Literatura argentina

Por qué releer a Gustavo Nielsen, cuya pasión no envejece: la colección de cuentos de 2008 “La fe ciega”

Siete relatos que no son perfectos, pero atrapan

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Gustavo Nielsen
(Sebastián Szid/La Nación/GDA)

por Mercedes Estramil
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En 2005 alguien lo rebautizó como “Carlos Argentino Daneri, el típico escritor arribista retratado por Borges” y se dedicó a denostarlo sin nombrarlo por su nombre real durante una extensa nota de descargo publicada en el diario Página/12. El firmante era Ricardo Piglia, que acababa de perder un juicio iniciado por el otro, Gustavo Nielsen. Dos escritores argentinos que en 1997 habían competido por el Premio Planeta en su edición local. Piglia lo ganó con Plata quemada, y Nielsen quedó finalista con El amor enfermo, novela escrita en La Pedrera, Uruguay. Lo vergonzoso, pero reiterado y muy natural del asunto (ver si no a quiénes le tocaron los últimos premios Planeta españoles), es que Piglia tenía ya esa novela comprometida con la editorial, era un “hombre de la casa”, y aunque el jurado de escritores fuera incorruptible (Tomás Eloy Martínez, María Esther de Miguel, Mario Benedetti, Augusto Roa Bastos) la cosa no se veía bien. Nielsen hizo lo que muchos escritores critican por detrás pero no se animan a ejecutar: denunció al autor y al editor Guillermo Schavelzon como cómplices de un fraude. Años después la justicia falló a su favor y lo retribuyó económicamente.

Hoy, Piglia ya murió (en 2017, enfermo de ELA), y Nielsen sigue escribiendo sin mucha exposición. Publica poco y cada tanto. Ganó el Premio Clarín en 2010 con La otra playa, y tras más de una década de silencio publicó en 2023 un libro de cuentos de extraño título, fff. En una onda muy Vila-Matas se autoproclama un autor que no publica, cansado de los manoseos editoriales, del mercado, de las estrategias publicitarias (notas, presentaciones, reportajes), cuestiones que empañan el juego divertido de la escritura. Claro que se puede obviar todo eso y seguir publicando; César Aira es un ejemplo, llegando al centenar de novelas y calladito.

 
Siete cuentos. Nacido en Buenos Aires en 1962, Nielsen es arquitecto, dibujante y escritor. En 2008 publicó en Páginas de Espuma (Madrid) una colección de cuentos que justifican revisitarlo, acaso por esa “pasión narrativa” con que el perfeccionista Fogwill definió su literatura. Los siete relatos de La fe ciega ni son ni intentan ser perfectos (ni existe fórmula para eso), pero en un porcentaje importante y sin hilo conductor declarado, a excepción del título, consiguen que la atención se mantenga en cada uno en particular, que cada historia importe y atrape. Sucede con la de las dos mujeres de “Adiós, Bob” (puede no ser homenaje a “Bienvenido, Bob” de Onetti, pero es también la expresión de una caída). La neoyorkina Joan y la bonaerense Mariana conviven en Manhattan, presas de sus dramas íntimos; el país corrupto del que proviene la inquilina pero que tira de ella, y la soledad culpógena de la otra, que compensa con una gata de nombre masculino. El relato podría terminar en eso y sería bueno, pero Nielsen lo amplifica y lo domina cuando instala implícitamente esas vivencias en una fecha clave (el 11/S) para lo que denomina “un país de sicópatas y alienados”.

En dos relatos, Nielsen habla de la enfermedad de la literatura, algo para lo que casi siempre (de Bukowski a Bolaño, de Vila-Matas a Auster) el humor actúa de condimento. En “Aniquilación de un poema”, un trío de personajes tan agrandados como patéticos “hablaban de literatura como si hablaran de cosmética”; el narrador los mira de arriba, boicotea sus presunciones, y coloquialmente los aniquila. Otro es el espesor en “La vida cantada”, un relato mayor sobre programa radial dirigido por un homosexual “pasivo y blando” (Lucero Aguirre) al que visitan una catedrática engolada (Elsa Goransky) y una poetisa veinteañera (Mori Lara). Lo que ocurre dentro de la radio, alucinante en términos de egocentrismo y fatuidad, no sería lo mismo si Nielsen no cerrara el relato con lo que ocurre fuera de la radio, en las calles vacías y frías del centro porteño. Más allá de que sus anécdotas sean más o menos interesantes, Nielsen crea personajes fuertes, visibles. El gordo yanqui de “Redención” no habla, pero pesa, no solo literalmente. La niña de “La fe ciega” deja la sensación astillada de que se ha visto el mal donde no debía estar. En el escenario de apuestas de “Turf”, el narrador es un burrero que ascendió a directivo del hipódromo y rememora las rutinas corruptas que subyacen al gran espectáculo de las carreras.

 
Podría ser novela. Pero el cuento que cierra La fe ciega supera en concepción y realización a los demás. En su entraña, “El café de los micros” huele a poderosa novela de carreteras. Hay una atmósfera geográfica y vital envolvente en esa historia de padre e hijo que viajan hacia Necochea en un auto Valiant al que el padre antropomorfiza llamándolo “Walter”, mientras obliga al niño a recitar las tablas o frases en inglés. Con las distancias debidas, es una atmósfera similar, por opresiva, paternalista y preocupante, a la que manejaría Selva Almada en El viento que arrasa (2012). Cuando una sucesión de imprevistos los detiene en esa ruta provincial (un rastrojero en problemas, el poco combustible, gente de pocas pulgas y, sobre todo, el pasado), el lector sabe que algo serio va a ocurrir. Y Nielsen sabe que no lo va a resolver en un plan a lo Flannery O’Connor en “Un hombre bueno es difícil de encontrar” (es decir, con un baño de sangre, que en aquel cuento de excepción era necesario, pero aquí no). Aquí no se necesita. Flannery O’Connor decía que “un cuento compromete, de modo dramático, el misterio de la personalidad humana”, y Nielsen expone, en unas pocas páginas, todo el drama y misterio que guían y unen a padre e hijo, concitando tensión, miedo, esperanza y alivio. También decía O’Connor que “el escritor de ficciones debe comprender que no se puede provocar compasión con compasión, emoción con emoción, pensamientos con el pensamiento. Debe transmitir todas estas cosas, sí, pero provistas de un cuerpo; el escritor debe crear un mundo con peso y espacialidad”, y esas son las leyes que Nielsen aplica para que sus historias sean creíbles y aguanten.

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