Entre humanos y serpientes: casos de personas con mascotas no convencionales

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MASCOTAS

Un biólogo, un veterinario y un hombre que tiene una serpiente en su casa hablan sobre la domesticación de animales exóticos en Uruguay.

En la casa de Washington Dos Santos hay una serpiente de casi cuatro metros de largo que pesa alrededor de 50 kilos. Está en la sala de estar, dentro de su terrario. “Muchos le tienen miedo porque de chicos nos inculcan que las serpientes son malas y que nos van a morder, pero después de tener la experiencia con una cambia totalmente el pensamiento”, afirmó Washington.

De la familia.

Hace ocho años que Washington compró su serpiente en un criadero. La llamó ‘Jacinto’. Sentía curiosidad por estos animales desde pequeño, pero no sabía que podían obtenerse en Uruguay. “Cuando vi la posibilidad, no lo dudé”, comentó a Revista Domingo.

Jacinto es una Pitón de Birmania, especie originaria del sudeste asiático. Según Washington, tiene un promedio de vida de 25 a 30 años en cautiverio y necesita una temperatura constante de entre 30 y 33 grados y un porcentaje de humedad en el ambiente de entre el 60% y 70%.

El biólogo Esteban Russi señaló que en Uruguay solo está permitida la tenencia de especies avaladas por el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca de Uruguay (MGAP), las cuales “han sido seleccionadas para estar en cautiverio”. Ese es el caso de Jacinto. Lo que no está autorizado es tener especies silvestres o nativas, indicó Russi.

Washington disfruta de interactuar con su serpiente: “Me gusta sentir su piel sobre mi cuerpo. Tenerlo en brazos y sentir sus músculos cuando se mueve está buenísimo”. A veces la saca para el patio de su casa, “para que ande un poco al sol”. Nunca se le perdió, y ahora de grande es casi imposible que eso pase, porque es mucho más lenta que antes.

Las serpientes suelen estar más activas en verano que en invierno. Así lo explicó Russi: “Son animales ectotermos, lo que significa que dependen de la temperatura ambiental y no son capaces de generar su propio calor interno”. Por lo tanto, es mejor manipularlas cuando hace calor.

Para Washington, Jacinto es uno más de la familia. En total, son cinco: él, su esposa, dos hijos y la serpiente. Incluso aseguró que el animal reconoce a la gente que está a su alrededor a través del olfato. Y agregó: “Cuando está por mudar la piel, los ojos se le ponen gris oscuro y casi no ve, por lo que está más desconfiado y no se deja tocar. Pero por fuera de eso es muy dócil y nunca está de mal humor”.

Claro que tener una serpiente no es lo mismo que tener un perro o un gato, porque, en primer lugar, no es un mamífero y sus comportamientos son diferentes. Sin embargo, Russi subrayó que la interacción es posible y que ellas “están captando y evaluando todo lo que está pasando a su alrededor”.

Bienestar animal.

Russi tuvo interés por las serpientes “desde siempre”. “Las arañas, las serpientes y los reptiles en general son los grupos de animales que siempre me despertaron algo”, expresó. Ahora, como biólogo, se dedica a las arañas.

La última serpiente que tuvo se llama Weedy y estuvo en su casa hasta hace unos tres meses, que se tuvo que mudar y se la dio a un amigo. La palabra ‘Weedy’ está en inglés y significa ‘maleza’, y él eligió ese nombre porque tiene que ver con lo salvaje. Es de la especie Elaphe Guttata, originaria de América del Norte.

Cuando era niño, Russi solía ir al campo con su familia y se quedaba con las serpientes que encontraba por ahí. “Tuve como 10 a lo largo de mi vida, pero ahora sé que no está bueno meter en cautividad animales que son nativos y silvestres. Eso lo hice en mi niñez y adolescencia por desconocimiento”, admitió.

En efecto, ha descubierto que “es mucho más fructífero” observar a las serpientes en su hábitat natural que tenerlas en cautiverio, porque “ocurre un aprendizaje mucho más fuerte”. Además, sabe que eso es lo mejor para el bienestar del animal. En línea con lo anterior, Washington insiste en que quien quiera tener una serpiente se asesore bien y la compre en un criadero habilitado.

Germán Matosas dirige una clínica veterinaria en Paysandú y con el paso del tiempo se ha dado cuenta de que “los animales están mejor en la naturaleza que con nosotros”. Él atiende mascotas convencionales, que son perros y gatos, y también no convencionales, que son todo lo que no sea perros ni gatos. Dentro de esta última categoría, lo que más ve son clientes con conejos, pero también ha recibido hurones, ratones de laboratorio, cobayos y hámsters, entre otros. De hecho, Jacinto, la serpiente de Washington, se atiende con él.

