Ruben Loza Aguerrebere
A LAS SIETE de la mañana del 19 de enero de 1899, en una casa de la (entonces) breve calle 18 de Julio, de Minas, vino al mundo Juan José Morosoli. Su madre, María Porrini de Morosoli, de veinte años, se tomó seis días para recuperarse. Luego fue a inscribir a su hijo en el Registro del Estado Civil, acompañada por Carlos Luppi y Antonio Faggini, testigos ante el juez Isidro Escudero, de lo que éste ya sabía, pero que igualmente anotó en el acta 28 del folio 14 vuelto: "La causa de no presentarse el esposo es por encontrarse ausente, ignorándose el día de su regreso".
El padre del recién nacido, Juan Morosoli, era albañil, y se ganaba la vida trabajando en el interior del Departamento de Lavalleja, construyendo azoteas y cementerios en las estancias de la zona, y permanecía largas temporadas fuera de su casa.
Juan José Morosoli se matriculó a los ocho años en la Escuela 1, "Artigas", conocida también como "escuela de varones". Dos años después dejó de concurrir a clase. En el libro de matrícula de la escuela se lee: "Abandona la Escuela para trabajar".
En agosto de 1909, con motivo de la inauguración de las obras del Puerto de Montevideo, Juan José Morosoli participó en un concurso de composiciones cuyo tema central era "El juramento de la Constitución". Y obtuvo el primer premio.
MOROSOLI COMERCIANTE. El primer trabajo de Juan José Morosoli, que cursó muchos destinos, fue en la librería de su tío César Porrini, como mandadero. Allí comenzó a frecuentar los libros con una pasión sin límites.
A comienzos de la segunda década, Morosoli se atrevió a iniciar su primera aventura comercial. Instaló un pequeño café en las calles 25 de Mayo y Washington Beltrán, en Minas. Las cosas marcharon bien y, no lejos de allí, organizó el Café Suizo, con dos socios: Juan Malaspina y Félix Porrini. Tenía ocho billares y los sábados un espectáculo adicional, muy llamativo: una orquesta de señoritas. También se reunieron allí los intelectuales pueblerinos: hombres jóvenes e inquietos que hablaban de sus experiencias literarias y los libros que leían. Todo eso dio nacimiento en 1922 al periódico El Departamento. Morosoli fue invitado a escribir en él. Colaboraba con unas crónicas costumbristas sobre hombres, mujeres y barrios, trabajos y vidas. Popularizó el seudónimo "Pepe".
En 1923 se asoció con Héctor Aguerrebere y compraron el almacén y barraca situado en las calles 18 de Julio y Florencio Sánchez.
LA LITERATURA. Sin descuidar sus actividades comerciales, Morosoli continuó su labor literaria. Junto con Julio Casas Araújo escribieron tres breves piezas de teatro en las que recogían temas, ambientes y personajes de la época. El éxito de las mismas se debió a Angel Curotto, quien recomendó a Carlos Brussa llevarlas a la escena. Casas Araújo sugería los argumentos y Morosoli las escribía.
La publicación, en 1932, de Hombres (con prólogo de Francisco Espínola) le dio notoriedad. Morosoli reunió en sus páginas una selección de sus cuentos cortos, habitados por personajes de vidas sencillas, escritos con una prosa directa, casi unidimensional. Con estos personajes y esa manera de contar dio un giro en las letras nacionales. Desarrollaba así su teoría de que el gaucho había desaparecido del horizonte histórico con el fin de las guerras civiles y con el alambrado, dando lugar al advenimiento del paisano, al que definía como: "hombre de a pie".
Cuatro años después apareció Los albañiles de Los Tapes (1936), una de sus obras maestras (con constructores de cementerios, el oficio de su padre). En él consolidó su talento narrativo y adquirió un lugar destacado en las letras nacionales. Marcó la afirmación de un escritor de estilo innovador, despojado, de frases breves y palabras pulidas como cantos rodados. Vinieron después, Hombres y mujeres (1944), ese delicioso libro para niños que es Perico, así como su novela Muchachos (1950), basada en los días de la infancia y adolescencia, es decir, cuando somos inmortales.
