Gloria Salbarrey
EL POLÉMICO ARTISTA irlandés Oscar Wilde tuvo varias caras y máscaras, aplaudidas o denostadas con similar pasión, pero nunca entró de lleno en la investigación criminal. No lo hizo en sus relatos de misterio y horror ni tampoco en los juicios que lo condujeron a prisión. Hasta que en 2007 el escritor germano-británico Gyles Brandreth lo convirtió en un detective de ficción, protagonista de novelas policiales bastante bien escritas y entretenidas.
Hasta ser transformado en restaurador del orden, la verdad y la justicia por este periodista, presentador y guionista de televisión, además de miembro del parlamento británico (1992-1997), había predominado la imagen de Wilde de transgresor, con sus ambigüedades y torturas incluidas.
A pesar de los reparos y elogios, como el que Borges le dedicó, la obra de Wilde ya había sido desplazada antes por la figura mediática. Incluso la adaptación reciente al cine de El retrato de Dorian Gray refleja el estereotipo del dandy o el Adonis capaz de sacrificar todo por el culto de la belleza y la juventud eterna. Esa figura alimentó la fama de elegante y excéntrico hasta el ridículo, de charlista brillante o simplemente charlatán, indolente, perezoso, divertido, hedonista -perverso practicante de placeres. También su fama de generoso hasta el despilfarro, amante de la belleza o de los efebos, esposo y padre encantador, cariñoso y atento, o simplemente un niño eterno que mortificó a los suyos.
NOVELA HISTÓRICA. La serie policial consta de cuatro novelas, tres de las cuales ya fueron traducidas al español y circulan en las librerías. Respetando los códigos iniciales del género, el perfil de Wilde coincide con el detective en tanto ser excepcional, que desentraña mediante la agudeza de la observación y el razonamiento las pasiones ocultas detrás de las apariencias más confiables de los salones selectos o los bajos fondos. Los aforismos, epigramas y un sinfín de paradojas y salidas ocurrentes atribuidas al excéntrico provocador, muchas de ellas incluidas en la obra escrita, brindan a Brandreth abundante materia prima para crear un personaje "fidedigno". El detective habla, viste, come, bebe y transita por los ambientes donde uno podría esperarlo, con un estilo sustentable por la tradición literaria.
Quizás su esposa Constance sea demasiado atractiva y codiciada para los pesares que debió sobrellevar, pero estas licencias del punto de vista también se aplican a las finanzas de la pareja. Los asesinatos investigados transcurren en el período de formación, posterior al primer esteticismo decadente del escritor, que lucha por vencer la pobreza. Por eso viaja como conferencista a Norteamérica, donde suelta bufonadas y desplantes mientras comenta el mobiliario hogareño y afines.
Pese a la adhesión del narrador - nada menos que Robert Sherard, primer biógrafo del dramaturgo- que resalta el brillo intelectual, el dominio de las lenguas extranjeras, el coraje físico y la entereza moral ante el infortunio, poco y nada se sugiere acerca de las privaciones familiares y de la responsabilidad de Wilde como editor de una revista femenina, trabajo con el cual llevaba el pan y los lujos al hogar. En resumen, los únicos tres años de éxito traducidos en dinero generoso ocupan el centro del período elegido por Brandreth para inventar las aventuras policíacas.
En toda la serie predomina la alegría y el saber vivir del artista, apenas ensombrecido por los altibajos de la sensibilidad, disimulados por las ocurrencias chispeantes. En las dos primeras novelas Brandreth deja ver con delicadeza la inclinación de Oscar Wilde por los jóvenes bellos, y los riesgos que corría por ello. En el segundo tomo, "Bossie", el amado consentido por Wilde, su hermano y su padre (el Marqués Douglas que llevó a Wilde a la ruina en los tribunales), se cuentan entre los personajes. El relato incluye una anticipación sobre la histórica catástrofe final del protagonista, inmiscuyéndose en los asuntos escabrosos sin pronunciarse sobre la homosexualidad.
exageraciones y SUBTERFUGIOs. Brandreth exagera y distorsiona la relación que tuvieron Conan Doyle y Robert Sherard con Wilde. Los dos primeros fueron presentados a Wilde en 1889 por J. M. Stoddart, el editor que encargó un libro a cada uno (El retrato de Dorian Gray y El signo de los cuatro). Oscar habría elogiado la obra anterior del colega, a quien habría frecuentado luego, aunque no tanto como cuenta Brandreth.
El vínculo rinde en las novelas debido al contraste entre un hombre extravagante y escandaloso, que no pudo o quiso adaptarse a la sociedad, y el otro, sensato y respetuoso de las convenciones. Conan Doyle no presta una ayuda activa en la resolución de los misterios, pero hace de coro o espejo del detective. De este modo Oscar Wilde figura como inteligente parodia de Sherlock Holmes, mientras que Robert Sherard es su Watson.
En verdad la mayoría de los biógrafos de Wilde se basan en los libros que Sherard escribió sobre él. En The Life of Oscar Wilde, el periodista esquiva los hechos exhibidos en los tribunales, pero insiste en la enfermedad y la disipación sufridas por el artista a causa del alcohol. En la ficción de Brandreth, el escriba disimula su presunta homofobia, dejando claro que él no participaba ni inspiraba tales prácticas.
Aparte de la deliciosa flema inglesa, que deriva de las citas y glosas del propio Wilde, aderezadas por alusiones a Shakespeare y Wordsworth, Brandreth lava con decoro los trapos sucios de la tradición, narrando cómo cada uno puede apropiarse del papel del otro. Más importante aún, sugiere cuánto hace el transgresor para mantener el orden establecido.
OSCAR WILDE Y UNA MUERTE SIN IMPORTANCIA, 350 págs., 2008; OSCAR WILDE Y EL CLUB DE LA MUERTE, 414 págs., 2009; OSCAR WILDE Y LA SONRISA DEL MUERTO, 384 págs., 2011. Todos de Gyles Brandreth. Plata negra, Barcelona. Distribuye Urano.