ALFREDO ALZUGARAT
LA QUINTA edición de la Biblioteca Ciudad de Montevideo convoca a cuatro autores que trazan un abigarrado panorama de los comienzos del siglo XX. Un arco que cubre aproximadamente los veinte últimos años del XIX y los primeros catorce del siglo pasado, tiempo recordado como "una feliz burbuja entre dos épocas de guerras y conflictos". Desaparecidas las coordenadas que los rigieron, adentrarse hoy en aquellos años significa a la vez que un disfrute nostálgico, una reflexión sobre el abismo que nos separa de ellos. Entre los dos extremos campea, con luces y sombras, la identidad de una ciudad.
LA VIDA COTIDIANA. Josefina Lerena Acevedo de Blixen (1889-1967) publicó Novecientos, su libro de memorias, poco antes de morir. La gran distancia temporal que separa la escritura de los hechos la obligó a desdoblarse para, más allá de la inevitable idealización, confrontar con mirada crítica y a la vez piadosa el profundo cambio de espíritu que sacudió a los montevideanos entre esas seis décadas. Es una feminista de mediados de siglo la que nos habla de "las acartonadas costumbres de la época", donde la moda en el vestir era "torturante" y "los convencionalismos rigurosísimos muchas veces no tenían nada que ver con la vida". Y es una anciana que añora los buenos tiempos de su adolescencia y juventud la que nos habla de "una sociedad unida y sacrificada", "una época amable y rezagada… en que a ninguno se le había ocurrido inventar la prisa", donde las preferencias eran "simples", el gusto "apacible" y existía la paciencia. El mismo desdoblamiento se trasunta a la hora de evaluar los cambios. Condena con energía las consecuencias sociales de los avances tecnológicos: los tranvías eléctricos que terminaron con "la amable familiaridad", el privilegio egoísta de poseer un automóvil que significó pasar de "la vieja etapa de convivencia y solidaridad a la de indiferencia" y solo el feminismo le resulta "un movimiento suave, cordial, que rompió con la modalidad ingenua del Novecientos". Su recuerdo recorre las plazas y calles céntricas, el Prado señorial, el "dulce" carnaval, las veladas artísticas, los comercios, los cenáculos, con el deseo de conservar para siempre una idílica imagen de aldea.
Desde una óptica más contemporánea, Arturo Giménez Pastor (1872 -1948), argentino que llegó a esta ciudad durante su infancia y que en 1898 publicó "Mi Montevideo. Remembranzas de un vecino", refrenda muchas de las afirmaciones de Josefina Lerena. Giménez Pastor es un joven orgulloso y feliz de una ciudad que siente suya, un Montevideo que "ha tenido la suerte de no llegar a ser gran ciudad habiendo dejado de ser pueblo". Es un vecino agradecido que no oculta su espíritu de flâneur dejándose llevar por el encanto y la fascinación. Su mirada crítica se suaviza con una aceptación que todo lo perdona. Enclavado en ese centro indiscutible que era la Plaza Constitución o Matriz, el autor describe largamente la catedral, el arbolado, los personajes, hasta el asesinato del presidente Idiarte Borda a un costado de la misma. La define incluso como lugar de reunión y "oficina de informaciones al aire libre para uso del público politiquero y curioso". Puede resultar agudo y hasta muy actual al afirmar que allí se reúnen todos los que viven de la política "con carácter de eterno aspirante en estado de merecer" pues se afirma que "en Montevideo el que llega a diputado tiene la desgracia de perder para siempre la costumbre de trabajar". Pero es solo una nota al pasar, un elemento igual de pintoresco que las peleas entre bandas rivales en la calle Paraná o las estafas producidas durante las "liquidaciones" de grandes tiendas de entonces como La Sirena o La Tentación. Lo mejor de Giménez Pastor se encuentra en sus retratos de prototipos populares como Quintana o Metallo. Lo peor, su visión ridícula y prejuiciosa hacia los negros, "pobres víctimas del exceso de pigmento".
