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Philip Johnson, el nazi que se construyó una casa de cristal

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Philip Johnson. Glass House. Su casa en New Canaan, Connecticut. Foto Mark Lamster.

REVISANDO AL GRAN ARQUITECTO NORTEAMERICANO 

Ahora que los documentos del FBI y del Departamento de Defensa confirman su pasado nazi, los neoyorquinos se preguntan qué hacer con la arquitectura de Philip Johnson, muy presente en la ciudad.

Philip Johnson. Glass House. Su casa en New Canaan, Connecticut. Foto Mark Lamster.
Philip Johnson. Edificio AT&T. Sobre la avenida Madison, Nueva York.
Philip Johnson. Casa Beck, Dallas
Philip Johnson. Gerald D. Hines College of Architecture
Philip Johnson. Sinagoga en Port Chester, Nueva York
Philip Johnson. Acto pro nazi en Coughlin, 1936
Philip Johnson. Tapa del libro de Mark Lamster

Son esos libros que de pronto paran la ciudad. Son esas historias que durante años se escucharon, “que todo el mundo sabía”, que eran parte de un pasado oscuro, pero esto es Nueva York, la Gran Manzana, y parte del ethos local es la posibilidad de reinventarse infinitamente, mirar siempre para delante. Sin embargo, ver a esas historias sobre Philip Johnson y su comprometido pasado nazi finalmente confirmadas por documentos del FBI y del Departamento de Defensa —hasta ahora inaccesibles— tiene un efecto profundo. Un efecto que lleva a cualquier habitante de Nueva York a cuestionarse cuál debería ser la propia relación con edificios como (nada menos) partes emblemáticas del Museo de Arte Moderno (MoMA), del Lincoln Center, del viejo restaurant Four Seasons en el edificio Seagram, e infinitas torres de oficinas donde trabaja mucha gente que cualquier neoyorquino conoce. Como también, naturalmente, la famosa Glass House (Casa de cristal), considerada una de las obras más brillantes de la arquitectura moderna, ubicada cerca de Nueva York en New Canaan, Connecticut, y de peregrinaje obligado.

Estamos hablando de Philip Johnson. Una nueva biografía titulada The Man in the Glass House. Philip Johnson (Philip Johnson. El hombre en la casa de cristal), de Mark Lamster, evalúa la vida y el legado del arquitecto que fue clave para traer el modernismo y luego el posmodernismo a los Estados Unidos. Que fue el primer curador de arquitectura del MoMA, que trajo a Gropius, a Le Corbusier y a Mies van der Rohe de Europa, y que fue el primer ganador del prestigioso premio Pritzker de arquitectura.

Durante décadas se habló y se escribió sobre el coqueteo de Johnson con los nazis. Pero Lamster, autor del flamante texto y profesor de la Universidad de Texas en Arlington, tuvo acceso a documentos oficiales que no se habían analizado hasta ahora, y el resultado es inequívoco. “Philip Johnson era un agente no remunerado del Estado nazi”, sostiene. Y no se le pagaba porque Johnson era tan rico que no necesitaba del dinero alemán. Según la reseña sobre el libro publicada en la Harvard Magazine (revista periódica de la universidad donde Johnson originariamente había sido alumno, tanto de grado como de posgrado), algunos biógrafos anteriores, siguiendo la línea argumental sobre su vida que el mismo Johnson hábilmente dejó caer, habían minimizado la importancia de la ideología y las acciones de Johnson en los años ´30. Él las mostraba como errores de juventud, o como la expresión de sentimientos muy generalizados en aquella época. Esos biógrafos “van a tener un trabajo duro ignorando el catálogo de actividades que Lamster ahora documenta con total precisión”, escribió la revista, que calificó de “eye popping” a la data, es decir, que “salta a los ojos”, de tan contundente que es.

UN AGENTE IDEAL

Lamster cuenta que en 1934 Johnson abandonó su trabajo como curador en el MoMA —que lo había lanzado al estrellato y convertido en el niño mimado del jet set cultural— para dedicarse al activismo político fascista.

