por Ionatan Was
.
Cada vez más la literatura del Holocausto revela historias de salvación. Hubo por ejemplo varios y sonados casos de boxeadores que por divertir a los altos mandos nazis ponían su vida en juego. El ring improvisado en la barraca hacía las veces de palestra romana, en donde un triunfo muchas veces era el salvoconducto para seguir con vida, alargar la esperanza un tiempito más.
Claro que hubo otros casos menos divulgados. Un libro que todavía anda por los escaparates viene a contarlo: El nadador de Auschwitz. Es una historia de salvación, pero sobre todo una primera biografía de Alfred Nakache (1915-1983), una estrella del deporte de cuya existencia el autor Renaud Leblond (París, 1965) se enteró unos años atrás, en 2019: “Supe así de la tragedia, pero también de la inaudita fuerza vital de ese gran campeón francés olvidado”.
Leblond se vale de una extensa bibliografía para relatar un periplo entre la Argelia natal, una Francia endeble, hasta la infamia de Auschwitz. Pero también apela a una cierta veta ficticia, no como fin en sí mismo sino con el propósito de “darle sustancia al relato”: diálogos, ciertas situaciones, personajes secundarios imaginarios.
Miedo al agua. El libro arranca en la ciudad de Constantina, en Argelia. Todavía en África faltan unos cuantos años para librarse del yugo colonialista europeo. Argelia no es la excepción, y la presencia francesa se nota por todas partes. En Constantina no solo hay árabes musulmanes; también en menor proporción hay judíos y europeos. Parecen ser los últimos años de armonía luego de que una bomba dejara tres muertos —dos judíos y un musulmán—, además de cuarenta heridos. Alfred Nakache entonces es un niño que apenas entiende. Un niño que le tiene miedo al agua.
Este detalle es algo más que aprensión: es metáfora para seguir una vida. Leblond no husmea en el nacimiento ni en los primeros años, en todo caso sigue el rastro fundamental: el agua. Ese es el hilo conductor, porque Nakache llegó a ser un nadador profesional doblemente olímpico, devenido en ídolo por obra y gracia del deporte. Antes que personaje judío o icono de la resistencia, fue un deportista de primera línea.
Desde muy joven llamó la atención, aun con los miedos iniciales. Es alrededor de una rústica piscina que empieza a soñar, no solo con un futuro promisorio, también con el amor. El libro en esta parte se explaya en entrenamientos, competencias, los primeros triunfos. Hasta el viaje primigenio a París. El adolescente Nakache se apronta al gran desafío, aun sin deslumbrarse con la torre Eiffel, anquilosada la nostalgia en su Argelia natal.
Idas y vueltas. Derribando de entrada la linealidad del tiempo —el lector debe estar atento— el libro consta de muchos capítulos breves, de lectura ágil. El lenguaje es directo, simple, sin lugar a circunloquios ni reflexiones. La prosa no abruma ni incomoda aun al describir las peores atrocidades, sin guardarse nada.
La historia de Nakache se podría dividir en dos etapas muy diferentes. Primero está el camino hasta convertirse en el gran deportista, con sus entrenamientos, sus competencias, triunfos y récords. Camino que llega al cénit en aquella Berlín olímpica, capital del Reich, tan deslumbrante, “con sus vastas avenidas empavesadas de cruces gamadas, edificaciones descomunales, esculturas monumentales”. Y a su vez tan aterradora. “Pero a Alfred todo ese decorado le parece de una horrible tristeza. En particular esa ciudad donde son constantes las patrullas motorizadas y las tropas que, de guante blanco y tocadas con sus cascos, desfilan, machacando el asfalto con su paso de ganso. Un ballet siniestro que no deja lugar alguno para la libertad. Menos aun para la risa”.
Esto último como anticipo de una etapa mucho más triste, en la cual todavía se cuela el espíritu deportivo con sus manifestaciones peculiares, entre ellas esa pulsión al nado que mueve al protagonista de la primera a la última página y hasta el último de sus días.
Renaud no quiso cansar al lector en ninguna de las facetas de Nakache. Es un acierto, pues de esa manera el foco (manifiesto en el propio título) hubiera quedado muy al final, como apartado. Pues no transcurren ni cinco páginas cuando la trama salta hasta Auschwitz, provincia de Silesia, febrero de 1944. Nakache había pasado de los miedos de la infancia hasta volverse una marioneta en los reservorios congelados del campo, “abriéndose paso por entre la inmunda masa vegetal” en las reservas de agua del campo. Allí los nazis, cronómetro en mano, lo están midiendo como nunca y en condiciones humillantes. Un segundo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Nakache lo sabe, aumenta la velocidad.
En el campo pasan cosas. Los privilegios de ser deportista. La separación de la familia. Las historias de otros prisioneros. Los trenes de la muerte. Las chimeneas, los hornos y los crematorios.
Nakache logró sobrevivir, pero su esposa e hijita que fueron gaseados apenas llegar a Auschwitz. Siguió nadando hasta el fin de sus días, pero jamás quiso hablar públicamente de su pasado.
La Francia contradictoria. El lector sabe el principio, y sabe algo del final de la historia. Del otro final, el del libro, no. Nakache no solo es un hombre hecho y derecho, famoso deportista e ídolo de muchos en la Francia de los años treinta y los cuarenta. Está felizmente casado y con una pequeña hija. En París por lo pronto todavía se arrastran los años locos, el frenesí de las artes, el Moulin Rouge, la vida loca. Ni siquiera hacia el fin de la guerra la gente cambia: “Parecen no darse cuenta de nada. Tampoco parece importarles nada”.
Mientras, emerge lo peor del género humano. El odio. A medida que desde Alemania llegan las peores noticias, Nakache empieza a ser víctima no solo de colegas nadadores, sino también desde otros ámbitos, como la prensa; hasta le prohíben competir por Francia o viajar. Apoyado por unos, acosado por muchos otros, la persecución lo obliga a mudarse a Toulouse, donde seguirá nadando y enseñando. Fue denunciado en 1943, detenido en Drancy y deportado.
EL NADADOR DE AUSCHWITZ, de Renaud Leblond. Planeta, 2024. Buenos Aires, 256 págs. Traducción de Agustín Pico Estrada.