cuando traje a Alcione, nunca soñé que iba a ser manager de ningún artista uruguayo después. No estaba en mi objetivo, pero pasó. Rada fue mi maestro desde muchos puntos de vista. Con él aprendí también a laburar pegada a la necesidad y a la urgencia. Y después, claro, estaba su arte, sus canciones. El haber estado cerca de eso y cantado esa música en tantos escenarios y en tantos discos me nutrió de un montón de información musical sagrada para mí. Amo su música”, comparte.
Sobre el final de esta etapa, añade: "Lo que pasó es que los ciclos, para mí, duran 10 años. Si vos después de 10 años no renovás los votos, los pactos y los objetivos, no sé cuánto puede durar. Y con Rada renovamos dos veces. Ya en la segunda, él había cumplido todos sus objetivos y tenía unos nuevos más familiares que a mí no me interesaban, no me resultaban un desafío para mi profesión. Entonces no estabámos alineados en lo que queríamos y decidimos cortar el vínculo laboral, pero lo admiro y lo quiero mucho".

En 2005 creó Glamity, la agencia bajo la cual cuida de la carrera de Fernando Cabrera, Francis Andreu y de proyectos como Samba do Marcio y Ñú, entre otros. Con todo eso, hoy siente que la huella más profunda que los años de experiencia le dejaron es la sensación de pertenecer a una tribu que, a través de la música y del impulso de la creación, construye puentes sensibles y que perduran en el tiempo.
“Hay gente que me pregunta, ‘¿por qué vos no te dedicás solo a ser artista?’. Y es porque conozco la carrera artística tan profundamente y sé lo que hay que atravesar siendo artista en Uruguay, que prefiero dejar mi música en un lugar más atesorado, que no es de urgencia y sí de responder a la creación. Tengo canciones y las tiro al mar como botellas. Bueno, las tiro en Spotify (se ríe), y a alguien le van a servir. Y cuando tengo ganas me junto con esa tribu, voy y las toco, y si no tengo ganas no lo hago. Pero no vivo de eso, estoy viva porque hago eso. Yo vivo del arte de estos grosos referentes que sí pueden vender muchos tickets y me gusta acompañarlos”, comparte.
A mí no me interesa ganar un Grammy. Me interesa que una canción mía te haga bien, o te haga pensar
Por otro lado, entiende que sostener esta mirada hacia su carrera y pararse desde este lugar en la música local, también tiene sus costos.
"Veo que hacen cosas, festivales, y no me llaman. Es como que en Uruguay me tienen muy ubicada como productora y menos como artista, creo yo, es una hipótesis. Tras tantos años cantando y grabado, no estoy en la escena de las mujeres de la música con un pie fuerte, y pienso que se debe a que yo mando ese mensaje, de que me dedico más a la producción que a la música. Entonces ahí también hay un desafío", anota.
— En 2011 publicaste No Son Rosas y nueve años después Buena Fortuna (2020). ¿Qué sentís por estos trabajos hoy, con la distancia y la perspectiva que te da el tiempo?
— Antes de hacer No Son Rosas yo no quería tener un disco, no sabía que podía. Lo hizo un productor que me sacó un tapón del alma, que es Diego Rolón; él escuchó una canción mía y me dijo: ‘¿Tenés más? Mostrame’. En aquel momento yo era corista de Rada, integrante de un grupo y mis canciones eran algo aparte. Y claro, entreverada entre todos esos maestros te sentís menos, ¿viste?, yo escondía mis canciones. Pero Diego vio algo allí y amigos que yo estaba haciendo en Argentina desde el 2004, como Kevin Johansen, me acompañaron, se armó como un ‘We Are the World’ y fue mi credencial para salir al mundo como artista solista. Ya el segundo disco siento que se parece más a mí, pero como salió el mismo día que se oficializó la pandemia, lo tuve que presentar en la Sala Hugo Balzo con tapabocas, y después me tuve que alejar de él. Me angustié porque en aquel momento nos quedamos todos sin trabajo.
— Decías que estás viviendo ese momento de mucha instrospección. ¿Sos de mirar hacia atrás y analizar el camino? ¿Qué es lo que ves cuando lo hacés y también cuando te mirás ahora a los 56 años?
—Siempre veo un estado de rebeldía. Siento que las cosas que hice tienen incluida una dosis de rebelión contra algo, algún status quo o un mandato. Es como “ah, ¿no se puede? vas a ver como se puede”. Como un capricho de demostrar que sí, lo vamos a hacer. Cuando miro para atrás veo que hice muchas cosas muy arriesgadas, que parecían imposibles. Y ahora en el presente siento mi vida como un parque de diversiones. Hago lo que me gusta y conecto con una gente que es inspiradora. No solo los artistas, también sus equipos de trabajo. Lo que sí siento es que soy más cautelosa, sobre todo después de la pandemia, cuando se sintió la fragilidad de todo. Quizás debería ser un poco más arriesgada ahora en mi carrera. Esa sería la frutilla de la torta.
En 2016, Lea incursionó en un formato de show donde mezclaba canciones con humor. Algo que piensa seguir haciendo pero en este momento quiere llevar su trabajo autoral nuevamente al formato banda. Lo más importante para ella, es que la magia de tener en las canciones su refugio y, cada tanto compartir su verdad con los demás, siga sucediendo.
“Si algo que pasa en un escenario a vos te cambia internamente, es que es sincero, honesto y está bien hecho, se cumplen unos objetivos que están buenos y son los que a mí me interesan. A mí no me interesa ganar un Grammy. Me interesa que una canción mía te haga bien, o te haga pensar”.
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