Sería pretencioso y forzado decir que Los Cabos lo tiene todo. Pero es esa la primera impresión de quien lo elige para pasar sus vacaciones, de quien lo promociona como destino turístico y, al menos en un viaje de cinco días, donde vi campo y ciudad, bosque y montaña, gastronomía Michelin y quesadillas caseras, un zorro del desierto y una ballena jorobada, fue también la mía.
Esta península mexicana reúne desierto, mar y montaña; agua cálida en el mar de Cortés y agua brava al otro lado, en el océano Pacífico. El desierto se suele ver como uno imagina que es un desierto, pero durante este viaje en los últimos días de octubre, resplandeció el verde al costado de la ruta gracias a las lluvias que habían caído por encima de lo habitual. Y entre kilómetros de desierto, los oasis definen la geografía de las ciudades. Desde siempre, las tribus prehispánicas y luego los misioneros jesuitas se instalaron alrededor de estos remansos. —¿En qué otro lugar se pueden ver tantas palmeras y cactus de cientos de años en el mismo paisaje?, me pregunté varias veces—.
Y la montaña. Predominante en el horizonte y en lo sinuoso de las rutas, los cerros con montes impenetrables se imponen como diciendo que, más allá del crecimiento urbano, las nuevas autopistas, los hoteles y los campos de golf, este es un lugar agreste en su esencia.
Los Cabos es el municipio más austral de Baja California Sur. La historia cuenta que fue el primer lugar de la Tierra en llamarse California, en honor a la reina Calafia de la novela del siglo XVI, Las aventuras de Esplandián, del autor castellano Garci Rodríguez de Montalvo. En ella se describe una isla llena de riquezas, habitadas por mujeres guerreras. Así, como una isla, veían los conquistadores españoles la península hasta que descubrieron que estaba conectada con el resto de México. Nos lo cuenta Rodrigo Esponda, director general del Fideicomiso de Turismo Los Cabos (Fiturca, Visita Los Cabos), la organización que invitó a El País a este viaje junto con otros tres medios extranjeros, con el motivo de la inauguración de una ruta Montevideo-Los Cabos de Copa Airlines (Ver aparte).
Esponda es aficionado del buceo y encontró en Los Cabos su paraíso. No en vano, Jacques Cousteau bautizó “el acuario del mundo” al Golfo de California, algo que nos repetirían varios locales con orgullo y que comprobaríamos más tarde al nadar un kilómetro aguas adentro con una máscara de snorkel para encontrarnos con corales y peces de colores tan vibrantes que parecían ilusiones ópticas.
Marco Polo y Marcos Soto, guías de High Tide Los Cabos, se ganan la vida haciendo tours por los caminos más ásperos de Los Cabos, donde solo se puede transitar en Jeep o grandes camionetas, hasta llegar a una de las perlas de Los Cabos: Cabo Pulmo. Cousteau lo exploró durante cuatro años. Este parque es considerado un ejemplo de regeneración marina exitosa, al pasar de la sobrepesca al retorno y la regeneración de miles de especies en 30 años. En este tiempo, la biomasa marina aumentó un 463%.
Solo dos horas en auto separan el vibrante Cabo San Lucas de este parque californiano. En Navidad, nos cuenta Marco Polo, es costumbre que los choyeros —como se le dice a los oriundos de Baja California Sur, por la hoja de la cholla (el cactus)— pasen la noche en la playa, acampando. Ese es el espíritu, dice, "un espíritu muy californiano". Cuando no está trabajando, Marco surfea, igual que su compañero y que la mayoría de los guías locales con los que nos encontramos.
Son ellos los que nos llevan mar adentro en Cabo Pulmo. Para esto hay varias reglas, algunas que al principio parecían insólitas pero después cobraron sentido: solo se puede entrar al mar con protector solar biodegradable, para cuidar la biomasa. También controlan cuántas personas ingresan al parque por día y por mes. La normativa es rígida, tanto por la conservación de este acuario mundial como por la propia supervivencia de la comunidad: aquí todos viven del turismo.
Después de una hora en el mar, nos refrescamos en una cascada en otra reserva a pocos kilómetros, la Sierra de La Laguna. Y esta es la primera vez que me zambullo en agua fría. Contra todo prejuicio, el agua de las playas del oeste de la península —es decir, las del mar de Cortés— son cálidas como un termal.
En todos estos días, su temperatura se mantuvo sobre los 26 grados, y en promedio, la temperatura del mar es de unos 24 grados. De hecho, por su latitud, en Los Cabos siempre parece verano. Durante su invierno de tres meses, que empieza en diciembre, la temperatura puede caer hasta los 14 grados, y es ahí cuando los choyeros sacan sus mantas y sus “chamarras”.
