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Con el artista Javier Abdala: “Hoy es más fácil dedicarse al arte”

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El artista plástico Javier Abdala en su taller
Javier Abdala, artista plástico, en Montevideo ND 20190820, foto Darwin Borrelli - Archivo El Pais
Darwin Borrelli/Archivo El Pais

Personaje

El artista visual charló con Revista Domingo sobre su trayectoria, influencias, y su característica obra donde utiliza ensamblaje y reciclaje.

Cuando Javier Abdala necesita descansar un rato pinta al óleo. En uno de sus lienzos escondidos en el taller hay un celeste muy claro que hace de mar y cielo a la vez, líneas marrones y verdes que dibujan un horizonte ocre y frío. Pero aunque el paisaje cobra forma, lo que realmente hay en ese plano es un escultor escapándose. Para Abdala cada una de esas pinceladas es un descargo corporal y emocional. “Es muy gestual. Al principio lo ligaba con la ansiedad, y después lo vi como parte de eso que me gusta, que es volcar, expresar la idea, plasmar ese boceto como lo hago en el volumen, pero solo con color”.

Javier Abdala es artista. También puede definirse como padre dedicado, el que lleva y trae a sus dos hijas, o como un aficionado a la jardinería, o como un amante de la música que lo conmueve e inspira. Pero para vocación, para el talento que ensaya día a día, para su modo y sustento de vida elige el arte y las consecuentes horas en el taller.

Fuera del escape del óleo, la cotidianidad de Abdala es encontrar caras y formas en trozos de madera. Y aunque el arte es su medio de vida, trabaja para que la rutina no se vuelva ni un tedio ni una carga: “Mi felicidad está en lograr disfrutar de lo que estoy haciendo, y si a medida que estoy trabajando veo que estoy plasmando algo con lo que realmente me siento identificado, me genera una gratificación plena”.

Sus esculturas, por lo general relieves pronunciados que luego se instalan en madera, terminan en colores acrílicos y ensamblajes de objetos ya sin uso. Una Frida Kahlo que por moño recogido tiene un conjunto de discos de vinilos, y por pómulos una de las tantas caras talladas en madera que Abdala descartó. Un Keith Richards a gran escala que entre sus arrugas de la frente tiene un clavijero de guitarra. O una Amy Winehouse que surge a partir de chapas de autos de algún vertedero. Sigmund Freud, Mick Jagger, Marilyn Monroe. Personajes que se le instalan en la cabeza y luego surgen en la obra o que le encargan.

Frida Kahlo por Javier Abdala
Frida Kahlo por Javier Abdala

“A veces me piden retratos y tienen que ser lo más parecidos posible. Entonces tomo los ojos, la nariz, la boca, lo más característico, pero después ‘brum’, entro a meterle todo lo que me sale a mí: o reciclajes, o colores, o materiales distintos. Y sí, un poco se alejan del parecido, pero es lo que marca a mi trabajo y no lo descuido”. Con ese respeto por la fidelidad de los rostros, y con el resguardo de su sello personal Abdala es de esos artistas que pueden vivir de lo que hacen. Expone en Miami, hay cuadros suyos en Holanda y Australia, trabaja con galerías de otras partes de América Latina, estuvo en la Bienal de Porto Alerge. Comenta que las redes sociales se han convertido en un buen punto de exposición e intercambio.

Exponer en salas montevideanas es, por lo general, una dificultad. No se limita a la hora de elegir formatos y ha llegado a crear desnudos ensamblados de ocho metros. Dice que el tema de las dimensiones es “un lindo problema”, porque le encanta la fuerza de los formatos grandes, y para exponer le busca la vuelta. Entre sus muestras a recordar están la de Fundación Unión entre 2017 y 2018, Chapas, tintas y otras yerbas, junto a Pedro Dalton. O una de hace diez años, en 2009, en el Museo Zorrilla, con otro tipo de ensamblajes que la crítica definió como cargados de influencias. Hoy Abdala marida todo lo que absorbe de los otros de una forma mucho más sutil y su obra es muy personal.

Las marcas de la infancia en Abdala

 “A mí me costó darme cuenta a qué dedicarme, por no haber visto a tiempo que mi vocación era eso que venía haciendo durante toda mi vida”, cuenta. Tenía amigos y como niño de los años setenta construyó chatas para tirarse por las pendientes de la calle. Pero también fue el niño solitario que estaba con los cachivaches en el fondo de la casa. Fueron sus padres, Jorge y Beatriz, psiquiatras, los que se dieron cuenta de su afición por el arte. Hizo taller con Azar Salomón, con Rogelio Osorio y Bellas Artes. Después empezó arquitectura, abandonó. “Hoy es más fácil dedicarse al arte, me parece. Está artístico y mucha gente se dedica o a la música o al cine, pero cuando yo salí del liceo no había esa motivación. Si te inclinabas por el arte, hacías arquitectura”.

