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Laura Alemán, una mujer renacentista

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Laura Alemán

SOBRE FILOSOFÍA, ARQUITECTURA Y POESÍA

De perfil bajo, su aporte a la comunidad es notable en varios planos.

Tiene un semblante muy especial. Se toma su tiempo para responder y parece tener la extraña virtud de la calma. Es arquitecta, le gusta mirar e imaginar; es docente, le gusta enseñar; y además le gusta escribir, actividad que en los papeles se rastrea desde 2006, cuando publicó su notable trabajo Bajoclave. Notas sobre el espacio doméstico (2006; Premio Nacional de Literatura en 2008). Laura Alemán (Montevideo, 1967) es investigadora y titular del curso de Historia de la arquitectura en la FADU, Udelar, entre otros que dicta. Pero su costado académico se complementa muy bien con un costado poético y filosófico. Prueba de esta simbiosis se ve en el poemario "Viento" (2008) y en su tesis de maestría de ordenamiento territorial y desarrollo urbano convertida en libro al que llamó "Hilos rotos: Ideas de ciudad en el Uruguay del siglo veinte" (2012, Premio Nacional de Literatura en 2011). Hace un par de años retomó la palabra, aunque siempre breve, para escribir "página blanca" (2016) su segundo poemario. 

Espacios fragmentados

—Se te ha dado bien para combinar lo académico con lo literario en tu obra: leer, investigar y escribir. El sueño del pibe (o de la piba).

—-Sí. No de todo el mundo, ojo, te tiene que gustar. Durante años hacía un poco de investigación y docencia, y trabajaba como arquitecta el resto del tiempo. Pero cuando pedí la dedicación completa me focalicé en una sola cosa.

—Debe tener su lado estresante.

—Sí, la rosca académica tiene sus vericuetos. Para el que lo ve de afuera le puede parecer raro que alguien se estrese en este ambiente cuasi monacal. Pero no es tan así. La docencia está calificada como una de las tareas más estresantes y desgastantes. Además es una actividad que compite con los tiempos de la investigación. Uno tiene que defender su espacio de investigación, porque si no lo urgente termina comiendo a lo que no lo es.

—Tus libros tienen la recepción de gente que por ahí no está inmersa en la literatura y llega desde otro lugar.

—Sí. A mí lo que me pasó es que si bien empecé a estudiar arquitectura, tengo una gran vocación por la filosofía y te diría que es lo que más me gusta. Siempre tuve esa tensión entre ambas disciplinas. Luego apareció el tema de publicar poesía, que no me animaba. Hay algo como impúdico en ese acto y a mí me daba algo de vergüenza porque es una exposición grande. Luego de eso quedó una triangulación un poco rara: arquitectura, filosofía y poesía.

—Tu primer libro es como un proto-ensayo poético, "Bajoclave. Notas sobre el espacio doméstico" (2006); digo poético porque tiende hacia ese lugar y no tanto a la dureza argumentativa. Hay una combinación rara entre el discurso poético y las notas al pie, por ejemplo.

—Sí, me lo han dicho, a veces como elogio y otras como crítica. La academia tiene criterios de escritura que no suelo seguir. La poesía para mí no es solo escribir un poemario, sino que es una forma de decir. Escribo sobre arquitectura o filosofía pero me gusta que las palabras suenen bien, que tengan ritmo, música. Eso suma otro nivel de complejidad, elegir la palabra no por lo que denota sino por lo que connota.

—En el prólogo, Diego Capandeguy dice que es bastante raro encontrar una prosa así entre los arquitectos, algo que suena a prejuicio.

—Más que prejuicio es un juicio. Hay de todo, no se puede generalizar. El tema es que la profesionalización en algunas áreas lleva a un lenguaje o vocabulario más acotado, y al descuido por esa dimensión poética. Porque el foco siempre está puesto en qué digo y en cómo lo argumento, y no se genera esa tensión con el cómo lo digo.

—Me gustó el emparchado de citas. Cada una trabaja para el conjunto.

—Claro, porque la idea era ir a fuentes literarias que me permitieran acceder a las épocas estudiadas allí: el 900, los años 50 y el pasado reciente, que por entonces eran las puertas de la década del 2000.

—Me hace acordar al Libro de los pasajes de Walter Benjamin.

—Salvando la extensión, ja ja. Fui armando una especie de puzzle pero en mi caso tuve que buscar autores y escritores que hablaran, por ejemplo, de la casa del siglo XIX y que fueran descriptivos. La idea del libro era ilustrar a través de textos literarios cómo se vivía en otros momentos de la historia.

