El libro que "nadie" leyó

Juan Pablo Correa

EN 1959 Arthur Koestler publicó un libro llamado The Sleepwalkers que pretendía ser una historia de los primeros pasos de la astronomía. En un pasaje sostenía la tesis de que el tratado en el que el polaco Nicolás Copérnico planteaba que la tierra giraba alrededor del Sol, con movimientos regulares, prácticamente no había sido leído por nadie en su época por ser muy complejo y aburrido. Pobre Koestler. Seguramente nunca imaginó que años después un profesor de Astronomía y de Historia de la Ciencia de Harvard, apasionado además de los libros antiguos, se tomaría el trabajo de rastrear en las mejores bibliotecas del mundo ejemplares de las primeras ediciones del monumental trabajo del polaco. El libro se llamaba Seis libros de Nicolás Copérnico de Torun, sobre las revoluciones de las esferas celestes, más conocido como De Revolutionibus. Fue publicado en 1542 en Nuremberg. La investigación mostró que una gran cantidad de ellas estaban anotadas por astrónomos de los siglos XVI y XVII, lo que echaba por tierra la hipótesis de Koestler.

ADEPTOS ANTIGUOS. El responsable del colosal trabajo, Owen Gingerich, es un investigador reconocido, prueba de lo cual es que un asteroide está nombrado con su apellido. Su investigación lo llevó a Italia, el Reino Unido, Suiza, Alemania, España, China, Rusia, Irlanda, Francia, Polonia y varios estados de Estados Unidos. Su pesquisa lo llevó a entrar en contacto con 601 ejemplares de las dos primeras ediciones de De Revolutionibus, y logró examinar personalmente 590 de ellas. Su peripecia para elaborar el censo, a su vez, la contó en un libro llamado con ironía The book nobody read (El libro que nadie leyó), que fue editado con estupendas ilustraciones este año en los Estados Unidos por Walker & Company.

El libro es una narración, por pasajes muy interesante, que ilustra el mundo actual de los bibliófilos con sus falsificaciones, rivalidades, precios exorbitantes y robos, hasta el Renacimiento europeo en el que Copérnico, sin demasiada confianza en sí mismo, elaboró una teoría que hizo caer las concepciones astronómicas del momento: el sistema tolemaico. La búsqueda de Gingerich fue disparada por el hallazgo de una primera edición en Edimburgo (Escocia) en la cual Erasmus Reinhold, un astrónomo alemán de mediados del siglo XVI, había anotado algo que lo sacudió. Decía así la anotación: "el axioma de la astronomía: los movimientos celestes son circulares y uniformes o compuestos por partes circulares y uniformes". La frase era clara muestra de que a poco de publicarse el tratado de Copérnico su teoría ya había ganado adeptos.

La teoría heliocéntrica había sido planteada ya antes pero en forma tímida, y no era la predominante hacia 1543. Gingerich plantea que el gran mérito de Copérnico fue ser un "unificador", como luego lo fueron Isaac Newton o Albert Einstein. El sistema tolemaico suponía que cada planeta era una entidad separada y sus movimientos era independientes entre sí. Copérnico unificó esos elementos dispersos.

Los planteos de Copérnico iban claramente contra la posición de la Iglesia Católica. Gingerich cuenta como el propio astrónomo, sobrino de un obispo y administrador de la catedral de la ciudad hoy polaca de Frombork sobre el mar Báltico, dudó muchísimo antes de autorizar la publicación que se produjo el año en que falleció. En forma irónica accedió a la publicación a instancias de Rheticus, un matemático formado en Wittemberg, cuna y corazón de la Reforma Luterana. Rheticus visitó a Copérnico tras un largo e incómodo viaje a Frombork. Entusiasmado con sus ideas lo convenció de que le permitiese publicar un adelanto de sus teorías, lo que ocurrió en 1540, cuando salió de imprenta en Danzig Narratio Prima (traducible como "Primera narración" o "Primer informe").

