Rosario Peyrou
EN 1922 Diego Rivera la pintó en su primer mural, La Creación, como la figura representativa de la poesía erótica. Carmen Mondragón ya era para entonces Nahui Olin, el nombre náhuatl con que la bautizó su amante, el pintor que se hacía llamar Dr. Atl. ("Nahui Olin" es en el calendario azteca el poder que tiene el sol de mover a los astros). Tenía fama de ser la mujer más bella de México, y esa fama y el modo como vivió, a contrapelo de la sociedad de su tiempo, todavía acompañan su nombre. Rubia, de enormes ojos verdes y cuerpo perfecto (todo lo necesario para deslumbrar en el mestizo México), formó parte del grupo legendario de mujeres que participaron activamente en la cultura de las fermentales primeras décadas mexicanas del siglo XX. Mujeres como Lupe Marín, Tina Modotti, Antonieta Rivas Mercado, Frida Kahlo protagonizaron historias que rompieron moldes femeninos tradicionales: eran libres, anticonvencionales, y brillaron con luz propia en la escritura, el diseño, la pintura, la fotografía o la militancia cultural y política.
El caso de Carmen Mondragón es un poco diferente: más que por su obra, pasó a la leyenda por su belleza, su gesto desafiante, y por haber sido modelo de los mayores artistas mexicanos de entonces. A juzgar por sus dibujos y pinturas ingenuas o sus textos, que la reciente biografía de Adriana Malvido reproduce, no hubiera alcanzado un lugar en el Parnaso mexicano: el mayor interés de esos escritos estriba en la audacia con que habla de su cuerpo y sus pasiones, de una manera impensable para una mujer de su tiempo. "No hay hombre o mujer en México y a principios del siglo XXI que se atreva a escribir así, a sentir así, a enamorarse así", afirmó Elena Poniatowska.
Llama la atención que aún no se haya escrito una novela sobre ella, como lo hizo Hugo Achugar con Blanca Luz Brum, por ejemplo. Sobre todo teniendo en cuenta el interés posmoderno por las figuras transgresoras, y especialmente por las "glamorosas". Aunque el nombre de Nahui Olin es ya una referencia obligada cuando se describe el ambiente cultural mexicano de la década del veinte, hasta ahora nadie había focalizado su atención en ella con la dedicación con que lo hace Adriana Malvido (México D.F. 1957) fascinada por esa figura trágica que se quemó en su propio fuego y terminó en la miseria, vendiendo las fotografías de sus desnudos para poder comer.
ATL. Nahui tenía veinte años cuando se casó con Manuel Rodríguez Lozano, en plena revolución mexicana, y con él se fue a vivir a París. Separada en 1921 (la leyenda dice que el marido era homosexual), se integra en México a la efervescente vida cultural de la época, cuando José Vasconcelos desde la Secretaría de Educación apoyaba la nueva pintura mural vista como la expresión adecuada para el naciente nacionalismo mexicano. La década del veinte es también la del auge del grupo de los Contemporáneos (Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Gilberto Owen, etc.), poetas fundamentales en ese despertar de México a la modernidad.
En esos años Nahui conoce a Gerardo Murillo, el Dr. Atl, un curioso personaje que había participado como carrancista en la guerra civil, y se había convertido en un activo y pionero promotor de las artes populares mexicanas, pintor estimable, escritor y vulcanólogo. Había elegido el nombre "Atl", "agua" en náhuatl, y durante su estancia en París, el poeta argentino Leopoldo Lugones le había agregado el "Doctor" cuando junto con otros amigos lo bautizaron en una tina de champán. Atl escribió en su diario el 22 de julio de 1921, el día que conoció a Nahui en una fiesta: "Entre el vaivén de la multitud que llenaba los salones se abrió ante mí un abismo verde como el mar, profundo como el mar: los ojos de una mujer. Yo caí en ese abismo, instantáneamente, como el hombre que resbala de una alta roca y se precipita en el océano. Atracción extraña, irresistible (...) ¡Adiós, quietud de mi vieja morada, voluntad de trabajar, serenidad de espíritu, ambiciones de gloria! Se cierne sobre mí una catástrofe". No se equivocaba. Con Nahui viviría una tormentosa relación que testimonian las fogosas cartas que se escribieron durante su convivencia en el convento de La Merced. Las de ella resultan graciosas por su atrevimiento y su delirante megalomanía: "porque sé que mi belleza es superior a todas las bellezas que tú pudieras encontrar. Tus sentimientos de esteta los arrastró la belleza de mi cuerpo —el esplendor de mis ojos— la cadencia de mi ritmo al andar —el oro de mi cabellera, la furia de mi sexo— y ninguna otra belleza podría alejarte de mí". "... a mí nada me distrae, estoy reconcentrada en mí misma, en la casa lo único que se me ocurre hacer es desnudarme delante de un espejo y admirar mi belleza, que es tuya".
