Claudio Bevilacqua: "Tuve que volver a aprender hasta mi propio nombre"

El empresario argentino arrancó siendo administrativo, pasó por la Lingüística en Estados Unidos, llegó al éxito como ejecutivo televisivo y hoy está asociado a un emprendimiento tambero.

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Claudio Bevilacqua,
Foto: Gentileza.

Entre vacas, pasto y otros elementos naturales en José Ignacio, cuesta imaginar que este argentino de 63 años fue un magnate de la televisión. Claudio Bevilacqua recorrió un largo camino entre comienzos relativamente modestos, estudios y breve docencia de Lingüística en Nueva York, una experiencia de rotundo éxito profesional, y un presente como socio de un emprendimiento tambero —El Silente— de pequeña escala. Tuvo que atravesar un serio siniestro de tránsito para llegar de una punta a la otra.

Cuando Bevilacqua terminó el liceo en su ciudad natal, Buenos Aires, empezó a trabajar. En su casa, cuenta, esa era una regla no escrita. Tuvo alguna changa que duró apenas unos pocos meses, pero en esa búsqueda de trabajo fue contratado por una empresa del rubro textil, para tareas administrativas. Todos los días, recuerda, almorzaba cara a cara con una mujer. Esa mujer era la secretaria del dueño de la compañía, un empresario que ya era importante pero con el paso del tiempo se convertiría en uno de los principales de Argentina: Eduardo Eurnekian.

“Un día, ella me preguntó si podía trabajar durante el fin de semana. Era ‘El señor’ —así lo llamaba ella— el que había preguntado si podía hacerlo. El trabajo era ir a sacar un montón de fotocopias, de las cuales no entendía nada. Tiempo después, a Eurnekian le otorgaron el derecho de comercializar la televisión por cable, que era algo totalmente nuevo. De hecho, Argentina fue el tercer país del mundo en tener televisión por cable, luego de Estados Unidos y Canadá”.

Cuando Eurnekian empezó a operar ese servicio, Bevilacqua se encargaba de, entre otras cosas, poner los casetes de video en el canal para transmitir las películas. Todo el asunto era chico y modesto: “Teníamos apenas una decena de suscriptores”, rememora.

Esos fueron los primeros vínculos profesionales entre Bevilacqua y Eurnekian, pero estos se profundizarían. “Tiempo después, le dije que me iba a estudiar a Estados Unidos. Había entrado a la Universidad de Columbia de Nueva York e iba a estudiar Lingüística. En realidad, yo quería ser maestro y estaba buscando mi camino en la vida. Como en Argentina no lo encontraba, lo busqué en otros lados y lo encontré en Estados Unidos”, cuenta.

En vez de dar por concluida la relación profesional, Eurnekian le propuso continuarla. “Me invitó a comer a un restaurante armenio y cuando empezamos a hablar de mi mudanza a Estados Unidos, me propuso que en vez de alojarme en la universidad, me mudara a un apartamento suyo, que atendiera a gente que él me iba a mandar y que tradujera un artículo del Wall Street Journal por día. Él había comprado un diario en Argentina, y tener un artículo por día del medio estadounidense —cuya traducción yo enviaba por fax— era una novedad absoluta. Eso lo hacía al mismo tiempo que estudiaba”.

Bevilacqua terminó la carrera de Lingüística y enseguida se puso a dar clases en la universidad, pero el trabajo para Eurnekian le insumía cada vez más tiempo. “En un momento decidí no seguir más con ese régimen y a los siete años de haberme ido me volví a Argentina. Estuve unos meses sin trabajo y lo contacté de nuevo, a ver si tenía algo para mí”. Resultó que sí. Eurnekian lo nombró jefe de programación de lo que se había convertido en Cablevisión, y tras unos años el empresario vendió esa operadora de televisión por cable a otra.