Luego Rheticus habló a Copérnico de la posible reacción de la Iglesia. Sin embargo, en lo que es una ironía más, el Vaticano esperó hasta 1616 para incluir el tratado en el Index, del cual salió recién en 1835. Gingerich demuestra que en el trato benévolo de la Iglesia influyó una advertencia que insertó el teólogo Andreas Osiander en la primera edición. Esa advertencia dirigida al lector decía que "quizás un filósofo buscará la verdad, pero un astrónomo tomará en cuenta lo que es más simple y ninguna sabrá nada cierto a menos que le sea revelado divinamente a él". Esa advertencia provocó la ira de Johannes Kepler, quizás el primer heliocentrista declarado, que en Astronomia Nova (1606) dejó en claro que Copérnico creía realmente que la Tierra giraba alrededor del Sol. Eliminada entonces cualquier ambigüedad al respecto, De revolutionibus pasó al Index.

OPINIONES Y ADVERTENCIAS. Gingerich encontró, por ejemplo, que Galileo Galilei tachó algunas frases de su edición para no tener problemas con la Inquisición, pero no muy fuerte, para que las frases igual fueran legibles. En China halló otra llevada por un jesuita francés a ese país, Nicholas Trigault, que escribió a mano al comienzo del capítulo ocho "este capítulo no debe ser leído". Gingerich señala otra rareza: las dos terceras partes de las ediciones con algún grado de censura provienen de Italia, mientras las de Francia y España, países también católicos, casi no tienen. El rechazo a Copérnico y su heliocentrismo fue básicamente católico, según Gingerich, que sostiene que no hay ninguna demostración de que los reformadores Martín Lutero o Juan Calvino condenaran sus ideas.

Gingerich detectó reacciones diversas entre los astrónomos de la época ante las ideas copernicanas. Un anotador anónimo escribió en el siglo XVI, en una edición que perteneció al economista Adam Smith, que "uno puede preguntarse como de estas absurdas hipótesis de Copérnico que chocan con el consenso universal y la razón, puede producirse un cálculo tan preciso y porque no realizó la corrección de las hipótesis de Tolomeo, que concuerdan con las Sagradas Escrituras y la experiencia, en vez de producir tal paradoja".

Homelius, un astrónomo también de la época, apuntó tajante en su ejemplar: "los cielos se han vuelto locos si funcionan como quiere Copérnico". Sin embargo, Thomas Digges, colega inglés de Homelius, apoyaba al polaco y escribió "vulgo opinio erro" (la opinión común erra), en referencia a las opiniones mayoritarias del momento.

Seguramente nunca se sabrá cómo Copérnico procesó sus dudas en su mente, porque es muy poco lo que se conoce de su vida. El propio Gingerich reconoce que tiene poco para aportar en ese sentido, más allá de los escasos datos biográficos conocidos. Se sabe, de todas formas, que Copérnico tuvo la pretensión abarcadora frecuente en el hombre del Renacimiento. Estudió medicina y se graduó en Derecho Canónico en Italia. Dibujaba, traducía del griego y en sus cartas hay reflexiones sobre la fortaleza de la moneda.

El libro de Gingerich tiene otro aspecto interesante: pone en evidencia como en el siglo XVI había algo así como una "universidad virtual". Los hombres de ciencia estaban mucho más interconectados entre sí de lo que se podría suponer a priori. Las tiradas eran importantes para la época (500 ejemplares tenía la primera edición), los libros circulaban por la geografía europea, eran comentados y anotados.

Gingerich identificó a algunos personajes que tuvieron en sus manos la primera o segunda edición de 1566. Algunos de ellos son el geógrafo Gerardo Mercator, el banquero alemán Johann Fugger, el arquitecto de San Lorenzo del Escorial en España, Juan de Herrera, Felipe II de España, Enrique II de Francia, Giordano Bruno, Adam Smith, el astrónomo danés Tycho Brahe (que no aceptaba el heliocentrismo), Galileo Galilei (que adhirió a él), Johannes Kepler y muchos otros.

Quien quiera hoy la primera edición solamente necesita desembolsar 750.000 dólares norteamericanos, que es el mayor precio pagado hasta ahora por un ejemplar en una venta que realizó la casa de subastas Sotheby’s. Gingerich cree que si vuelve a salir a la venta una primera edición es difícil que baje de 1 millón de dólares. Queda la posibilidad de conformarse con menos y pagar la módica cifra de U$S 90.000 por una segunda edición.

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