Marco y Marcos nos llevan más tarde a un pueblo entre Cabo Pulmo y Cabo San Lucas. Entramos en el patio de una casa modesta pero pintoresca, con sillas de plástico y manteles coloridos, donde un matrimonio nos prepara quesadillas caseras. Esa misma noche cenaremos en Tres Sirenas, un restaurante de primer nivel en el centro de San Lucas, con un costo de unos US$ 100 por comensal. Esponda, el director de Fiturca, reconoce que el turista de Los Cabos demanda cierta sofisticación y tiene un poder adquisitivo mayor al de otros destinos turísticos de México. En comparación con otros destinos del país, Los Cabos es más caro que la media. Pero Esponda insiste en que, si uno busca, puede encontrar hospedaje y servicios que se adapten a cada bolsillo.
Identidad.
Después de tanta ruta, ciudades y pueblos con una fuerte impronta colonial, tanta gastronomía definida por los productos locales estrella: pescado y mariscos; tantos templos jesuitas y más imágenes de la Virgen del Pilar que de la Virgen de Guadalupe —al menos en los pueblos que recorrí—, Los Cabos desafía la imagen que tenía de México, un país de por sí marcado por enormes diferencias entre un estado y otro. Puede que aquella condición de isla no se haya perdido del todo: lo dicen los locales y lo dice Esponda. La razón es sencilla: la única forma de ir por tierra a Ciudad de México es subiendo por carretera los más de 1.600 kilómetros que separan San Lucas de Tijuana, y desde allí, son 2.759 kilómetros hasta la capital.
“Eso le ha forjado a Los Cabos una identidad insular. Totalmente mexicana, pero también muy propia”, dice el director de Fiturca. Esa identidad está signada por su geografía, por la tribu precolonial de Baja California (los pericúes, pescadores nómadas), pero desde hace algunas décadas, también la define un lujo discreto, una sofisticación que se evidencia en la calidad de los restaurantes, los hoteles boutique y una sensación particular de privacidad a pesar de los 400.000 habitantes de Cabo San Lucas. En suma, este conglomerado de empresas apuesta por la exclusividad y el perfeccionamiento en el servicio a costa del crecimiento sin planificación.
Ahora, ¿cómo no perder ese sello en un destino tan atractivo? Esponda lo ilustra así: el turista de Los Cabos es el que sale del hotel, le gusta recorrer e involucrarse en las actividades vinculadas a la naturaleza, cenar en restaurantes, navegar. Si bien hay grandes resorts all inclusive, no son los que acaparan Cabo San Lucas ni San José del Cabo, mucho menos reservas como Cabo Pulmo o los denominados “pueblos mágicos” como el idílico Todos Santos —donde se ubica el mítico Hotel California de la canción de los Eagles, destino de peregrinación de fanáticos y aficionados de la historia—.
“Cuando navegaron, ¿vieron anuncios de obras de construcción?”, nos pregunta el empresario. “Eso no es obra de la casualidad ni del gobierno”, se responde. La comunidad empresarial, afirma, tiene reglas estrictas en cuanto al desarrollo inmobiliario. Por ejemplo: los hoteles tienen un tope de altura. “No vas a ver torres de 20 pisos” en Los Cabos, dice Esponda.
A la noche salgo, cuento y, al menos en el epicentro turístico de San Lucas, no veo anuncios.
En el avión de regreso me hago la pregunta, otra vez: “¿Hay algo que Los Cabos no tenga?” Sí, aunque no se me ocurra nada en este momento. Pero más allá de lo que uno vaya a buscar, de lo que dicen los folletos y muestran las publicidades, Los Cabos vale por lo que uno encuentra de sorpresa. Es algo que no se compra. Es la calidez de su gente, la majestuosidad de su paisaje, la inmersión absoluta en la naturaleza.
Copa Airlines inaugura ruta Montevideo-Los Cabos
El turista de Los Cabos es esencialmente estadounidense. Le sigue el canadiense, el propio mexicano y el europeo. Se nota en las farmacias —carteles que anuncian “pain killers” en lugar de analgésicos—, en el contacto con guías turísticos —preguntan “¿inglés o español?—, en las pantallas de las áreas comunes de los hoteles, donde es común ver fútbol americano. En cinco días, diez restaurantes y varios paseos guiados, no encontré un solo camarero o guía que no hablara inglés. Fiturca lo tiene bien estudiado. “El de aquí es un turista americano que sale a caminar, va por unos tacos, sale a navegar... El 80% de los visitantes salen por lo menos una noche a un restaurante afuera de su lugar de hospedaje. Les gusta estar en contacto con los ciudadanos”, puntualiza Esponda, director general del Fideicomiso. Ahora quieren diversificar el perfil. En concreto, explorar el mercado sudamericano. Por esa razón, Copa Airlines ofrecerá, desde el 4 de diciembre, un vuelo desde Montevideo a Los Cabos. “Pensamos que con el sudamericano va a suceder algo similar, creemos que le va a llamar la atención la naturaleza. Si quisiera permanecer en un all inclusive, hay otras opciones, pero si quiere hacer avistamiento de ballenas, jugar golf, explorar la cultura, ver galerías de arte, también puede”, apunta el empresario.