Trampas de la historia

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VIRGINIA MARTÍNEZ

CON ARGUMENTO de venta no demasiado original, la portada del libro promete la historia del Che "jamás contada". La contratapa agrega que con estas memorias, Ciro Bustos, sobreviviente de la guerrilla de Salta y de Bolivia, rompe cuarenta años de silencio militante para dar su versión de los hechos. En realidad, el par de jóvenes cineastas suecos Eric Gandini y Tarik Saleh ya habían abordado la historia de Bustos en el documental Sacrificio (2001), que lo tuvo como protagonista. El film lo absolvía de la acusación de ser el "Judas del Che", con la que cargó desde su detención en Bolivia. Y antes, el periodista estadounidense Jon Lee Anderson había iniciado el camino de su rehabilitación entrevistándolo en su casa de Malmö para la biografía de Guevara.

En todo caso, ahora el protagonista se hace cargo de su historia y emprende sin intermediarios la difícil tarea de reconstruir hechos tocados por la leyenda, la mentira y el silencio. El interés de Bustos no está en salvar su nombre sino en la reflexión crítica sobre una generación -la suya- que eligió las armas. Fiel a su pasado, rescata la entrega y consecuencia del Che y sus compañeros pero apunta los males -aislamiento, militarismo, autoritarismo- que ensombrecieron las utopías revolucionarias de entonces.

COMANDANTE SEGUNDO. Mendocino y artista plástico, Bustos aterrizó en La Habana en 1961, atraído por la Revolución pero sin credenciales de militante de izquierda. Un año después se integró al nuevo proyecto guerrillero del Che. Inició un duro entrenamiento militar y otro no menos difícil, el de aprender a poner al grupo siempre por encima del individuo. Un reducido grupo de hombres al mando del periodista argentino Jorge Masetti, Comandante Segundo, sería la avanzada que crearía un foco rural en Salta al que luego iba a sumarse Guevara, el Comandante Primero.

Aunque contaban con el apoyo del Estado cubano, ya antes de salir de La Habana, Bustos tuvo la sospecha de que el gobierno saboteaba el proyecto guerrillero. Les dieron documentos falsos de pésima calidad y equipos más apropiados para boy scouts que para combatientes. El grupo quedó varado sin contacto en Praga y sólo pudieron seguir adelante gracias a la ayuda que Masetti obtuvo del gobierno argelino. Bustos responsabiliza a Piñeiro, jefe del Departamento América, sección encargada de la exportación continental de la lucha armada, de practicar una doble política hacia Argentina: Cuba decía apoyar la guerrilla marxista del Che cuando en realidad había optado por los grupos de la izquierda peronista.

Instalados en Salta, sufrieron las primeras bajas. La muerte no vino del campo enemigo sino de balas compañeras. Masetti ordenó el fusilamiento de dos jóvenes reclutados por Bustos, que -descompuestos física y moralmente- eran incapaces de sobrellevar la vida en la selva.

Entre marzo y mayo de 1964 el foco salteño fue aniquilado por la Gendarmería Nacional, al mando del General Julio Alsogaray. Masetti dio la orden de no presentar combate, evacuar la zona y recuperar algunos alimentos que les permitieran desplazarse hacia el sur. En sucesivas misiones en pos de los alimentos, los guerrilleros fueron cayendo prisioneros o asesinados. Algunos murieron, literalmente, de hambre. El rastro del Comandante Segundo se perdió para siempre en la selva.

EN BOLIVIA. Luego de Salta, Bustos inició un largo periplo que incluyó una estadía en Montevideo, donde se entrevistó con Raúl Sendic. A pedido del líder del MLN dio entrenamiento básico en materia de Seguridad e Inteligencia a un hombre de su confianza, el por entonces joven estudiante de economía Jorge Notaro.

En 1966 se reunió con el Che en Bolivia. El objetivo de Guevara era entrar en un plazo de dos años en Argentina. Para ello le ordenó seleccionar 200 hombres, que debía reclutar fuera del peronismo, equiparlos y enviarlos a la selva.