En 1923, el fotógrafo norteamericano Edward Weston, por entonces amante de Tina Modotti, conoce a la pareja Atl-Mondragón, y se deslumbra con Nahui. Le hace varias fotografías que considera las mejores de su estadía en México, según asienta en su diario. Ben Maddow, biógrafo de Weston, se refiere a uno de esos retratos como "el más bello del período" y agrega "Uno tendría que ser piedra para no enamorarse de ella".
Atl no era de piedra, pero fue lúcido sobre lo que le esperaba con esa mujer. "Vulcanólogo vulcanizado —dice Elena Poniatowska— Su volcana rugía más que Iztaccíhuatl". Con frecuencia ella le hacía violentas escenas de celos frente a las otras mujeres que posaban para él, o le dejaba escritas sobre el mural que estaba pintando "palabras muy crudas", según cuenta el fotógrafo Manuel Alvarez Bravo. Un día él le arrojó una lata de pintura y la bañó de la cabeza a los pies. Jugando con su apellido, la llama "mon dragon". En cierta ocasión, después de una trifulca, Atl se despierta en medio de la noche y la encuentra "desnuda, con su cabellera revuelta sobre mi cuerpo, empuñando un revólver cuyo cañón apoyaba en mi pecho". Las historias se hacen públicas y son la comidilla de todo México. Para vengarse de Atl que había declarado en una entrevista que casarse con una escritora "sería una constante catástrofe"; Nahui responde en el mismo medio que nunca se casaría con ningún hombre "y menos con un pintor extravagante o con un literato mediocre, porque están ya casados con la obsesión de una gloria que la mayor parte de las veces no merecen y son esposos de la Vanidad".
FEMINISTA SIN CARTEL. Aunque no la considera ni como escritora ni como pintora, Antonio Luna Arroyo, biógrafo del Dr. Atl, asegura que "Nahui es un elemento clave en la historia de la sexualidad en México". El restaurador de arte Tomás Zurián, quien ha dedicado más de veinte años a reunir documentación sobre Nahui Olin, (según él mismo dice, fascinado por sus retratos), la considera una feminista, a su modo: "Ella entiende, aporta y nutre a su época de un sentido de libertad entonces inconcebible. Es una verdadera feminista. Sabe, porque ha viajado, que la mujer juega un papel importante en la cultura, y no como compañera o apoyo de un hombre, sino con potencial propio (...) Sí es una gran feminista sin pancarta, una feminista que con sus actos genera una apertura". Algo parecido sostiene el fotógrafo Manuel Alvarez Bravo: "Nahui era más que una modelo. En aquellos años surgen mujeres muy valiosas, pero para mí las más interesantes son Lupe Marín y Carmen Mondragón. Les encantaba hablar sin inhibiciones, hasta en forma agresiva. Yo creo que podríamos hablar de una preliberación femenina". Es cierto que sin importarle el desprecio de la gente, ella afirma el derecho de las mujeres a vivir su vida: "El cáncer de nuestra carne que oprime nuestro espíritu sin restarle fuerza, es el cáncer famoso con que nacemos —estigma de mujer— ese microbio que nos roba vida, proviene de leyes prostituidas de poderes legislativos, de poderes religiosos, de poderes paternos, y algunas mujeres con poca materia, con poco espíritu, crecen como flores de belleza frágil, sin savia, cultivadas en cuidados prados para ser trasplantadas en macetas inverosímiles —arbustos enormes, enanizados por mayor crueldad y sabiduría agrícola que la de los japoneses", escribe en su enrevesado estilo en su libro Óptica cerebral.