Entre muchas otras actividades, Johnson intentó ser electo a la legislatura de Ohio con un partido que él mismo armó compuesto, entre otros, por reaccionarios, populistas americanos pro-Alemania nazi, miembros del Ku Klux Klan y de la Black Legion (otro grupo de milicias de supremacistas blancos). El secretario de Johnson luego declararía al FBI que Johnson tenía ilusiones de convertirse en “el Hitler de Estados Unidos”. Fue corresponsal de medios alternativos en programas de radio antisemitas, y diseñó la escenografía de claras reminiscencias nazis para las marchas de los agitadores norteamericanos que simpatizaban con el régimen.

Johnson viajó a Alemania en 1937 y 1938, participó con entusiasmo de las marchas de Nüremberg y, a su regreso, mantuvo contacto con agentes nazis hasta 1940. Periodistas norteamericanos que estaban con Johnson en sus viajes a Alemania declararon al FBI que, de hecho, sospechaban que él era un informante de la Gestapo. Pero, según explica Lamster, sus conversaciones y los datos que pasó —sobre todo respecto a quienes podían apoyar a los alemanes en Estados Unidos— sólo habrían sido ilegales de haber recibido un pago por ellos. Ese acto lo habría convertido en un agente no registrado. Pudo terminar en la cárcel, como sí le ocurrió a un grupo de sus íntimos amigos.

Johnson, descendiente de una de las familias más antiguas y pudientes de estados Unidos, estuvo en gran medida protegido de los problemas por su riqueza. “De hecho, era el vehículo ideal para los nazis, una persona con la voluntad y los medios para a financiar los intereses de los nazis de su propio bolsillo” sostiene Lamster. “En años posteriores, Johnson expresó un profundo remordimiento por sus acciones, pero nunca reconoció su grado de complicidad con el régimen nazi”.

Todo cambió en 1940. No está claro si fue por puro instinto de autopreservación o por algo más profundo. “Pero entonces Johnson regresó a Harvard para cursar el posgrado en Diseño, con la sensación de que el fascismo lo estaba alejando de la alta sociedad americana donde había nacido, a la que le encantaba pertenecer y la que financiaba sus proyectos. Sentía que no tenía futuro en la política. Entonces comenzó a blanquear su pasado. Hasta se enlistó en el ejército norteamericano —que, consciente de sus actividades, si bien lo aceptó, lo mantuvo lejos de cualquier responsabilidad verdadera”, sostiene la Harvard Magazine. A su vez la revista The New Yorker —la biografía escrita por Lamster fue de rigor reseñada, analizada y comentada por absolutamente todos los medios— sostiene que, para cualquier otro profesional, esto habría sido el final de su carrera. Por el contrario, Johnson a partir de entonces comenzó a escalar en la fama al punto de volverse, según Lamster “el primer starchitect”. Tuvo los encargos más importantes, las torres altas, los edificios gubernamentales simbólicos. Al mismo tiempo construyó gratis una célebre sinagoga, tomó protégés judíos a los que ayudó a despegar y, eventualmente, trabajó para el Estado de Israel. Allí diseñó nada menos que un reactor nuclear gracias a su amigo, el presidente Shimon Peres, que apoyó férreamente su candidatura para el trabajo.

El problema, en estos casos, es cómo entender al personaje, sus reales motivaciones. "La clave es comprender que era contradictorio hasta en lo más profundo” responde Lamster en entrevista para El País Cultural. “Siempre había múltiples Johnson. Diseñar una sinagoga después de la guerra podía ser tanto un acto de contrición como de oportunismo. Podía admirar y ser un mentor dedicado de sus protégés judíos y querer mucho a sus amigos judíos individualmente a la vez que mantenía una visión llena de prejuicios en general. Cada individuo debe decidir por si mismo si le puede perdonar su pasado aborrecible. Shimon Peres, quien negoció la relación de Israel con la Alemania de posguerra, logró perdonarlo y se volvieron grandes amigos”.

