Nuevo Oxford Handbook

El más universal de los escritores argentinos, que también es muy uruguayo: Jorge Luis Borges

Más de treinta especialistas de todo el mundo abordan al escritor en todas sus facetas y consecuencias

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Jorge Luis Borges
(Archivo)

por László Erdélyi
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La publicación de un Oxford Handbook suele ser un hito para cualquier disciplina. La muy británica Universidad de Oxford actualiza así el estado del conocimiento en esa área, los recientes hallazgos, las polémicas vigentes. El muy reciente The Oxford Handbook of Jorge Luis Borges, editado por Daniel Balderston y Nora Benedict, figuras referenciales para el universo borgeano, se instala contundente con más de treinta colaboradores con textos sobre cómo Borges leía, las razones detrás de sus trabajos más notorios, el poeta, el conferencista, su canonización primero en el Río de la Plata y luego en el mundo, su conflictiva relación con el peronismo, su amor por las novelas de detectives, la influencia en y de Uruguay en su obra, y más. Ingresar a sus casi 700 páginas es meterse en una biblioteca casi infinita, de esas que abundan en la escritura de Borges, tan “ilimitadas, atroces, totales, paradisíacas” escriben Laura Rosato y Germán Álvarez en uno de los ensayos.

Borges fue y es un huracán literario, ya más universal que argentino, capaz de instalarse en la cabeza de sus lectores y marcarlos para siempre. Lo hizo con este cronista en edad liceal, cuando de la mano del profesor Ricardo Pallares pudo ingresar en los secretos del cuento “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, cuyos planteos existenciales le dejarían una marca indeleble y su final lo llevarían una y otra vez de forma imaginaria a estar junto al protagonista, codo a codo y facón en mano, entre los pajonales, esperando el combate; también con “La espera”, o el violento “Emma Zunz”, un policial atípico, porque con el tiempo sabría que Borges no frecuentaba protagonistas mujeres, y que con él estaba rompiendo sus reglas sagradas para la ficción de detectives al apelar al sexo, la crudeza y la ausencia de sensibilidad de sus protagonistas. Con el tiempo descubriría otros textos suyos mucho más complejos en su ambición, como es el caso de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” o “Pierre Menard, autor del Quijote”. El repaso página a página de este Oxford Handbook, por su casi infinitud, confirma algo que hace tiempo sospechaba: que Borges fue un desaforado de la literatura.

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Jorge Luis Borges, por Óscar Larroca

El ciego y el sordo. Hay muchos puntos altos en este Handbook que trascienden el interés meramente académico. De entrada el propio Balderston plantea por qué es casi imposible, si no difícil, construir una biografía de Borges. “No hay todavía una biografía adecuada de Borges, pero supongo que no hay razón para que deba existir; el propio sujeto se resiste a un cierre, es elusivo, esconde muchos enigmas”. Es que Borges no creía en el género biográfico respecto a otros, y menos respecto a si mismo. Más allá del masivo Borges que le dedicara su amigo y compañero literario Adolfo Bioy Casares (1.600 págs.), lo que Balderston intenta es una suerte de biografía deconstruida con los datos asentados, su linaje familiar, educación, viajes y conflictos, como el que mantuvo con el editor e intelectual español Guillermo de Torre, conflicto que se suavizaría con el tiempo, según Borges, debido a la ceguera propia y a la sordera del otro: “Él no me puede oír y yo no lo puedo ver”.

Cuando veía, siempre se supo qué leía, aunque faltaba saber cómo leyó. La información que han aportado estos años los textos anotados, los cuadernos, las conferencias y los manuscritos han permitido comprender cómo la escritura y la lectura se retroalimentaban una a otra antes de su publicación, anotan Magdalena Cámpora y Mariana Di Ció. Era claro, “él leía para escribir”, y muchas veces por una remuneración, ya que a diferencia de otros escritores de su círculo como Bioy, Silvina o Victoria Ocampo, él sí lo precisaba. El resultado era una narrativa que incorporaba referencias bibliográficas, a veces parciales y otras recicladas, y que dialogaban unas con otras. El tema era “el acto de leer. Borges construye sus textos como una suerte de biblioteca ideal”.

