Cueritos y otras yerbas

| Miradas de reojo por la medicina, las prácticas populares para curar el empacho o la culebrilla siguen vigentes en el siglo XXI.

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LEONEL GARCÍA

Emma no comía. Había vomitado en la noche y no quería saber nada con tragar. La garganta está algo roja, dijo la doctora. Era cierto. No hay que forzarla, si no quiere, que no coma, agregó. No tenía fiebre. Ya volverá a tener hambre, añadió. Pasó un día, dos, tres y nada. La preocupación aumentaba en casa. Ante el escepticismo del padre, la madre de la pequeña de dos años llamó a Miriam, una vecina experta en el criollísimo arte de "tirar el cuerito". La mujer masajeó la pancita de la niña acostada, rezó una padrenuestro, dijo unas palabras, la dio vuelta, tomó piel de la espalda con sus dedos, en tres puntos distintos arriba de la cintura, y tiró tres veces hacia arriba. En una de ellas, se sintió un ruido como un chasquido. Así lo hizo tres días seguidos. Ya luego de la primera vez, Emma había comenzado a recuperar el apetito.

Miriam es una apreciada vecina de Salinas ya varias veces abuela, que hace mucho aprendió a curar el "empacho" -folclórico sinónimo de indigestión- de manos de un italiano. "Yo vivía en Durazno y le llevaba siempre a mis hijos. Creo que lo tenía medio cansado (ríe). Un día me dijo: `Yo te voy a enseñar las palabras que hay que decir; cuando yo no esté más, vos usalas porque tenés poder`. Y así lo hice". En realidad, no lo hace habitualmente: ella elige sus "pacientes", casi siempre niños de personas conocidas. Nunca acepta un pago. "¿Qué vas a cobrar? Es una cuestión de afecto, porque es cosa de niños. He recibido algún obsequio pero, ¿cobrar? ¡Qué esperanza! Yo creo mucho en Dios".

El padre, que no cree más que en lo que ve y razona, lo que ve es que su hija ha vuelto a comer como lima nueva.

PRÁCTICAS. Llámense curanderos, sanadores, brujos (casi siempre a su pesar) o simplemente gente ducha en eso de curar el empacho, la culebrilla, el mal de ojo o la caída de pelo, el mundo científico suele mirarlos con bastante desprecio, algo de condescendencia y una pizca de reconocimiento. Martín Rebella, presidente del Sindicato Médico del Uruguay (SMU), habla de prácticas habitualmente "toleradas". El doctor Yamandú Bermúdez, director general del Ministerio de Salud Pública (MSP), habla de "procedimientos en general inocuos" cuya existencia "hay que reconocer como una realidad en el país". Nada más.

La realidad, según la óptica de estos curanderos, es que la academia muchas veces se rinde ante ellos. "Muchos médicos se atienden conmigo", afirma por teléfono y desde Salto Néstor Montes (61). Desde el montevideano barrio de Aires Puros, Irma "Dora" Otero (69), cuenta experiencias parecidas: "¡El otro día vino una señora con culebrilla que me dijo que su doctor la había enviado acá!".

La culebrilla y el empacho son dos de los problemas más vinculados a estas prácticas populares. La primera, en realidad llamada herpes zoster, es una patología que se manifiesta mediante una erupción de ampollas en la piel, que forman una línea en el cuerpo como si fuera una culebra. El folclore dice que si la cabeza y la cola de esa culebra se unen las consecuencias pueden ser fatales. Suele ser dolorosa y el tratamiento médico se basa en analgésicos y antivirósicos, más que nada para acortar el ciclo de la enfermedad; lo peor que puede pasar, según la ciencia, es que se desarrolle una neuralgia postherpética y el dolor persista por meses. El empacho es un término bastante más amplio que, según la persona que se consulte, engloba malestares tales como gastritis, gastroenterocolitis o, lisa y llanamente, dolor estomacal y falta de apetito a veces persistente por varios días.

En este universo criollo y alternativo no existe una única "terapia" para las enfermedades. En el caso de la culebrilla, Montes la trata reventando las ampollas y luego coloca unos vendajes tibios empapados "con la cola de ajo hervida con un puñadito de sal". Otero apela a un "santiguado, tres ramitas verdes y agua". La italiana Marina Scarpitta (ver aparte) también reza, pero además escribe con tinta china en la zona afectada. Oraciones, tiradas de cuerito e incluso medir el estómago con cinta son algunas de las variantes para el empacho.

Para el mal de ojo (cuyos síntomas más habituales son un fuerte dolor de cabeza, supuestamente provocado por alguna mirada malintencionada) Miriam y Dora también tienen palabras especiales; la primera de ellas las acompaña haciendo una señal de la cruz con una tijera sobre la cabeza del afectado. En todos los casos, las palabras de los "santiguados" son más secretas que la fórmula de la Coca Cola.