Azul por Javier Abdala
En Azul Javier Abdala sintió que pintó como un niño. Foto: Instagram

Lo que le cambió la vida fue el taller de Javier Nieva, un patio con claraboya en una casa de Ejido y Paysandú. “Yo enseño a escribir y no a hacer poesía”, le decía el maestro que entonces tenía 80 años. De tanto practicar la técnica, un día Abdala se dio cuenta de que tenía dominio suficiente como para renunciar un poco a Nieva y empezar a crear. Le hubiese gustado que el maestro conociera su arte de hoy. Fue su referente. Gracias a lo que aprendió con él pudo hacer algo tan técnico como el mascarón de proa del Capitán Miranda en 2007, pero también entendió que las bases se aprenden y lo demás es cuestión de experimentar.

El reciclaje como elemento artístico

“Mis primeros retratos en relieve no tenían reciclaje de material. Empecé a usarlo gracias a mi hermano (Pedro Abdala, con quien comparte taller). Con él llegué a quejarme por el espacio que ocupaban los objetos en el taller, hasta que un día descubrí el potencial y los empecé a traer yo”. Se fascinó con trozos de máquinas, con teléfonos, con patas de sillas torneadas de una madera cargada por la erosión del tiempo. Con la historia de los objetos.

Contento, obra de Javier Abdala
Contento, obra de Javier Abdala

Una vez puso un tubo de teléfono antiguo como oreja de Freud, sin querer, y para Abdala terminó cobrando significado: “Después de terminar la obra, me di cuenta que podría haber puesto el teléfono en cualquier lado, y sin embargo fue la oreja del psicoanalista. Pero mi obra no tiene tanto ‘pienso’ de contenido, de mensaje, es más bien expresión de adentro, visceral”. Por lo menos esa es la intención.

Sin embargo, la última obra en la que está trabajando —será expuesta en setiembre en el Hotel Hyatt de Montevideo y el año que viene en Fundación Iturria de Punta del Este— tiene un proceso creativo muy pensado. El ómnibus será una instalación montada con las placas de impresión que sobraron del catálogo de "Chapas, tintas y otras yerbas". Tendrá seis ventanas y en cada una de ellas aparecerá un personaje tallado en madera. Lo completan la banda sonora del ómnibus, una composición creada por Marcelo Fernández (Buenos Muchachos) y las luces de Diego Viera. Trabajar con otros es una de sus formas favoritas de hacer arte. Tal vez porque así la soledad típica del taller del artista se apacigua.

El artista plástico Javier Abdala en su taller
A la izquierda del encuadre tres de los cuadros que forman parte de la obra del autobús. Foto: Darwin Borrelli

“Para mí esto del ómnibus es un juego distinto”. Con lo del juego se refiere a algunos de sus primeros trabajos. Contento, por ejemplo, que surgió inspirado por una lata de pintura aplastada que veía todos los días cuando cruzaba de su casa al taller. Un día la arrancó, la pegó sobre un fondo y creó a un personaje al que se le destartalaba la carroza por pisar la lata. “En los dos trabajos cuento algo, pero lo que cambia es mi experiencia. Dónde estoy parado yo hoy, y dónde estaba entonces”.

Entre pedidos, obras que salen de sus entrañas o proyectos a largo plazo en los que pone todo, Abdala llega a pasar hasta doce horas en el taller. Es su segunda casa. Un galpón en la calle Obligado que desde afuera parece nada, pero que adentro es todo. Paredes altas, piezas interminables que se conectan con otras tantas. Caballetes, más usados por colegas con los que comparte el taller, que por él. Un laberinto frío y una estufa con chapas ensambladas que es el único foco caliente.

En la pared del fondo, debajo de un futbolito con pocos jugadores blancos y rojos, está colgado uno de los personajes favoritos de Abdala, quizá un símbolo de lo que hace. La cara surgió de una obra que no le gustó y tiró al fuego. Mientras se rostizaba le encontró su encanto. La sacó, la limpió con manguera y un cepillo de alambre. Lo demás fue “un vómito gestual”: la atornilló en una puerta, tiró una lata de pintura blanca que desparramó con las manos cual niño y lo mismo con la pintura negra del pantalón. Pegó una mano que tenía por ahí y con los dedos pintó la corbata e iluminó la cara con manchas blancas: “Ahí logré sentir la libertad”.

Sus cosas

La Pedrera

El jardín

Entre sus hobbies predilectos está la jardinería. Planta en su patio de Montevideo y en el terreno de su casa de La Pedrera. Lo que más le gusta son los árboles nativos. Además, reconoce, casi no genera basura. Lo que no recicla suele ser material biodegradable que termina en compost para su tierra.

Hermenegildo Sábat

Pintores

Que las esculturas de Abdala terminen siempre pintadas no es casualidad. El artista uruguayo reconoce que a la hora de admirar, siempre elige pintores y que incluso tiene más libros sobre pintura que de esculturas. Hay obras suyas que tienen notable influencia del caricaturista uruguayo Hermenegildo Sabát o del pintor irlandés Francis Bacon.

Tom Waits

La música

La música es una de sus musas. Escuchando Orphans, de Tom Waits, nació la idea de personajes huérfanos en un autobús, que expondrá este año. También fue uno de los artistas que trabajó en los soportes de instrumentos originales para el Recital de Buenos Muchachos para escuchar en silencio. Trabajar por y para la música lo gratifica.

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