Iraq, Qadafi y el Qor’an

Ioram Melcer

LA LENGUA árabe, que existe desde hace más de 1500 años, no fue creada para los medios de comunicación occidentales. No se sabe si fue el mismo Alá que la diseñó, o si fue tomando su forma actual gracias al arduo proceso natural de consolidación, cambios dinámicos y fusiones con elementos ajenos. Sea como fuere, como cualquier criatura del Universo, tiene sus características particulares. Lengua antigua y riquísima, ha llegado a tener una extensión impresionante, desde la India hasta el estrecho de Gibraltar, desde los confines del Sub-Sahara hasta las fronteras meridionales y orientales de Europa. Dada esta extensión, no es de sorprenderse que el árabe hablado en Baghdad se parezca al que se habla en Marruecos y que una persona de El Cairo tenga serias dificultades al momento de hablar con una persona del Golfo Pérsico.

EN EL PAPEL. Los griegos llamaban a cualquier persona que no hablara el griego "bárbaro", un término onomatopéyico que simulaba los sonidos captados por los compatriotas de Platón y Sócrates cuando algún extranjero hablaba en su lengua materna. Aunque los árabes no usan un término peyorativo para referirse a la gente que no habla el árabe, se apodan a sí mismos usando el concepto "Los que hablan con sonidos palatales" y se sienten orgullosos de serlo. Esto significa que los sonidos "s", "d" y "t" tienen dos formas, una semejante a la que emite un anglosajón y otra que exige pegar la lengua al paladar al emitir los sonidos. Es comprensible que esta corta explicación induzca al lector a emitir estos sonidos especiales del árabe, pero tal lector ha de saber que la fonética del árabe es un campo minado y que los palatales no son lo peor que le espera a quien se aventure a pisar las tierras de los acólitos de Mahoma. Un listado más completo de problemas incluiría el hecho de que hay dos sonidos emitidos desde la garganta. Uno de ellos es suave, como el que precede a las vocales iniciales en lenguas como el castellano. Un buen ejemplo es la emisión de aire necesaria para pronunciar el principio de palabras como "andar", "eje", "isla", "ojo" y "uva". El otro sonido es emitido desde las partes más profundas de la garganta, como cuando un árabe nombra al país que suele reproducirse en la prensa como "Iraq", o cuando dice el nombre de su idioma, árabi. Naturalmente, los árabes hablan su lengua y la pronuncian sin dificultad alguna, igual que los chinos al hablar el chino. El problema es del extranjero que intenta pronunciar palabras árabes. Peor aún es el problema de quien tiene que escribir tales palabras en lenguas como el inglés o el castellano. Por ejemplo, el presidente Ásad de Siria escribe su nombre con una "alif", es decir con la letra que representa el sonido gutural suave, mientras que Iraq se escribe con la letra que representa el sonido gutural profundo.

Estas consideraciones no son exóticas. Los estudiosos occidentales del árabe tuvieron que establecer un sistema de símbolos para transliterar las palabras árabes, lo que produjo formas como "‘Asad" o "’Iraq". Mas aún, como el árabe tiene dos letras, kaf y qaf, que representan dos sonidos diferentes —el primero equivalente a la "c" castellana, como en la palabra "camino" y el segundo un sonido en base a "k", pero emitido desde la garganta— los estudiosos decidieron fijar "k" y "q" como grafías en letras latinas. De ahí, pues, viene "Iraq". Y si uno ha de apegarse a este sistema, estará obligado a escribir "Qor’an" y "Qadafi". Bueno, casi "Qadafi", porque la "d" no es una "d" como la castellana sino una "d" gutural. Los problemas se multiplican con otro sonido gutural, una especie de "r" suave, que generalmente se translitera como gh. El ejemplo más conocido es el de Baghdad, la capital de Iraq, o como el ex Secretario General de la ONU, B. Boutrous-Ghali.

HABLAR ÁRABE. Complicado, dirá el lector. Sí, pero las cosas se complican más si uno toma en cuenta el mundo riquísimo y fascinante del árabe hablado, es decir, el de los dialectos, las verdaderas lenguas que la gente habla. El árabe quizás, al igual que el inglés y el castellano, lenguas ricas y extensas, existe en dos niveles casi separados: la lengua escrita y la lengua hablada. Imposible confundir a un londinense con una persona nacida en Arkansas o a un andaluz con un rioplatense. Porque la fonética es diferente, así como el léxico, la sintaxis y mucha de la morfología. Un campesino del desierto mexicano puede hasta no entenderse con un hombre del interior uruguayo. La situación en el universo árabe es aún más compleja.