“En Uruguay hay criaderos de hurones, de reptiles, de erizos, de conejos, y también hay muchos animales que son de contrabando”, sostuvo Matosas. Cuando se encuentra con un cliente que trae un animal silvestre, le indica que eso no se puede tener: “Prefiero entregar conciencia, aunque no vaya a atender más al animal”. Sucede mucho con la tortuga de tierra, “un animal que la gente aprecia mucho, pero que siempre vino de capturas en la naturaleza y de contrabando, y está en peligro de extinción porque hay personas que la quieren tener en la casa”.

Para saber si uno está comprando una mascota de un lugar habilitado “hay que ir al criadero, ver cómo están los animales, ver a la madre, al padre”, señaló el veterinario. Y añadió: “Te tienen que dar los papeles que certifiquen que el animal nació ahí, y si lo comprás a alguien que lo revendió también debe tener todos esos datos”.

Liberar como propósito.

Si bien lo que más atiende Germán Matosas en su clínica veterinaria son gatos y perros, cada vez son más los clientes que llegan con mascotas no convencionales. “Hay semanas en las que todos los días atiendo a algún conejo”, contó.

También recibe animales autóctonos que están heridos para recuperarlos y liberarlos. “Es todo un desafío, porque no son como las mascotas que sabemos cómo mantenerlas en cautiverio”, señaló. Tiene un área destinada a los rescates donde los autóctonos se quedan el tiempo que sea necesario. Hace poco atendió a un pichón de lechuza y otras veces le han llevado un ciervo y un ñandú.

Actualmente tiene dos loros amazónicos de criadero que recibió de una señora que no los quiso más, y está buscando el lugar adecuado para liberarlos. Según dijo, hay una ONG en Argentina que empezará a liberar estos loros en un espacio protegido, así que posiblemente ese sea su destino. “Siempre trato de no apegarme emocionalmente, porque el propósito es liberarlos”, dijo.

Sin miedo.

A Russi nunca le asustaron las serpientes: “Nací amando a estos animales”. La más peligrosa que tuvo fue una Culebra Verde Esmeralda. En este caso, el riesgo no tiene que ver con el veneno, sino con que sus colmillos pueden lastimar la piel del humano y generar infecciones.

Hay tres tipos de serpientes de acuerdo a su dentadura, indicó el biólogo. Las menos peligrosas son las aglifas, que no tienen colmillos y no pueden inocular veneno. En el otro extremo están las solenoglifas, que presentan colmillos sobre la parte anterior de la mandíbula y son venenosas. Este es el caso de la Crucera y la Yarará, típicas de Uruguay.

“El grado de peligrosidad también depende del tamaño, porque hay algunas que son sumamente venenosas, pero no son peligrosas porque tienen una boca chiquita y no suelen morder al humano, y hay serpientes más grandes que no son tan venenosas, pero pueden llegar a ser más agresivas”, señaló Russi.

Jacinto es una serpiente aglifa. Ahora está en Paysandú, pero antes Washington y su familia vivían con ella en Artigas, donde participó en varios eventos. Una vez, en una expo feria, había una persona que le tenía mucho miedo, que incluso se estremecía con tan solo verla a metros de distancia. Pero Washington lo ayudó a sacarse el temor y descubrir que no es agresiva: “Terminó sacándose una foto sosteniéndolo y luego andaba en medio de la gente queriendo convencer a los demás de que hicieran lo mismo”.

Menos mascotas y más compañía.

Hace pocos meses que Esteban Russi le dio su última serpiente a un amigo suyo. La transportó dentro del terrario en su auto, pero cuando estaba llegando se encontró con que había calles cerradas por la Marcha del Silencio y tuvo que estacionar a varias cuadras de distancia. “Tocó cargar el terrario como por cinco cuadras y en silencio”, recordó Russi.

Hoy en día ya no le interesa tener otra serpiente porque entiende que es mejor que estén en su hábitat natural.

Lo que sí hay en su casa es una gata, pues, a diferencia de los anfibios, considera que los gatos y perros “han sido seleccionados para la domesticación y están preparados para vivir en ambientes reducidos”. No siente que su gata sea su mascota, sino su “compañera”: “Prefiero ver un vínculo horizontal en vez de uno vertical porque creo que ambos tenemos derechos y obligaciones para lograr una coexistencia pacífica”.

Lo anterior lo aplica en gatos, perros, serpientes y cualquier otro animal. “Mi cariño viene desde el respeto y la admiración, no desde el lugar de dueño de una mascota, porque para empezar no puedo ser dueño de otro ser vivo”, puntualizó.

Para el biólogo, su rol comprende “abastecer las necesidades que la gata no pueda satisfacer por sí misma y respetar sus espacios”. En este sentido, añadió: “No soy de esas personas que les prohíben cosas a los animales. La gata hace lo que quiere y eso me impacta a mí, al igual que lo que yo hago le impacta a ella”.

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