En abril de 1967, Bustos y Régis Debray fueron detenidos horas después de haber bajado del campamento, en busca de un contacto con La Paz. Durante un tiempo, el mendocino logró sostener la coartada de que era sólo un artista plástico, bohemio y diletante de izquierda. Formaba parte de un comité de apoyo a presos políticos y había sido llevado, por engaño, hasta el campamento guerrillero.

Se le pidió probar su condición de pintor dibujando a los hombres con los que había tenido contacto. Esos retratos - realizados con el acuerdo de Debray- habrían permitido la captura y muerte de Guevara. Pero Bustos afirma que los militares bolivianos y la CIA ya estaban en conocimiento de su presencia en Bolivia, a partir de la información de dos desertores y de la captura de unas fotos tomadas en el campamento por la guerrillera germano-argentina Tania.

DANTON. Principal acusador de Bustos, Régis Debray -Danton según su seudónimo en Bolivia- no sale ileso de estas memorias. Protegido por De Gaulle, mimado por la intelectualidad europea y elegido por La Habana como único destinatario de la campaña internacional por su liberación, Debray compartió con Bustos cuatro años de prisión. Durante ese período, la ciudad de Camiri, donde estaban detenidos, se convirtió en punto de atracción de la prensa internacional, que llegaba en bandadas para entrevistar al brillante pensador y revolucionario francés.

De Bustos, en cambio, nadie se ocupó. No recibió apoyo del Estado cubano ni volvió a tener contacto con sus dirigentes. No atribuye el hecho a una cuestión personal -el gobierno cubano nunca lo acusó de traición- sino a razones de Estado: "Por razones de política internacional, más que de seguridad, la Revolución Cubana mantuvo una posición prescindente y un silencio prolongado sobre todo aquello que no fuera elogiar la figura del Comandante Heroico y sus hombres, caídos en la lucha".

Como ejemplo cita lo que le sucedió a Gabriel García Márquez, amigo histórico de la Revolución y de Fidel Castro, cuando se propuso escribir un retrato de Masetti en ocasión del aniversario de la agencia de noticias Prensa Latina. El periodista argentino la había creado y dirigido a pedido del Che, y García Márquez descontaba que su privilegiada relación con el gobierno le facilitaría la tarea. Viajó a La Habana con la certeza de acceder a los archivos de Prensa Latina, donde él mismo había trabajado bajo las órdenes de Masetti. Pero no encontró nada: "Ni un dato, ni un recorte, ni una referencia, ni una cronografía del acontecimiento periodístico que significó la aparición de Prensa Latina y, menos que nada, ni una nota sobre su director".

Con la desaparición de Masetti, también desapareció de los archivos toda la información sobre el proyecto político militar del Che en Salta. Luego de su liberación, Debray y Bustos fueron a Chile y, tras ellos, llegó a Santiago el aparato de inteligencia cubano. Nadie lo buscó ni expresó interés en hablar con él: "Es notable; no por mi persona, sino porque los cubanos, en su afán de reconstruir los hechos (y lo puramente aleatorio y ornamental), han buscado y entrevistado a sobrevivientes propios y ajenos (…) pero no lo hicieron nunca conmigo, el único sobreviviente del plan del Che". Recién cuarenta años después, y sobre todo por iniciativa de Jon Lee Anderson, se retomó la investigación del eslabón perdido de la guerrilla guevarista.

Las memorias de Bustos están llenas de episodios amargos, y aun sórdidos y, sin embargo, el autor no escribe desde el resentimiento ni la abjuración. No se queja, no levanta cargos ni hace reproches. Es por eso que aunque busque saldar una deuda personal, estas memorias no resultan un ajuste de cuentas. Su postura -actitud no muy frecuente en obras de este tipo- es la de quien se esfuerza por evocar el pasado sin falsificarlo.

Bustos escribe desde la soledad de Malmö y quizá esa doble lejanía -la del tiempo y la geográfica- junto a los años de elegido silencio, hayan contribuido a darle la serenidad y consistencia que muestra su prosa. Porque además de contar la verdad -al menos como la recuerda la memoria- el autor se propone contar bien: "Con armonía y, de ser posible, belleza". Y lo logra.

EL CHE QUIERE VERTE. La historia jamás contada del Che en Bolivia, de Ciro Bustos, Buenos Aires, Vergara, 2007. Distribuye Ediciones B. 509 págs.

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