Los dialectos del árabe reproducen mucho de la sociología y la historia de los pueblos que los hablan. El beduino, el aldeano y el hombre de ciudad nunca hablan igual. En ciertas zonas, cristianos, judíos y musulmanes hablan de manera muy diferente, y claro que en cada país hay decenas, cientos y miles de dialectos, delineando un panorama social, histórico y geográfico que se remonta a 500, 1000 y 1500 años. Cuando alguien pronuncia el árabe escrito, el utilizado en la prensa y las formalidades, intenta apegarse a la pronunciación clásica. Lo mismo ocurre cuando se lee el Qo’ran; lectura atenida a reglas antiguas, que incluye la fonética árabe formal. Pero al hablar, cada uno lo hace en su dialecto, que es efectivamente su lengua materna. En Baghdad al abrir la boca, uno se identifica de inmediato —musulmán, cristiano o judío—, un fenómeno que se remonta al siglo XIII d.c., cuando olas de beduinos se sumaron a la población musulmana de la ciudad. Obviamente, los judíos y los cristianos, descendientes de grupos minoritarios que habían vivido en la ciudad, y en la zona hasta antes de su fundación —por lo menos 1200 años en el caso de los cristianos y 1700 o más en el caso de los judíos—, no cambiaron su lengua materna por el simple hecho de que se sumaran vecinos nuevos de las tribus beduinas de la zona. Los habitantes de Tikrit, pueblo no muy lejano de Baghdad donde nació nada menos que Saddam Hussein, había estado habitado por musulmanes antes de los cambios del siglo XIII d.c.. Por lo tanto, el dialecto de Tikrit se parece más a los dialectos judíos y cristianos de Baghdad que al habla de los actuales musulmanes de la ciudad. No es de sorprenderse, pues, que llegado el momento de huir, Saddam se refugiara en su zona dialectal. Le podría ser fácil disfrazarse, hacerse crecer la barba y vivir en un túnel, pero no querría imitar un dialecto que no fuera el suyo.

Este tipo de situación compleja se da en todo el mundo árabe. Por ejemplo, los beduinos de Libia, aunque están lejos de los beduinos del centro de Iraq, se les parecen en muchas características dialectales. Especialmente en la forma de pronunciar la qaf es decir, la "q" gutural. La pronuncian como una "g" fuerte. De ahí que Qadafi, el eterno presidente de Libia, de origen beduino, pronuncia su propio nombre "Gadafi" (forma usada generalmente por la prensa británica). Los palestinos están divididos en 5, 10 o 15 grupos dialectales. Por un lado, los resultantes de la nakba ("desastre") de 1948, cuando varios cientos de miles de palestinos dejaron sus ciudades y aldeas en Palestina (por presión de los judíos o por voluntad propia), evidenciado en el habla de sus nietos y bisnietos. En Gaza hay mucha gente que sigue hablando el dialecto de una aldea que quizás ya no exista en el centro de Israel. Por otro lado, como Gaza está cerca de Egipto, el dialecto egipcio de El Cairo (popularizado por la impresionante industria cinematográfica egipcia) se ha hecho común y tiene mucha influencia. Pero en Gaza —que está al borde del desierto de Sinaí en Egipto y del desierto del Negev en Israel— no faltan beduinos, aunque hayan dejado sus carpas. Pero no por cambiar la carpa de piel de chivo por una casa de bloques, se cambia la lengua materna, y siguen hablando como beduinos.

LA PRENSA. En Al Jazeera hablan, como en todos los medios de comunicación, en árabe formal, "literario". Claro que como canal de televisión internacional afronta muchas veces situaciones ridículas, con invitados a los que se les escapa el dialecto de la casa, especialmente cuando son invitados que hablan dialectos diferentes. El árabe culto, educado, es consciente de ello y trata de apegarse al "literario", pero la fonética siempre se le escapa. El último árabe que podía mantener una hora de árabe literario hablando era el finado Rey Hussein de Jordania. Pero Mubarak no puede emitir ni dos frases sin irse a su dialecto.

La prensa en inglés, castellano, francés, alemán o italiano se encuentra ante dudas a la hora de escribir nombres árabes. ¿Irak o Iraq? ¿Qadafi o Gadafi? ¿Corán o Qor’an? ¿Boutrous Gali o Boutrous Ghali? ¿Abu Mus’ab al Zarqawi o Abu Musab al Zarkawi? Y la duda más común: ¿Bin Laden (a la manera clásica, formal) o Ben Laden (como lo exigen algunos dialectos)?

Pero no es solamente un problema de la prensa. El lector interesado que se compra un manual para aprender algo de árabe, por un viaje o por puro interés, debe saber si está comprando un manual de árabe "literario" (es decir, escrito), o de algún dialecto. Y si es de un dialecto, es imprescindible saber de qué dialecto se trata. No es lo mismo hablar como el Rey de Marruecos, como una estrella del cine egipcio o como Saddam Hussein.

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