Los nuevos dueños, en vez de deshacerse de él, lo nombraron CEO y Bevilacqua puso manos a la obra. Empezó a crear canales nuevos, y una de sus apuestas fue El Gourmet. Nadie daba dos pesos por la idea de Bevilacqua, pero el canal resultó un éxito. También creó el canal Europa Europa, especializado en cine europeo, y fue responsable de las primeras transmisiones de conciertos de ópera en Argentina. Además de olfato comercial, Bevilacqua tenía una desarrollada sensibilidad a las artes y la culutra.

Ganaba mucho dinero, pero el estrés era abrumador. “No tenía vida fuera del trabajo. Ser CEO es tremendamente adictivo. Pasaba mucho más tiempo del año viajando y viviendo en hoteles que en mi casa”, cuenta. Y agrega que todas esas experiencias forman parte de un nuevo libro suyo, que publicará próximamente en formato digital, titulado "Qué es ser CEO".

Con parte del dinero que hizo como jerarca televisivo, se compró varias propiedades, una de ellas en Uruguay. Un día, volviendo a su casa en el auto de un amigo, tuvo un accidente que casi le cuesta la vida. “Uno de los que iba en el auto es médico y se dio cuenta que no estaba respirando. Me movió apenas para que recuperara la respiración. Y eso es lo que hizo posible que hoy esté acá”.

Pero el costo de seguir respirando fue alto. Bevilacqua “perdió” la memoria. Toda. “Tuve que aprender mi nombre, a escribir. No sabía lo que era un país. Si alguien me preguntaba cuánto era uno más uno, no lo sabía. Tuve que empezar de cero, en todo”.

Luego del accidente, cuando pudo volver a caminar tras un largo período de rehabilitación, volvió a la Universidad de Columbia, donde había estudiado y trabajado varios años. “No reconocía nada, todo era ‘nuevo’ para mí. Era como si nunca hubiera ido”.

Pero en el recorrido por la universidad llegó a una parte de la misma —un salón vacío— en la que se produjo la epifanía. Era el primer salón en donde había estudiado. “No era que había perdido la memoria. Era que no había conexión. Es como un árbol: las ramas estaban, pero no había nada que las conectara con el tronco”, ilustra. Otro hecho removedor tras el accidente fue enterarse que su madre había fallecido, luego de haberse “olvidado” de su existencia.

Cuando estaba recuperando los recuerdos de su vida previa al accidente, empezó a cuestionar su actitud ante la existencia. “Parte de la recuperación incluía una medicación que como que me ‘adormecía’. En un momento le dije a un amigo que no quería seguir tomando esa medicación. Comencé a hacer terapia psicológica y a tener una actitud más agradecida ante la vida, a estar acá, presente. Me llevó más de un año llegar a eso”.

—¿Y eso cómo se reflejó en tu vida?

—Empecé a hacer cosas porque quería hacerlas. Por ejemplo, estudiar canto. Y grabé un disco. Es espantosamente horrible (se ríe), pero ¿por qué no hacerlo? Me encanta la música, y era lo que tenía ganas de hacer en ese momento.

El disco no tuvo edición comercial, porque no era la idea. “De vez en cuando lo escucho y una vez se lo hice escuchar a una amiga. Me dijo que a ella le hubiese gustado tener la valentía de haber grabado un disco, más allá del resultado”.

Bevilacqua podría haber seguido alejado de cualquier actividad profesional, pero cuando los emprendedores del tambo El Silente lo contactaron para que se asociara a ellos, dijo que sí enseguida. “El único proyecto que me interesó meterme”.

—¿Por qué?

—Porque tiene que ver con algo que a mí me interesa mucho, que es cuidar la naturaleza. Y porque la leche con la que hacemos el dulce de leche viene de una vaca que es tratada bien. Cuando uno se acerca a las vacas, estas vienen al encuentro de uno, como si fueran unos perros. Eso es impensable a nivel industrial. Y eso pasa acá porque hay un alma. Eso fue lo que encontré en El Silente: alma.

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