por Juan de Marsilio
.
Pablo D’Ors (Madrid, 1963), nieto del escritor Eugenio D’Ors (1881–1954), es sacerdote, narrador y ensayista. Con la red “Amigos del desierto”, difunde la práctica de la meditación. De paso por Montevideo charlamos con él en la librería Puro Verso.
—¿Qué diferencia la mente del espíritu?
—Tenemos instintos, deseos y un anhelo profundo. Los instintos son del cuerpo, los deseos de la mente y el anhelo o la sed, del alma, del espíritu. Puedes tener tus instintos y tus deseos satisfechos, sin ser feliz ni pleno, pues te falta algo: ese anhelo de plenitud y trascendencia, al que va el alma. Sufrimos por identificarnos de más con nuestro cuerpo. Cuando trascendemos cuerpo y mente, para vivir desde el centro operativo del alma, sufrimos menos.
—Difícil para un materialista.
—Cierto. Pero creo que la materia tiene menos visos que el espíritu de ser lo verdadero. A diferencia de la mayoría —hoy casi todos son materialistas— creo que la conciencia crea el cerebro, no al revés. En cristiano: en el principio era el Verbo.
—¿Meditar es rezar?
—Es oración contemplativa. Hay oración verbal, recitando plegarias. La hay mental, con el pensamiento. La afectiva es coloquio íntimo, de amor, entre el fiel y Dios. En la contemplativa es esencial el silencio, la escucha del misterio. Es la oración por excelencia: el protagonista no eres tú, sino Él.
—¿No cree que Biografía de la luz es difícil para los más sencillos?
—Que el libro resultara algo complejo, sobre todo para los sencillos, sería un fracaso, pues lo espiritual debe ser sencillo. Sólo lo sencillo es espiritual, porque sólo si es sencillo puede ser para todos.
—A quien pida hechos, su lectura simbólica de Cristo no lo va a dejar satisfecho.
—¡El símbolo lo es todo! Los sacramentos son símbolos. Hay una visión infantil de la expresión del alma. Biografía de la luz es una lectura nueva, necesaria y sapiencial del Evangelio. El libro no muestra a Cristo como algo externo, sino el Cristo interior. Tomo de Jung la idea de yo profundo, de Cristo como arquetipo de humanidad y espejo de nuestra identidad. El libro muestra, a partir del Evangelio, que el conocimiento de Dios es autoconocimiento. Dijo Cristo: “Nadie llega al Padre sino por Mí”. A Dios se llega por lo humano, buceando en nuestra identidad. Si debo salvar un libro mío, salvo éste.
—Contemplación y acción: ¿opuestas o complementarias?
—Contemplar, en principio —sólo en principio— es no actuar. Al actuar de inmediato, la respuesta va al exterior. La contemplación es acción interior. No es que no haya que actuar: estamos en el mundo, hacemos cosas. Pero el contemplativo, antes de actuar, “aprieta el pause”: escucha, mira, deja que la realidad se exprese. Tras escuchar y mirar lo suficiente, viene la acción correcta, pasada por el silencio y el tiempo. Respuesta, no reacción. La reacción es automática, instintiva, animal. Lo humano y espiritual de la acción lo dan el tiempo y el silencio. No es fruto de un proceso intelectual: ves maravillado cómo la decisión se toma en ti.
Hacer el bien.
—Habla Ud. de crecimiento personal. ¿No teme que lo encasillen en un rubro?
—Nuestra generación fue educada para hacer el bien, para ser buenos, al menos en la España en que nací. A crecer tú y hacerte bien a ti mismo, no te enseñaban. Los libreros no saben bien dónde poner mis libros, si en ensayo, “New Age” o crecimiento personal. Mucho en este último rubro es banal. Rompo una lanza por sus muchísimos lectores: leen eso porque la literatura los ha perdido. Se ha creado un nicho, donde la gente que busca belleza y verdad, no las halla. Entonces buscan en otro lado, en eso denominado “crecimiento personal”. No me incomoda ser incluido allí: no quiero pasar a la historia de la literatura, sino alimentar el alma del lector. Prefiero ser leído en ese rubro a que no me lean en cualquier otro. Y no sólo para comunicarme, que es un regalo. Porque no se escribe sólo para eso, sino para descubrirse y asistir a la revelación de lo que sabes sin saber que lo sabes.
—¿Qué siente un cura al ser presentado como “un maestro espiritual con miles de seguidores en todo el mundo”? Porque Ud. propone un camino humilde.
—La humildad es imprescindible: eres humilde o gilipollas. Ser escritor te confronta con tu estupidez. Escribes todos los días, y en general, lo que sale es malo. De diez páginas, tiras nueve. Hay que soportar no producir cosas bonitas, escribir cosas banales, pretenciosas, vacías. Es un ejercicio de humildad. Toda mi vida he estado bajo los arquetipos del escritor y del sacerdote. Así me presentaban. En los últimos dos libros, tras treinta años publicando, me presentan como maestro, palabra que me queda grande, pero sintetiza o trasciende las otras dos.
—Cura y escritor, ¿se estorban o se ayudan?
—Se estorbaron. Ya no.
—Cuando empezó como sacerdote —lo cuenta en su novela Entusiasmo— había curas tradicionalistas y progresistas. ¿Qué queda de eso?
—Eso casi ya no existe. Curas obreros, más de izquierda, un poco al estilo en que me formé, hay pocos. Eran fruto de una generación, los 70, 80, 90. Desde el 2000, con Ratzinger como Papa, eso termina casi por completo. En cambio, los curas más tradicionales, son incombustibles. Ahora hay otras dialécticas, no tan claras como aquella. Lo importante, creo, es salir de clisés e intentar ser fiel a la propia conciencia, al propio llamado. Si nos pone en alguna corriente, pues genial. Y si no, genial también. Difícil aventura ser uno mismo. Y más para el eclesiástico, porque el arquetipo sacerdotal es tan fuerte que la gente espera de ti algo concreto, y si no lo das, dicen que no eres de veras cura.
