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Patrick Deville, su biblioteca y sus extraños rituales

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Patrick Deville. Foto: Astrid di Crollalanza
Astrid di Crollalanza

VIAJES QUE SON LITERATURA

Entrevista exclusiva al francés Patrick Deville, autor de Pura Vida, Viva, y Peste & cólera. Recuerda la influencia que tuvo Uruguay en su proceso creativo y narrativo, y también anuncia los nuevos libros que llegarán.

Conviene situar a Patrick Deville (Saint-Brevin-les-Pins, Francia, 1957) en esa larga tradición francesa que hunde sus raíces en la literatura de viajes del siglo XIX, en las vistas cinematográficas iniciadas en Lyon de los Hermanos Lumière, en la Escuela historiográfica de los Annales de Lucien Febvre y Marc Bloch y en la expediciones etnográficas de Claude Lévi-Strauss. La obra enciclopédica de Deville es fruto de ese acumulado cultural de matriz francesa.

“La verdad es que soy francés”, dice riendo el autor, “y lo que hago es literatura francesa aunque me gustaría mucho ser un escritor latinoamericano, pero claro que no puedo”. Tras cinco obras experimentales publicadas en Les Éditions de Minuit, desde 1987 al 2000, ideó un ambicioso proyecto de 12 novelas que investigan, documentan y narran la historia mundial de la modernidad. Todas con personajes reales y el mismo Deville en sus pesquisas. Son obras híbridas, donde el autor combina con maestría su subjetividad, las referencias científicas y las anécdotas con documentación.

1860: EL COMIENZO.

—¿Cómo viene el proceso de su obra?

—En este plan de escribir 12 novelas, que creo que no es muy largo, estoy en la mitad: ya hay seis y la séptima aparecerá en setiembre en Francia. Recién acabo de terminar de escribir la novela que se llamará Amazonia, que tiene una ruta geográfica que va del Este al Oeste, desde Belén en Brasil hasta las Islas Galápagos.

—¿Quién será el personaje central?

—No hay personaje principal como William Walker en Pura vida. Hay, sí, muchos personajes e historias desde 1860 hasta hoy, o sea hasta Bolsonaro y Lenin Moreno, y con muchas vidas de ese siglo y medio, con eventos que vienen de nuevo de otros libros. Hay una pequeña parte sobre la actualidad terrible de Nicaragua opacada por lo que pasa en su cercana Venezuela. El presente del libro es 2018.

—Su obra viene siendo traducida al español.

—En Anagrama ya se publicaron cuatro títulos de este proyecto: Pura vida, Ecuatoria, Peste & cólera y Viva, siempre con la traducción de José Manuel Fajardo, quien ahora está traduciendo la última, Taba Taba, que aparecerá el año que viene en español. Pero falta una, la quinta, Kampuchea, que es la más extensa.

—Usted escribe, según le gusta decir, “novelas sin ficción”, donde se puede verificar las fechas, la peripecia de sus personajes, sus encuentros. Está vinculada a la investigación histórica.

—Sí, pero lo mío es diferente. Yo trabajo con amigos historiadores, especialmente en París, y reconozco que su tarea es importante. Yo creo que se puede contar de otra manera y jugar con todos los géneros: con la biografía, la autobiografía, la historia, el relato, la poesía, el reportaje, el diario de viaje; se puede mezclar todo eso, lúdicamente, cosa que no se puede hacer en un libro de historia.

—¿Por qué 1860?

—Es una decisión que al principio fue una intuición. Pero ahora, hablando con amigos historiadores, realmente confirmé que es un año muy importante. Es la segunda revolución industrial. Y con el tiempo es un año que conozco más que los años posteriores a mi nacimiento.

—¿Cómo es ese juego de escritura? ¿Cómo lo vive?

—Es algo muy placentero, me gusta mucho, y tiene ese inmenso placer que consiste en la composición de estos libros, con capítulos muy breves y con pequeños títulos, que de capítulo a capítulo pueden cambiar de género literario. Lograr esta composición es un gran placer pero también es un gran desafío.

—¿El lector no debería estar prevenido de ese juego?

—Yo diría hasta que más. Creo que una buena manera de leer estas novelas es con una computadora cerca del libro, para chequear los libros que se citan, sus personajes, los lugares, las fechas.

—Aparecen muchos escritores y libros.

—Exacto. Son mi biblioteca ideal y quiero que permanezcan, también, en mis textos, consignados.

—Hay una marca importante en sus obras que son los paralelismos.

—El milagro fue el libro de Plutarco, Vidas paralelas, que me gusta mucho desde mi adolescencia. Es el paralelismo permanente para entender mejor las vidas. Es un recurso que utilizo mucho, por ejemplo, de Alexandre Yersin y de Arthur Rimbaud en Peste & Cólera, de Pierre Brazza y Henry Stanley en Ecuatoria, B. Traven y León Trotski o Tina Modotti y Alfonsina Storni en Viva.

—En sus novelas usted aparece muchas veces bebiendo vino blanco, en un taxi, conversando, recorriendo el mundo. ¿Qué valor le atribuye a esta subjetividad en una novela?

—El proyecto es un ciclo. Luego de veintidós años de trabajo lo que me parece importante es que el narrador —yo mismo— vaya cambiando. En Pura vida con los sandinistas el autor es un hombre menor de cuarenta años y en la próxima novela Amazonia es un hombre de más de sesenta. Creo que es importante mostrar que es el mismo narrador el que va al proceso de los jemeres rojos en Phnom Penh —en Peste y cólera— o a encontrar al arzobispo de Alger, en Ecuatoria, la novela africana. Que es la misma subjetividad. Espero que un día se puedan leer las doce novelas en un solo libro y en el orden exacto.

—¿Cómo vive su oficio de escritor?

—Cada libro, espero, es diferente en su estructura y en su composición. Hay tres tiempos sucesivos. Primero un tiempo muy largo, el de viajar, buscar, leer, escribir en libretas por años. Luego, un tiempo de algunos meses para construir sin escribir, buscando una manera de organizar. Al final de este período tengo los pequeños títulos de los capítulos. Después hay un momento muy breve, que es la escritura de la primera frase a la última, de dos o tres meses. Este es el momento, si todo va bien, donde aparece literatura, porque hasta este momento se puede escribir un ensayo histórico, un relato. Es al fin de este periodo breve, salvaje y brutal, de la escritura, que puede venir la literatura.

DEVILLE Y EL URUGUAY.

—En su obra aparecen —aquí y allá— diversas menciones al Uruguay.

—Uruguay ha sido importante para mí. Ahora hace mucho tiempo que no voy y me gustaría volver. En un período de mi vida, en la mitad de los noventa, Montevideo fue realmente mi segunda ciudad. Permanecí largas temporadas. Fue hace más de veinte años, allí trabajé, por ejemplo, en mi libro Pura vida. Hice amigos, pero no tengo mucho contacto ahora. Recuerdo a Juan Carlos Legido y a Marosa di Giorgio. No estoy muy al tanto de la realidad literaria actual del Uruguay pero obvio que reconozco a sus grandes valores, los ‘grandes muertos’, como Horacio Quiroga o Juan Carlos Onetti. Me gusta mucho el lugar, la vida, la ciudad, su melancolía, pero también el campo. Y ese viejo afrancesamiento que percibí en el Uruguay, que hacía que uno se sintiera más que cómodo.

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