LA TRANSFORMACIÓN DE POCITOS. Ambas crónicas, la de Lerena y la de Giménez Pastor, se concentran en el corazón de la ciudad y por lo tanto se limitan desde el punto de vista social. A pesar de ello el último no ignora la emigración italiana, a la que califica de laboriosa, emprendedora y de abundante prole. Serán esos mismos emigrantes, los lavanderos en particular, los que convertirán el antiguo pueblo de los Pocitos en el atractivo barrio que es hoy. El proceso, pletórico de sabrosas anécdotas y curiosos personajes, puede leerse en el ya clásico relato de Guillermo García Moyano (1896-1983) publicado en 1969. Testimonio del desarrollo urbano y a la vez fragmento de vida, desde que su familia se instala en una vieja casona rodeada de arenales en la calle Vidal, el protagonista y narrador crece en un caserío de cara al mar que se expande rápidamente hacia los alrededores. Numerosos paseos llevan a conocer los viejos almacenes, el Hotel de los Pocitos con sus tempraneros veraneantes argentinos, el barrio La Mondiola, las matinés del Cinematógrafo Biarritz en un galpón de la calle Chucarro. Acontecimientos históricos como la repercusión de la muerte de Aparicio Saravia o la invasión de camalotes de 1906, interrumpen cada tanto la extensa panorámica. No faltan los vecinos de celebridad como Piendibene, el recordado futbolista, o el andaluz Morelos persiguiendo la loca invención de un motor marino sin combustible. Transcurren mientras tanto diez años. Es el comienzo de la primera guerra mundial y el viejo pueblito quedaba unido a la ciudad.
EL ANTIGUO BAJO. El lector que guste de lecturas transversales podrá comparar la descripción de los Carnavales o el desarrollo del automovilismo entre el texto de Lerena y el de García Moyano. Del mismo modo, podrá confrontar las diferencias con respecto al Bajo montevideano en el deslumbramiento de dos adolescentes (en el breve relato "La Universidad vieja", de García Moyano) y en la incursión hipócrita de un disfrazado Rafael Sienra (1857-1923) en su apocalíptico "Llagas sociales. La calle Santa Teresa", publicado en 1896.
El último, desde el más pacato catolicismo, fatigando con una adjetivación que apunta a lo execrable y condenatorio, se desvive por equiparar su recorrido por la desaparecida calle del sur de la Ciudad Vieja con el de Dante por el Infierno. La narración de su horror ante lo que observa se torna monótona hasta la asfixia, a pesar de lo cual, con morbosa delectación, el autor no cesa en su empeño de llegar hasta el final. Luego, cuatro páginas plagadas de latinazgos y citas bíblicas ocupan su lacrimógeno remordimiento. Sólo el valor documental, dando cuenta de cada uno de los figones y cafetines de la zona, unido a la recreación del habla popular, salvan al texto y explican su inclusión. Aún faltaba medio siglo para que Julio César Puppo registrara de manera realista e indeleble el microcosmos del Bajo. Pero en una fiel estampa del Novecientos, éste no podía dejar de estar.
MEMORIAS DEL NOVECIENTOS. "Novecientos", de Josefina Lerena Acevedo; "Mi Montevideo", de Arturo Giménez Pastor; "Pueblo de los Pocitos", "La Universidad vieja" y "Crónica de un viaje en diligencia", de Guillermo García Moyano, y "La calle Santa Teresa", de Rafael Sienra. Banda Oriental, Montevideo, 2007. Distribuye Gussi. 383 págs. (con ilustraciones).
Un viaje a Rocha en diligencia
LLEGAR hasta el interior rural, en las cercanías de La Paloma, en 1906, no era nada fácil. Descartado el viaje marítimo, la única opción era el tren hasta la Sierra de las Ánimas y desde allí a tiro de caballos pasando por Pan de Azúcar, San Carlos y Rocha. Contado desde la perspectiva de un niño, "Crónicas de un viaje en diligencia", de G. García Moyano, representa en el libro un paréntesis bucólico que lleva al lector por caminos imposibles bajo una lluvia torrencial, crecidas de arroyos que obligan al cruce a nado, faenas camperas, la paz de la vida familiar en una pequeña estancia. La emoción contenida durante la aventura del viaje y la sobria descripción de un paraíso inolvidable convierten al relato en el texto mejor logrado del libro.