Su libro de cuentos Vivientes, en 1953, fue el último que vio editado. Tierra y tiempo, que contiene su más importante colección de relatos, se publicó póstumamente, en Buenos Aires, en 1959. En 1962 apareció El viaje hacia el mar y otros cuentos, y en 1971 un conjunto de conferencias reunidas bajo el título de La soledad y la creación literaria.
Minas fue el alimento literario de Morosoli: allí nació, y allí murió, el 29 de diciembre de 1957, al amanecer, mientras dormía.
DOÑA LUISA LUPPI DE MOROSOLI. Pero hay un Juan José Morosoli íntimo, al que entramos a través de su esposa, doña Luisa Luppi de Morosoli, maestra de profesión, con quien se casó en 1929 y tuvo dos hijas. Fallecida hace muchos años, la entrevisté en el lejano setiembre de 1977. Tenía con ella, dicho sea de paso, una relación afectuosa, porque mi abuela y mis padres eran sus amigos y vecinos minuanos.
"Se acostaba a leer", contó entonces, "todas las noches de su vida leyó, y de pronto decía `voy a dormirme`. Apoyaba la cabeza sobre la almohada y quedaba dormido. Yo, a veces, continuaba leyendo o preparando material para la escuela… por lo tanto, cuando al día siguiente él se levantaba yo dormía. Se escabullía sin ruidos de la cama, muy temprano, preparaba su mate y daba un paseo por el patio, mirando los árboles y las plantas. Después se sentaba a escribir el cuento que tenía en la mente. Serían las seis de la mañana y escribía hasta las ocho, cuando se iba a la barraca, a pocas cuadras de casa."
-¿Cómo escribía? ¿A máquina, a pluma?
-Escribía con pluma; nunca escribió a máquina. Los cuentos los entregaba manuscritos, siempre. Tenía letra clara y grande… Bueno, hacía letra grande porque no veía muy bien… El último libro, que fue publicado por una editorial argentina, lo hizo pasar a máquina. Su hermano, Babi, lo pasaba en limpio en las oficinas de la barraca…
-¿Solamente escribía por las mañanas?
-No, escribía de tardecita también. Es decir, comenzaba un cuento por la mañana y lo concluía en la tardecita. O lo iniciaba en la tardecita, cuando llegaba de la barraca, y luego de descansar se iba a escribir, tomando unos mates amargos.
-¿Sólo escribía cuando tenía un cuento en la mente, o todos los días escribía algo, para mantenerse en forma?
-No, no. Sólo escribía cuando tenía una idea para un cuento o cuando tenía que dar alguna conferencia sobre literatura. Dio conferencias en todo el Uruguay. Pero no escribía como ejercicio, para estar con la mano blanda.
-¿Escribía en algún lugar especial?
-A él no le gustaba que nadie estuviera en la pieza donde estaba escribiendo. Ni siquiera yo, tejiendo o leyendo. Eso lo inhibía para escribir, decía él.
-¿Cuáles era sus autores preferidos?
-Bueno, leía mucho a muchos, no me acuerdo bien… Pero los que más frecuentaba, más leía y con los que se entusiasmaba, eran Unamuno, Pío Baroja, Joseph Conrad. Claro, había muchos otros y así, en el momento, es difícil recordarlos. Pero le gustaba Hemingway y, mucho, Jack London. Nos gustaba por las noches sentarnos junto al fuego de la estufa a leer. Leíamos en voz alta y comentábamos. Así leímos la Biblia, El Quijote o las aventuras de Jack London, por ejemplo… Con él aprendí a disfrutar hondamente de los libros. Pepe, al final de su vida, se permitió algunos lujos: irse por dos o tres días a la playa, a escribir, en el invierno. Soñaba con hacer eso cuando se jubilara. Iba a retirarse a escribir y leer. Pensaba jubilarse en 1958, y en ese mismo año pensaba, también, viajar a Suiza, a conocer la Suiza de sus venas, la de sus abuelos. Pero murió dos días antes del 1958, al amanecer.