Poéticas de Milán

La realidad de la poesía parece ser mucho más estable que la realidad actual del planeta

Cuando la Modernidad habría dejado de existir

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Eduardo Milan
Eduardo Milán
(foto Leonardo Mainé/Archivo El País)

por Eduardo Milán
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Hegel predecía, en las Lecciones de estética (1832-1845), lo que en el siglo XX, a raíz de los movimientos de vanguardia de 1910-1930 —aproximadamente, ya que no hay una fecha final de las vanguardias, aun de las “duras”, las estético-históricas— se llamó “fin del arte” o “muerte del arte”. ¿Qué quería decir Hegel con eso y qué se entiende hoy en presente por “muerte del arte”? “A nuestro modo de ver el arte es cosa del pasado” se entiende como una consideración no negativa de su presente por parte de Hegel. Por el contrario, a contramano del filósofo alemán, la poesía romántica que es su contemporánea goza de excelente salud. Una salud paradójica si se recuerda el dilema que plantea el poeta Hölderlin para la consideración de la poesía en “tiempos de penuria” como llama aquellos buenos tiempos de la primera mitad del siglo XIX.
Si uno sigue la deriva histórica de los planteamientos sobre el devenir de la poesía en los siglos XIX y XX aparte de Dadá que puso en jaque la médula del problema poético que es la significación (“dadá no significa nada” dice Tristán Tzara en el Manifiesto del señor Antipirina de 1916) lo que sigue en el siglo XX hasta hoy es una especie de tibieza o neutralidad que poco o nada le interesan los problemas. No se sabe si eso es bueno o malo para la poesía. Lo que sí se sabe es que luego de la asonada postmoderna a finales de 1970 todas las formas poéticas coexisten y a nadie se le ocurre cuestionar esa felicidad o riqueza que otorga la convivencia de repertorios. Lo que se plantea entonces es: ¿el cuestionamiento o la puesta en jaque es un fenómeno de la modernidad? Y si esto fuera así, ¿acaso con la postmodernidad y sus distintas polémicas la Modernidad con mayúsculas dejó de operar o de existir como fenómeno estético-social? También se negocia la realidad argumentando que hay distintas modernidades —o intensidades modernas. Lo que sí parece ser un hecho es que el problema no le interesa a nadie. Es evidente que ante la amenaza de un colapso ecológico el tema pasa a un nivel prioritario. Si no hay planeta estable no puede haber poesía estable. Lo cual es muy raro porque viéndolo bien, es más estable —en términos de tolerancia— la realidad de la poesía que la realidad del planeta.

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