EL OLVIDO COLECTIVO

—¿Cómo pudo Johnson retomar su éxito en la posguerra después de lo que había hecho, y además convertirse en estrella?

—Creo que es importante comprender que en el período de posguerra los norteamericanos no estaban interesados en mirar hacia atrás, a los oscuros años 30. Era un momento de gran prosperidad. Se sentían enfrentados a infinitas posibilidades, y el país estaba moviéndose hacia el futuro. Muchos no se habían cubierto de gloria a lo largo de la década del 30. Hay que acordarse de que tanto el Partido Republicano como buena parte del Demócrata habían tratado de mantener a Estados Unidos fuera de la guerra.

—Johnson vivió muchas décadas en pareja con un hombre. Los nazis tenían una posición muy clara respecto a la homosexualidad. ¿Cómo pudo negociar eso?

—De hecho no se reveló como gay formalmente hasta bastante tarde en su vida... Cuando no era aceptable ser gay, había un Johnson gay en lo privado y un Johnson heterosexual en lo público. Era otra parte de todas estas dualidades.

—Luego está la cuestión estética. ¿Se puede separar la ideología del creador de las obras? Usted, en su libro, examina cómo su ideología puede ser vista impregnando algunas de sus obras.

—No hay respuestas fáciles para esto. Para mí, las complicaciones hacen a su trabajo más interesante. Pero hay partes de su vida que, sin lugar a dudas, afectan de la manera más negativa posible. Cada persona tiene que decidir por si misma como asimila eso. Cada uno debe encontrar la información y el contexto para hacerlo.

—¿Y qué hay que hacer como habitante de la ciudad, o como turista? ¿Rehusarse a pisarlos?

—Es importante conocer su historia al encontrarlos, pero creo que negarse a usarlos es una necedad. Los tenemos, nos guste o no, y algunos son de hecho bastante buenos.

—¿Fue un buen arquitecto? ¿Qué recomienda visitar a los turistas?

—Parte de la dificultad al evaluar los diseños de Johnson es que podía ser un gran arquitecto y un terrible arquitecto, a veces casi al mismo tiempo. Personalmente, admiré enormemente su trabajo residencial de los tardíos años 40 y la década del 50. En el MoMA, su jardín de esculturas permanece aún hoy como un oasis urbano maravilloso, a pesar de que el museo ha cambiado el contexto dramáticamente —para peor— en los últimos años. El ala Este que diseñó en el MoMA es excelente, aunque esté sumergida en una planta que hoy parece para alienígenas. Y desde el jardín de esculturas se puede ver el edificio AT&T, que está cerca, con su cúpula estilo Chippendale, su trabajo más controvertido.

—Cabe preguntarse cómo le iría a Johnson como arquitecto en la actualidad. Más allá del tema nazi, él abogaba por una arquitectura desligada de toda preocupación que no fuera puramente estética. De hecho, en la reseña sobre su libro la revista The New Yorker llamó a Johnson “el hombre que hizo a la arquitectura amoral”…

—Él estaba realmente interesado en la arquitectura como un arte y en promover a los arquitectos que compartieran esa visión formalista. No tenía interés por mucho de lo que ahora está en el corazón de la arquitectura como por ejemplo la sustentabilidad, la resiliencia, la equidad y el acceso para las minorías. Su activismo a favor de que se tome a la arquitectura como un arte alejado de conceptos como el bien social, por ejemplo, lo mantendrían sin dudas alejado de los temas que están empujando a la profesión hoy.

Philip Johnson. Rehovot

La planta nuclear de Rehovot que diseñó para Israel (1956), de estilo brutalista, “es mi templo en el desierto” afirmó Johnson. Ya entonces se sospechaba que su entusiasmo buscaba neutralizar los persistentes rumores sobre su reciente antisemitismo. Cuando fue a Israel en 1966, debido a las medidas de seguridad, no pudo visitar su propia obra.

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