—Recorrés tres épocas a través de tres tipos de casas, y para identificarlas utilizás un ícono: la claraboya, el sillón bkf y la pantalla. Si tuvieras que seguir pensando sobre el asunto y buscar un icono que refleje esta época, cuál sería.

—Pah.

—¿El celular? En ese caso seguiríamos en el dominio de la pantalla, ¿no?

—Sí, tenés razón. Creo que sigue siendo la pantalla. El tema de la aterritorialidad, de las relaciones, etc. Igual te digo que si tuviese que escribir de nuevo ese libro, lo haría diferente, principalmente el último capítulo. Tal vez por la falta de distancia histórica, siento que fue el que quedó más débil, además de que es la época que menos me atraía.

—El amor por el pasado pone en evidencia tu yo romántico.

—Totalmente. Es un problema que tengo. Ja, ja. A mí los cincuenta me parecen una época rutilante, me deslumbran, lo mismo el 900. Ya los 90 no tanto. Lo contemporáneo me resulta menos atractivo, por algo doy clases de historia.

—En función de las casas que analizaste, ¿cuál sería tu casa ideal?

—Creo que es una pregunta que no tiene respuesta. Es como que me preguntaras sobre mi género musical preferido. Si tuviese que decidirme, me encanta la arquitectura de los 30 porque reúne muchas cosas. Es moderna (porque contempla determinadas condiciones de vida, como luz, aire, ventilación, etc.) pero a la vez no es todavía la caja transparente, sino que tiene muros, ventanas sobre esos muros, vitrales, pisos buenísimos. Tiene materialidad, forma y eso me encanta.

—El día que compre una casa te voy a llamar.

—Sabés que una vez me ofrecí en una inmobiliaria como asesora. Les expliqué: “yo soy historiadora y quisiera asesorar en cuanto a cualidades patrimoniales para ayudarlos a vender mejor y también para informar a sus clientes que no estropeen lo que compran”.

—Me encantó. ¿Y qué pasó?

—Me mandaron al diablo.

Hilos rotos

—Has escrito poesía, ensayo y algunos cuentos pero nunca una novela o cosas de largo aliento narrativo.

—No me siento con las mismas herramientas, ni tan cómoda con el cuento. A la hora de leer, como lectora, lo que más leo es poesía y novela, de hecho.

—Hoy está de moda, otra vez, la novela corta o nouvelle.

—Sí. La novela te exige un compromiso de tiempo, de dedicación e involucramiento que es difícil tener.

—Sí, pero es el mismo tiempo y dedicación que le ponés a Netflix, por ejemplo. ¿Será entonces una cosa de tiempo?

—Yo no miro Netflix.

—Ja, ja. Te perdés buenas historias ahí.

—Ya sé, seguramente me pierdo un montón de cosas, pero lo hago para tener más tiempo para todo lo otro.

—En "Hilos rotos. Ideas de ciudad...", una advertencia inicial dice que el libro no trata sobre la ciudad como tal, sino sobre las ideas acerca de la ciudad. Se me complicó entrarle.

—Claro. Es que hay una diferencia muy grande entre aquel primer libro y este. Es mucho más específico, puede ser árido para algunas cabezas. Acá hay una conjunción entre la arquitectura y la filosofía de la ciencia, que me encanta. Es el campo de la filosofía que más me interesa.

—Cuando hablás de la filosofía de la ciencia te cambia la cara.

—Me encanta. No sabés lo que disfruto dando clases de epistemología y estudiar los sistemas. La pregunta del libro fue por qué la ciudad (los modelos de ciudad) cambian durante el siglo xx en Uruguay. Si es una lógica de cambio de paradigma (Thomas Kuhn) o si responde a una lógica racional al estilo de Imre Lakatos. El libro trabaja con abstracciones, esquemas mentales de la ciudad y los va comparando y analizando en función de estas dos posturas. En el campo de la filosofía tenés que argumentar y ofrecer hipótesis o “verdades”, en el campo de la poesía todo lo contrario, la “verdad” se muestra, aparece a través de la palabra. La dimensión poética para mí está en eso, en el modo de decir, más allá del contenido o la forma.

Fuerte viento

—No son habituales las dedicatorias a escritores pero tu primer poemario, "Viento" (2008), está dedicado a Alejandra Pizarnik. ¿Por qué?

—Es una poeta que me encanta y con la que de algún modo tuve o tengo cierta identificación. Es un libro que, no sé si se nota, tiene algo de dolor. Pizarnik me atrae como personaje y como escritora.