Montes, que maneja con corrección términos médicos como "carcinoma" o "herpes", dice que adquirió mucho de lo que sabe "a través de los libros" y de su conocimiento sobre plantas medicinales. Él también aplica una máscara de palta pisada sobre el cuero cabelludo para frenar la caída de pelo ("ojo que al que nació calvo Dios lo mandó así y no hay nada que hacer"), claras de huevo para las quemaduras e incluso prepara un "medicamento" en base a aloe ("arrancado después de las diez de la noche, si no llueve"), vino garnacha y miel para el cáncer. Sobre esto último, el salteño se apresura en aclarar que solo se trata de un tratamiento alternativo: "El cáncer no tiene cura, yo lo aclaro de entrada: `Yo no te puedo salvar la vida, hermano. Es lamentable, pero no tiene solución`. En algunos casos, esto permite que no avance el carcinoma. Muchas veces viene la gente con el famoso ganglio, ahí al costado del cuello, y yo lo mando al médico. Yo sé muy bien cuando algo no es para mí, ¡no vamos a curar a la gente tirando pororó (sic) en la calle!", señala marcando diferencias con lo que él llama "brujos", tema que evidentemente lo enerva: "Muchos brujos, con camionetas 4 por 4, me piden que les enseñe... ¡No se cura mintiéndole a la gente! Es por ese tipo de cosas que yo soy respetado, ¡tengo más ahijados que pelo en la cabeza!", ríe.

Como coincidencias generales, los sanadores contactados para este artículo son muy religiosos, afirman que el boca a boca es la mejor "propaganda" de su trabajo, ninguno de ellos vive holgadamente y son bastante reacios a la hora de hablar de sus técnicas. Montes es el único de los consultados que admite cobrar 50 pesos por consulta ("¿quién vive con eso?") y que en un día bueno -que no son todos- llega a atender 30 personas. Dora, a su vez, dijo que su tarifa es "a voluntad".

EXPLICACIÓN. La doctora en Química argentina Valeria Edelsztein asegura en su libro Los remedios de la abuela que "es probable que, sin ningún tratamiento extraño, la culebrilla común desaparezca al cabo de unos días, curandera de por medio o no". Esta última frase no es ociosa. "A veces se le dice al paciente, `si quiere vaya (al curandero), pero igual haga el tratamiento para evitar complicaciones`. Y cuando mejora, la persona va a estar convencida de que fue gracias a esas prácticas", dice Rebella sin disimular su resignación.

Paralelamente, según una investigación del médico Roberto Campos Navarro, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la práctica de "tirar el cuerito" tiene su base científica: "Estimula los nervios que hacen que aumenten los movimientos intestinales y se arroje o elimine ese bolo que está produciendo el empacho", dijo en 2009 al portal argentino Perfil.com. Sin embargo, para otra técnica, medir con una cinta al afectado, no encontró explicación alguna; para los rezos y las "palabras" que suelen acompañar estas sanaciones, tampoco.

"Yo no tengo explicación científica, habría que buscarla...", señala por su parte Bermúdez. "Todos los que somos del Interior, hemos conocido gente que habla del empacho, el ojeo y la culebrilla. ¡Mi abuela santiguaba! Pero todos esos procedimientos que ayudan a aliviar el dolor, que no son invasivos, que lo que hacen es simplemente darle una ayuda a la persona que se siente mal... objetivamente no habría elementos para cuestionarlos. Ahora, si se transforma en un negocio, eso ya es ejercicio ilegal de la medicina y como policía sanitaria no podemos avalarlo". Parecida es la opinión de Rebella: "Si no hay un efecto adverso en el paciente, si éste no abandona el tratamiento médico, y no existe un interés económico de abusarse de la vulnerabilidad de una persona, es una práctica tolerada".

A falta de una explicación científica, Bermúdez señala la posible intervención de factores psicológicos. En la entrevista ya citada, Campos Navarro, que analizó 136 textos médicos sobre el empacho, algunos de ellos escritos en el siglo XIX, apela a la razón del artillero para dar su aval académico: "Si estas prácticas populares no funcionaran, la gente dejaría de usarlas". Traducción posible: creer o reventar.

TINTA CHINA PARA LA CULEBRILLA

El conocimiento que solo se pasa en Nochebuena

Las fuentes de sabiduría son casi siempre las mismas: los padres, los libros, un curandero con ganas de enseñar. Pero Marina Scarpitta (foto, 77) aprendió a curar el empacho... de una niña. Eran otras épocas.

"Mi hijo mayor, que hoy tiene 54 años, vivía con dolor de panza, llorando. En casa trabajaba un albañil que me dijo que tenía una hija en la escuela que lo podía curar. Cuando terminó la clase vino y me enseñó". A partir de ahí, y por años, la casa de Marina en La Cruz de Carrasco se llenó de gente buscando solución a sus males, sea empacho o culebrilla. Además, su marido, ya fallecido, sabía cómo tratar el mal de ojo. Cada uno tenía su especialidad.

El cocoliche de Marina, menuda y simpática, se mantiene vigente pese a haber llegado de Italia en 1951. Cura los empachos con masajes, alcohol, señal de la cruz y tirada del cuerito. Para la culebrilla, escribe en la zona afectada con tinta china. "¡No te voy a decir lo que pongo, ¿eh?. Y, aparte, rezo mucho". No cobra sus servicios, aunque muestra orgullosa algunos pequeños adornos en su casa, obsequios de algún paciente agradecido. Así como gozó de mucha gratitud, también debió soportar que alguna vez alguien la tratara de bruja. "Supongo que será por ignorancia...". Con dos hijos y tres nietos, alguna vez intentó traspasar sus conocimientos. "Pero mi marido siempre decía que eso solo se podía hacer en Nochebuena y... y...".

-Y nadie estaba disponible en Nochebuena...

-¡Ahí está!- ríe con ganas.

Para ejercer su oficio, dice, solo hace falta "constancia y fe". Pero hoy casi no atiende a nadie. "El barrio está bravo, es difícil dejar a alguien entrar a casa". Ni los curanderos se salvan.

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