—¿Cuáles son sus distancias con el modelo sacerdotal?
—El sacerdote debe ser puente entre Dios y la humanidad. Tengo reservas cuando el sacerdote, más que hombre de Dios, es funcionario. Eso sirve para la administración ordinaria de los sacramentos, pero no es tan espiritual. La crisis fundamental de la Iglesia y los sacerdotes es espiritual. El problema es la dialéctica entre carisma e institución. Si se institucionaliza demasiado, sufre el carisma. Por otra parte, es necesario institucionalizar para perpetuar el legado, para llegar a más personas. Pero con cuidado, porque la organización puede matar el espíritu. Eso pasa en varios sectores eclesiásticos, donde realmente no hay alma. También reprocho que no haya más modelos sacerdotales. Que un campesino hondureño deba leer a Heidegger para ser cura me parece un despropósito. Debería haber diferentes tipos de sacerdote para distintos grupos de gente.
—Los roles de padre y maestro están en crisis ¿Qué hacer?
—La crisis espiritual de nuestro tiempo se enraíza en la muerte del padre: perdimos el principio de autoridad. Ganamos en democracia y fraternidad, en la dimensión horizontal. Pero con la vertical en tela de juicio, se pierde la dialéctica entre maestro y discípulo, o padre e hijo. Hay que recuperar la autoridad moral y espiritual. En cuanto al cristianismo, está en su adolescencia. Los cristianos que se van de la Iglesia, es como si rompiesen con sus padres. Para ayudar a la reconciliación, los sacerdotes debemos intentar ser maestros, revestidos de una experiencia espiritual que podamos enseñar con inteligencia y pedagogía.
No preguntes, actúa.
—En Entusiasmo y en algún cuento de Los contemplativos, hay personajes creyentes muy lejos de la moral sexual católica. ¿La Iglesia está planteando bien el tema?
—Una anécdota. Llegué de misionero a Honduras en 1991. Las iglesias estaban llenas. Yo daba la comunión. Entonces me enteré de que sólo un dos por ciento de las parejas estaban casadas. En teoría, muy pocos podían comulgar. Le pregunté al Obispo. Él me dijo: “No me lo preguntes”. No preguntes: actúa. Están los grandes ideales, pero también la necesidad de entender con entrañas de misericordia la realidad.
—¿Cómo deben dialogar el cristianismo y las otras tradiciones?
—Sin prejuicio ni temor. El Espíritu se manifiesta como le da la gana, sopla donde quiere, rompe nuestros marcos. Conociendo al otro, descubres la riqueza de tu identidad. El budismo zen me dio una lectura fresca del cristianismo. Ahora, con el hinduismo, es igual. El mundo es una fiesta. Encerrarte en tu cajón e ignorar lo demás, como si no fuera interesante, no es bueno. Todo lo que haya de verdad, belleza y bien, venga de donde venga, me interesa.
—¿Rito o rutina?
—Ritos. El rito es la repetición consciente de un gesto, gestualidad con sentido y conciencia. La religión celebra ritos para descubrir la vida espiritual. Con los ritos —incluso cotidianos— nos sentimos bien. La conciencia crea orden, armonía. Pero hay que educar en el sentido del rito, pues si no se hace rutina.
—¿Cómo relacionar Iglesia y política?
—Hay de esto una lectura profunda y otra banal. La iglesia debe tener actitud política. Según Gandhi, quien crea que religión y política no tienen nada que ver, no sabe qué es política ni religión. Lo banal es que la Iglesia se meta en cosas de partido. No es bueno. Muchos españoles se fueron de la Iglesia por el vínculo entre su jerarquía y el franquismo. Hay que resaltar lo espiritual de la política. Leo y releo Marcas en el camino, de Dag Hammarskjöld, secretario de la ONU y Premio Nobel de la Paz, que trata el aspecto espiritual del servicio público. Simone Weil también reflexiona. Con Gandhi, son tres santos laicos que debemos atender, para corregir eso de que la religión debe ser privada, ajena al compromiso social.
—Entusiasmo impresiona.
—De mis libros, es el que mejor se lee. Tiene acción y es reflexión. Me inspiré en Tentación, de János Székely, guionista de Lubitsch. Lo leí y me dije: quiero escribir mi vida como este tipo ha escrito la suya.
—Su mensaje espiritual fluye bien en sus relatos. ¿Volvería a escribir narrativa?
—Los más de mis lectores prefieren los ensayos. ¿Volver a narrar? En principio, no. Mi vida se ha transformado. No puedo llevar el estilo de vida del novelista, y siento que no debo. La del narrador es una vida muy privada. Estuve en eso treinta años. Hay otros frentes que quiero atender. Además, he escrito ocho novelas y dos libros de cuentos. ¿Puedo escribir algo mejor? Lo dudo. Sé la energía que cuesta escribir una novela: tres años concentrado para parir un libro más o menos potable. ¡No tengo tiempo! Antes, con un reclamo espiritual muy fuerte, me aboqué a la narrativa. Hoy, dedico más tiempo al silencio que a escribir.

Los libros
.
Varios de Pablo D’Ors están disponibles en librerías:
BIOGRAFÍA DE LA LUZ (2021, 576 págs).
LOS CONTEMPLATIVOS (2023, 432 págs).
ENTUSIASMO (2021, 440 págs).
Todos de la editorial Galaxia Gutenberg.