—Te emparentás con su estética.

—Claro, me pasó algo con su autorreferencialidad. Cuido mucho que la poesía no sea una expresión directa de mis sentimientos, que esté mediatizada, reformulada o elaborada. Me encantaría poder escribir y desaparecer a la vez.

—Y eso para vos no sería literatura…

—No me gusta la literatura del yo, o me gusta solo cuando está mediada por la voluntad de forma.

—Hay nuevas formas de producción de poesía, muchas de las cuales no provienen del ámbito poético o literario.

—Claro, hoy se puede preguntar: ¿quiénes son los poetas? Nadie te da el título de poeta. Aun así, cada vez hay menos poetas con mayúscula. Soy bastante reaccionaria o conservadora, en el mejor sentido, en cuanto a la literatura. No estoy al tanto de las novedades y tampoco me interesa estarlo.

—Eso mismo me dijo Andrea Blanqué.

—Capaz que es un tema generacional, o mejor dicho también es un tema de sensibilidad. Me he llevado alguna sorpresa grata en algún recital de poesía pero no me pasa muy seguido. Por ejemplo, me gusta lo que escribe Guillermina Sartor.

—El otro día vi en Instagram que una chica jugaba con una frase popular y la daba vuelta, y creo que tiene mucho que ver con tu poemario. La frase decía: «a las palabras NO se las lleva el viento». ¿Cómo lo visualizás hoy?

—¿Si a Viento se lo llevó el viento?

—Ja, ja. Sí.

—Es un libro muy querido para mí. Fue escrito en un momento muy particular y era la primera vez que me animaba a publicar poesía. Estoy de acuerdo con esa frase, a las palabras no se las lleva el viento.

—El viento mueve cosas.

—Y las libera. Como el viento de la Plaza Independencia. Me encanta atravesar la Plaza Independencia con viento.

—Excepto en aquel temporal de 2012.

—Ese fue un día poco poético.

—En este libro se ve tu predilección por la forma breve, muy breve.

—Sí. No soy para nada militante de la economía formal pero siempre me costó escribir más. Me sale así, breve y además corrijo mucho hasta que llega la palabra. Y ese momento me da satisfacción.

—También hay un tema con el tiempo.

—Sí, siguiendo la frase de las palabras y el viento, hay algunas cosas que cuando te pasan quedan ahí y el paso del tiempo no necesariamente las cura, no las alivia.

—¿Y escribir sí?

—Un poco sí. Un poco bastante. Cuando escribo sobre algo que me pasó en general lo hago cuando estoy en posición de matar eso, cuando quiero cancelarlo, pasar la página. Tiene una función terapéutica en ese sentido. Igual, todo queda.

—¿Todo queda escrito o en uno?

—Para mí hay una contradicción entre el tiempo de la literatura y el tiempo de la vida. Cuando vivo intensamente, escribo poco. Y escribo mucho más sobre lo que ya viví, porque primero se transforma en memoria y luego en palabra.

—Qué linda imagen. ¿Pensás que operó el mismo proceso en tu último poemario,"página blanca"?

—Creo que son muy similares los dos, "Viento" y este. Diferentes pero parecidos.

—Hay tópicos que se repiten, la palabra, la reflexión, el silencio.

—Y la página blanca, la que queda luego de que pasó el viento. La necesidad de volver a cero para empezar de nuevo.

—También puede ser la página en blanco del Word, volviendo a la pantalla.

—Sí, claro, igual no importa el soporte. Puede ser la cabeza en blanco también, si acaso fuera posible.

—Ya que mencionás que son libros similares, hay un aspecto que los conecta y que vos confirmarás si es casualidad o no. ¿Cuántos textos tiene "Viento"?

—No me acuerdo.

—Tiene 42. ¿Sabés cuántos textos tiene "página blanca"? También 42.

—No me había dado cuenta. Te juro. Qué increíble.

—Hay una simetría exacta en ambos.

—Pah. Ja, ja. Me asustó un poco. Es una coincidencia cortazariana.

—Te dejé helada.

—Sí, como un fuego congelado.

Literatura y vida

“Creo que hay que tener bien claro que la literatura es una cosa y la vida es otra. Si estás triste y lo traducís al papel directamente tenés que fijarte si eso que estás diciendo es literatura o si es simplemente una expresión catártica. Si no cumple con ciertos niveles de calidad, ritmo, etc., no es literatura. Entiendo que tiene que tener calidad, un nivel de calidad que difiere del tipo de comunicación que podés tener en un diario íntimo o en una conversación común”.

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