Trabajando en la biblioteca municipal Miguel Cané (1938-46), puesto que había obtenido por recomendación del padre de Bioy, cada día dedicaba hora y media a las tareas administrativas y luego se dedicaba a leer. Y a escribir. Allí concibió su obra más significativa, “Pierre Menard, autor del Quijote”, “La biblioteca total”, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “Las ruinas circulares”, “La muerte y la brújula”, “Tema del traidor y del héroe”, “El Aleph”, “Deutsches Requiem” y “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, entre otros. Una lista que contiene, “sin lugar a dudas, el núcleo duro y central de sus cuentos” escriben Laura Rosato y Germán Álvarez. También Ricardo Piglia coincide con esto. Su salida de esa biblioteca en 1946, más que por un conflicto personal con Perón, tuvo que ver con la forma cómo lo veían —y detestaban— los círculos nacionalistas peronistas. El mito establece que fue trasladado y designado “Inspector de aves y huevos”, como una forma de humillación. El pintoresco episodio, sin embargo, tiene numerosas versiones con fechas que se contradicen, y sin ningún registro oficial ni evidencia documental que permita comprobar la existencia de dicho cargo, insisten Rosato y Álvarez. La destitución y traslado a la policía municipal estuvo vinculada a su cercanía con la Unión Democrática, como a su adhesión a declaraciones que advertían del carácter populista y totalitario del peronismo. Su imagen de intelectual antiperonista se consolidaría. Con el retorno de Perón en 1973, siendo Borges ya director de la muy central Biblioteca Nacional (desde 1955) y una figura consolidada a nivel mundial, la sombra de una posible destitución volvió a instalarse. “No voy a renunciar” dijo Borges. “Dejaré que me echen y que carguen con la impopularidad de la opinión mundial que el hecho pueda traerles”. El gobierno peronista se quedó quieto, y Borges pidió su retiro, que fue otorgado en el tiempo récord de 72 horas. En una entrevista de 1973 que le hicieron Andrés Oppenheimer y Jorge Lafforgue le preguntaron sobre Perón. “¿A qué atribuye el hecho de que más de seis millones de argentinos lo votaron?”, a lo que respondió, lacónico, “la mayoría de la gente es tonta”.

El tímido. Es notable la energía que Borges desplegó en su tarea como periodista cultural en la revista Sur (1931-1980), o en la Revista Multicolor de los Sábados, suplemento cultural del escandaloso diario Crítica que co dirigió con Ulises Petit de Murat. También en otras publicaciones como la revista Destiempo junto a Bioy, o Los Anales de Buenos Aires (1946-1948).

El Handbook da especial destaque a su rol como conferencista. Un papel donde debió vencer su original timidez, esa que le impidió leer en una temprana conferencia en Montevideo (1945), solicitando a otro que lo haga (José Pedro Díaz). La escena fue descripta magistralmente por Emir Rodríguez Monegal: “Mientras José Pedro Díaz, un joven profesor de literatura, leía el largo discurso con dicción impecable y una voz bella y sonora, Borges permanecía sentado al fondo, apuntándole el texto invisible e inaudiblemente. Fue una curiosa función, como la de un ventrílocuo que controlara a su muñeco desde cierta distancia”. El problema era, para Borges (como para muchos) la distancia que se generaba entre lo oral y lo escrito por parte de quien escribe y habla. Lo explicaría el propio Borges: “en cuanto ingresamos al orden simbólico, una hiancia insalvable separa para siempre al cuerpo humano de ‘su’ voz. La voz adquiere una autonomía espectral, nunca termina de pertenecer del todo al cuerpo que vemos”. Borges resolvería dicha timidez en el diván del psicoanalista. Comenzaría terapia con el terapeuta Miguel Kohan Miller en 1946 al ritmo de dos sesiones semanales durante dos o tres años.