LA LOCURA. Separada de Atl, tiene varios amantes. "Cuando peleaba con algún hombre editaba manifiestos y los colgaba en las calles o los leía en voz alta a sus amigos", cuenta el escritor oaxaqueño Andrés Henestroza. En 1927 Rex Ingram (quien había dirigido a Greta Garbo) le propone hacer una película. La Metro Goldwyn Mayer le hace una serie de desnudos fotográficos, pero Nahui no se deja convencer. En cambio organiza en la capital mexicana una exposición de sus desnudos firmados por el fotógrafo Antonio Garduño.
Su vida dará un vuelco en 1929 cuando conoce a Eugenio Agacino, un capitán de barco del que se enamora. Se retira del ambiente cultural mexicano y resuelve irse con él por el mundo. En los viajes pinta una serie de cuadros naifs sobre su relación amorosa. Pero la felicidad le duraría poco: en 1934 Agacino muere en La Habana durante una travesía marítima. Dice la leyenda que Nahui Olin siguió viajando al puerto de Veracruz a esperar a su marino.
Sola y vuelta a la ciudad de México se adentra lentamente en la locura. Todavía expone su pintura y publica otro libro, Energía cósmica donde hasta discute las teorías de Einstein, y teoriza sobre el tiempo y el espacio. Se interesa por el esoterismo y se hace fama de bruja. Abandonada y pobre, es una sombra de sí misma: se pasea por la Alameda hablando sola, pintarrajeada, vestida con harapos y rodeada de sus gatos. Los niños la siguen y la apedrean. Aunque no pedía limosna, dice Henestroza, "provocaba que se la dieran"... A los pocos que la visitan en la década del cincuenta les habla de su novio marino y les muestra su retrato pintado por ella en una sábana, según cuenta la fotógrafa Lola Alvarez Bravo: les dice que todas las noches duerme con él, tapada con esa sábana. Asegura que él vendrá a buscarla "cuando termine de preparar que me reciban los reyes de España para mi exposición".
LA LOCA Y EL POETA. El poeta mexicano Homero Aridjis, sin saber quién era, se la encontró un atardecer en la Alameda mirando el sol. "¿Qué hace? ‘Estoy metiendo el sol’. ‘Oiga, pero le va a hacer daño a los ojos.’ ‘No, todos los días saco al sol, me lo llevo por el cielo y después lo meto’". Aridjis tenía veintiún años y aquella loca "poética" lo fascinó. Ella lo invitó a su casa, le mostró sus cuadros, sus desnudos fotográficos, y le contó historias de sus amantes: "Estaba orgullosa de su cuerpo, pero había algo de inocencia en la manera de mostrarlo (...) era como si aquellas fotos fueran su biografía, su pasado", cuenta el poeta. "Nahui Olin es el tipo de personaje que la sociedad destruye porque es de una inocencia totalmente desinhibida, sin compromisos, sincera". (Homero Aridjis, Variaciones sobre Nahui Olin, citado por Malvido).
Cuando murió el 23 de enero de 1978, muy pocos en México la recordaban. A partir de los años 90, al calor del creciente interés por esa época clave de la cultura mexicana, y particularmente por el papel jugado por las mujeres (varias son las biografías que se han ocupado de Frida Kahlo, de Tina Modotti, de Antonieta Rivas Mercado, todas escritas por otras mujeres), Nahui Olin ha vuelto a su época dorada. En 1992 se realizó una exposición de su pintura en el Museo Estudio Diego Rivera (Nahui Olin: una mujer de los tiempos modernos) y una película independiente (Nahui Olin, insaciable sed). Ahora Adriana Malvido publica el resultado de su paciente investigación biográfica, y aporta una magnífica colección de imágenes de Nahui firmadas por los pintores Diego Rivera, el Dr. Atl, Roberto Montenegro, Antonio Ruiz, Gabriel Fernández Ledesma, Ket-zaal, Jean Charlot; el caricaturista Matías Santoyo; los fotógrafos Edward Weston y Antonio Garduño, además de una larga serie de reproducciones de dibujos y pinturas de la propia Nahui Olin. El libro, muy hermoso sobre todo como objeto, permite asomarse a una época clave de la cultura mexicana, un tiempo de rupturas y transformaciones, tanto en el arte como en la historia de la vida privada.
NAHUI OLIN. La mujer del sol, de Adriana Malvido. Prólogo de Elena Poniatowska. Editorial Circe, Barcelona, 2003. Distribuye Océano. 237 págs.