FACUNDO PONCE DE LEÓN
El domingo pasado pudimos leer aquí una nota publicada en el New York Times que contaba de organizaciones norteamericanas (principalmente Harmony Labs y Perfectmatch.com) que se dedican exitosamente a encontrar pareja. Lo curioso del asunto es que para ello utilizan algoritmos y tests genéticos. Aún más sorprendente: se calcula que 120 casamientos diarios en Estados Unidos surgen en estos "laboratorios del amor". El algoritmo fue desarrollado en 1998 por el psicólogo Galen Buckwalter, quien a partir de un estudio sobre 5.000 parejas descubrió que existen 29 rasgos fundamentales para que la relación funcione con plenitud. A su vez, en el suplemento de hoy se informa de una agencia matrimonial que une uruguayas con canadienses, norteamericanos o europeos. Hay 20.000 hombres en la base de datos a la espera de una compatriota que, por cariño o por interés, se embarque en la aventura.
Una conexión posible entre la noticia de hace una semana y la de hoy es la cuestión de la soledad. Quien va a hacer un test para conseguir pareja, o quien introduce sus datos en un sitio para que le consigan una, se siente solo. Necesita de un afecto que no encuentra en su círculo inmediato y quizás ni tenga dicho círculo. Pero sentirse solo, estar en soledad, puede entenderse al menos desde tres sentidos diferentes.
El primero de ellos, el más común, es el de un profundo vacío. Una cuchillada filosa en el medio de las entrañas que no podemos sacar y que, cuanto más pensamos en ella, más penetrante se hace. Todos en algún momento de la vida pasan por ese vacío, por la intuición de que, como dice Calamaro, "en el fondo estamos solos en un desierto de gente".
Un segundo sentido de la soledad refiere a algo muy positivo. No la angustia por sentirse solo sino la necesidad de estar a solas, sin que nadie moleste. En realidad es una soledad tramposa porque no es efectivamente solitaria. Piénsese por ejemplo en quien dicen que pocas cosas son más placenteras que estar a solas con una buena lectura. La frase es de una contradicción flagrante porque, desde el momento que posamos los ojos sobre un texto, dejamos de estar solos. Leer, pensar, imaginar, es siempre estar acompañado: ángeles y demonios revolotean alrededor de la persona que, en su soledad, conversa con cientos de seres.
El último sentido del término soledad es probablemente el menos estudiado porque tiene que ver justamente con la pareja. Cuando Ortega y Gasset definió el amor como "el arte de compartir dos soledades" estaba diciendo algo muy preciso: en las relaciones afectivas, la soledad no debe anularse sino compartirse. La perspicacia de esa frase es darse cuenta que la soledad no se puede abolir, no hay manera de hacerlo y por lo tanto lo que nos queda es compartirla, contárnosla. El problema es que pocos asumen esta condición y ven en la pareja el remedio al primer sentido que veíamos. Y ahí pueden pasar dos cosas: o aparece el segundo sentido de soledad con una constancia incompatible con la relación, o la propia pareja se anula en su misma soledad.
Esto último se puede ver con frecuencia en las parejas que cortan todo vínculo con sus amigos, compañeros de trabajo o familiares. Todo su tiempo y su capacidad de dar afecto la vuelcan en la pareja creyendo que así dejan de estar solos. Si bien carezco de estadísticas serias, debo decir que no conozco una sola pareja que se haya mantenido en el tiempo con esta estrategia de absorción mutua. La soledad se acentúa si nos abocamos a estar con una sola persona prescindiendo de otras compañías. Espero que algo de eso esté contemplado en las evaluaciones de los tests.