Luego las entrevistas periodísticas, que conforman en sí mismas una forma de autobiografía. El hombre que nunca escribió una novela utilizaba el humor para juguetear de forma creativa y cómica durante esos diálogos públicos, lo que deviene en “una rica performance ficcional tan compleja como sus tradicionales trabajos literarios” escribe Cody C. Hanson. El Handbook transcribe citas que ilustran esos juegos, del tipo “¿Qué opina del existencialismo?”, a lo que responde “¿Qué es eso?”. O “¿Cuál sería para usted la mayor desdicha?”, contestando, juguetón, “Perder la integridad mental que no tengo”. Para Milton Fornaro, citado en el texto de Hanson, los diálogos de sus entrevistas corren paralelos a sus textos de ficción: “responde lo que se le antoja. Inventa datos y cifras, inclusive nombres, finge no recordar títulos de libros célebres”, juegos que son parte y arte de su creación literaria.

Y hay más, con ensayos enteros dedicados a los viajes, al Borges traductor, al desarrollo de un “estilo argentino” en forma y contenido, su recepción en el bloque del Este durante la Guerra Fría, o los múltiples caminos que lo conectaban con la novela de detectives (fue lector, antólogo, editor y autor de historias). También su influencia en otras áreas como las cuestiones de género y sexualidad, el vínculo con Xul Solar, la teoría política en su obra, o la cuestión de la lealtad y la traición.

Es en este tema, desarrollado en el capítulo “Lealtad y traición”, donde vuelve a la memoria el comentario de Balderston en la Introducción sobre la vigencia de la obra de Borges, y cómo ésta sigue convocando a nuevos lectores. La clave, quizá, está en el atractivo perenne del tema de la traición. Porque se puede ser traidor mientras se está siendo leal a algo más profundo, incluso convertir esa traición en una forma de redención. Lo supo Tadeo Isidoro Cruz en aquel pajonal. Borges trabajó sobre el traidor por excelencia, Judas, en “Tres versiones de Judas”, donde discute las interpretaciones de los propios apóstoles. Judas fue un traidor infame, abominable, pero su acto hizo posible la salvación de la cristiandad. “La traición es el acto maldito que, al ser ejecutado, también representa lo opuesto” afirma Leonardo Pitlevnik, autor del capítulo. Aquí, pues, está la clave de la vigencia de Borges. Porque pasaron dos mil años y abrimos Twitter, Facebook e Instagram para ver el estado del mundo, y la cuestión arde en cada acto o conflicto.

Uruguay. Para gran sorpresa en la Cronología que abre el Handbook no hay mención a Uruguay. Es que habría sido redundante: luego de Argentina, Uruguay es el segundo país más mencionado en las 700 páginas del volumen. “Luego de Argentina, el país con mayor vínculo con Borges es, bien, la ‘Banda Oriental’” escribe Héctor Hoyos.

Hay una presencia recurrente de Emir Rodríguez Monegal quien, “primero desde Montevideo y más tarde desde París y Yale, fue instrumental en la canonización del escritor”. Ángel Rama también aparece muy citado; desde su “abierto antagonismo” antiborgeano colaboró en ese proceso de legitimación, y en retribución Borges le boicoteó una conferencia que Rama dio en 1961 en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Otro citado es el crítico e intelectual Pablo Rocca por su libro El Uruguay de Borges: Borges y los uruguayos. También Alfredo Alzugarat. O el crítico Juan Fló, que también escribió contra Borges “mientras lo cortejaba como miembro del jurado de un premio literario”.

Es un volumen equilibrado, vasto en su ambición, y de lectura adictiva para todo borgeano. Algunas erratas (Tulio Halperin Dongui debió ser Donghi) no afean este libro, que es caro en tapas duras (113 libras esterlinas) aunque la versión Kindle es más accesible.

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