L.G.
Se llamaba, pongamos, Mariana, y tenía 27 años. Su casa estaba llena de objetos típicamente masculinos, "adquiridos" en casas de amigos o familiares. Corbatas, relojes y zapatos. La terapia arrojó luz sobre esta conducta. "No podía aceptar sin odio y dolor la muerte de su padre cuando apenas era una niña y tenía muy viva la imagen de su madre quemando todas las prendas de él, entendiendo que esto era mejor para su hija, cosa que ella nunca perdonó y siempre le reprocharía", dice el psicólogo que la trató, Richard Prieto, especializado en patologías sociales, fobias y adicciones. "Ella cobijaba cada objeto como una recuperación", agrega.
Un cleptómano es aquel que no puede resistirse al impulso de robar. Es un trastorno que va más allá de convertirse en el azote -con éxito variado- de casas visitadas o supermercados. Está muy lejos de la imagen risueña de "Afanancio", una vieja y popular serie de comics argentina. Como toda compulsión tiene un origen multicausal, pero la necesidad de recuperación o reparación de algo, señala Prieto, es bastante frecuente. De cualquier manera, son robos no planificados (ergo: pasibles de ser descubiertos), con una tensión previa y un alivio posterior al hecho. Los "botines" no tienen por qué tener un gran valor monetario y usualmente no son utilizados posteriormente.
En veinte años de tratamiento de estas patologías, Prieto no ha observado diferencias de estas conductas en base al sexo. Sin embargo, varios portales de medicina en Internet estiman que "dos tercios" de la población cleptómana son mujeres. Ninguna franja etaria está a salvo, aunque este especialista indica que se puede definir al período entre los 8 y los 14 años como una "etapa crucial" para el surgimiento de esta compulsión.
En todo caso, hay diferencias entre el cleptómano juvenil o infantil y el adulto. "El niño no defiende su apropiación. Cuando se lo descubre se manifiesta frustrado y apenado. En el adulto, en cambio, seguramente por un aprendizaje social, la primera instancia es la de negación y por supuesto que el reconocimiento de la problemática no viene sin resistencias fuertes al principio".
Comercios. Un ladrón "profesional" planifica, ejecuta y toma precauciones para evitar ser descubierto. Un cleptómano no: suele actuar solo, en base a un impulso que no logra controlar, no los mueve una necesidad material y no tienen una explicación -más allá del trastorno psicológico- para su acción. Se desconoce cuál es su prevalencia en la población. Algunos estudios internacionales señalan que aproximadamente el 5% de los ladrones detectados en tiendas o supermercados padecen esta compulsión. Según una nota publicada por este suplemento el 24 de junio de 2007, se calcula que es robado -por cleptómanos o no- aproximadamente el 1% de lo que se factura en estos comercios.
"Son casos bastante comunes", señala Ruben Falco, jefe de seguridad interna del supermercado Devoto de Portones, un local de 6.000 metros cuadrados. "Nos ha tocado enfrentarnos a mujeres y varones que van desde los 15 años hasta los 40 ó 50. Nos han llevado hasta videocámaras. ¿Cómo las sacan? Nosotros tenemos órdenes de no dejar entrar cascos, materas, bolsos grandes y mochilas, y a veces las personas argumentan que tienen cosas de valor y no las pueden dejar en custodia. Y en el caso de las mujeres, muchas veces esconden lo robado bajo la ropa holgada", dice.
En algunos casos, no queda claro si la cleptomanía es real o una mera excusa para "zafar" de una denuncia. "Una señora vino un día con sus hijos, los descalzó y les puso zapatos nuevos. Después nos avisaron de que era cleptómana y había tenido problemas en otros comercios. Y era una mujer de buena posición económica", relata Falco. Más allá de los posibles antecedentes, esa no sería la conducta habitual de un cleptómano.
Terapia. Raúl (nombre ficticio), de 32 años, logró formar una interesante discoteca gracias a sus frecuentes visitas a amigos y conocidos, proveedores involuntarios de música, a los que "prudentemente" no invita a su casa. Su círculo más íntimo tiene -para suerte suya y desgracia de su entorno- parecidos gustos artísticos. No es una actitud que le genere orgullo, al contrario. Es un sentimiento que no puede frenar y no puede liberarse de su angustia hasta que consuma la fechoría. Piensa que algún día tendrá que devolverlos. "Tengo que pensar cómo hacerlo", reconoce. Si quisiera, Raúl podría él mismo comprarse los discos.
Como todo comportamiento compulsivo (alcoholismo, ludopatía, adicción al sexo), la cleptomanía puede tener consecuencias familiares y legales. Al igual que en esos otros casos, más que una cura se debe trabajar en el control de esos impulsos.
Los objetos robados por los cleptómanos suelen tener, más que un valor material, una connotación afectiva. Y en eso debe hacer hincapié la terapia. "A nivel psicológico, el tratamiento consiste en recomponer una historia carenciada afectivamente que no necesite soportes externos para el vínculo", como son los elementos ajenos, resume Prieto. Como ocurre en otros comportamientos compulsivos, puede acudirse a los medicamentos encuadrados dentro de los Inhibidores Selectivos de Recaptación de Serotonina (ISRS), antidepresivos que han demostrado ser exitosos para atenuar este tipo de conductas.
Si se trata de un niño, es más fácil en una terapia hallar el elemento desencadenante de estas conductas, afirma el experto. "Yo recuerdo el caso de un niño de 11 años que tenía en su cuarto pertenencias de varios amigos. Juegos, championes, ropa. Todos se daban cuenta, tarde o temprano, de que el chico se llevaba cosas hasta que un día alguien decide hablar con su madre. Ella lo lleva a la consulta, angustiada, manifestando que ella le daba todo lo que podía y no entendía su comportamiento. El niño había perdido a su padre y su hermano en un accidente cuando tenía cinco años y todas las cosas robadas tenían un destinatario ausente. También los amigos y casas de las que tomaba esos objetos eran un referente doloroso de todo lo contrario a su pérdida, con padres y hermanos que marcaban su presencia afectiva y que él admiraba. Si bien fue muy conmovedor este caso con el niño referenciando su dolor, pudo evolucionar hasta la aceptación de su pérdida y seguir adelante, dejando este episodio en el pasado y todas las manifestaciones cleptómanas". En un adulto, en cambio, el disparador está más arraigado y menos visible conforme pase el tiempo.